Por Maryoriet R. Salgado
Fotografía: Fernando Destephen
Las elecciones primarias deberían ser el punto de partida de cualquier proceso democrático sólido. En teoría, son el mecanismo mediante el cual los partidos eligen a sus representantes basándose en la voluntad popular, lo que marca el rumbo de sus propuestas y proyectos políticos. Sin embargo, en la práctica, en Honduras estas elecciones primarias —o internas— se han convertido en un espectáculo que solo refuerza el desencanto ciudadano.
Era la primera vez que quería —o, mejor dicho, debía— votar en unas elecciones primarias. No lo había hecho antes. Vivo fuera del país, pero hice todo lo necesario: regresé, saqué mi documento nacional de identidad (DNI), me informé sobre los candidatos, pedí ayuda y me preparé para ejercer mi derecho al voto. Intenté resolver el problema en el Registro Nacional, que me decía que todo estaba bien, pero me mandaban al Consejo Nacional Electoral (CNE). Ya sabemos cómo termina esa historia: «No hay sistema», me dijeron. Me resigné a que solo podría votar en las elecciones generales.
Pero no me quedé de brazos cruzados. Convencí a mi familia y a mis amigas de que era importante votar en las elecciones primarias. «Eso ya está escrito en piedra», me decían con resignación. Pero yo insistía, convencida de que el voto sigue siendo nuestra herramienta más sólida y, por el momento, la única.
Con esa convicción, llegué a mi centro de votación en la colonia Miraflores a las 9:00 a. m. con mi familia. Ellos sí podían votar, pero no había urnas. Volvimos a la 1:00 p. m. y la respuesta era la misma: «Dicen que ya vienen». Regresamos a las 4:22 p.m. y la escena no había cambiado. Entre las mesas de los partidos, las explicaciones variaban: algunos aseguraban que nos querían impedir votar, otros culpaban a la mala gestión administrativa.
La frustración aumentaba. Aunque la mayoría mantenía la calma, los gritos de «¡No más narcodictadura!» y «¡No volverán!» se mezclaban con «¡No más Libre!», reflejando la polarización política que ha marcado a generaciones en Honduras. Circulan teorías de conspiración sobre quién está detrás de las irregularidades, pero lo que realmente importa es que las hubo: mesas sin urnas, retrasos logísticos sin explicación y una falta de transparencia que solo alimenta la predominante desconfianza ciudadana.
Escuchaba a la gente decir: «Nunca nos había pasado esto». Pero, ¿realmente es nuevo? ¿Recuerdan cuando la oposición ganó, pero no ganó? Lo ocurrido en marzo de 2025 me llevó de vuelta a ese sentimiento de confusión y desesperanza que sentí en las elecciones de 2017 que llevó a una crisis post electoral que incluso dejó varios muertos, cuando el Tribunal Supremo Electoral (TSE) dijo que faltaban urnas por contar. ¿Cómo es posible que en 2025 se repita la historia? Llevamos años viviendo irregularidades. Antes, las urnas estaban en los centros de votación al menos un día antes. ¿Por qué esta vez llegaron con más de 12 horas de retraso?
A pesar de que el Congreso aprobó por unanimidad un aumento de 200 millones de lempiras en el presupuesto electoral, las elecciones primarias terminaron siendo el desastre que acapara titulares y alimenta la sátira en redes sociales, entre memes y bromas que reflejan el hartazgo de los y las hondureñas.
El consejero del CNE, Marlon Ochoa, atribuyó los retrasos a fallos internos y al incumplimiento de los proveedores, señalando que dos imprentas no entregaron las papeletas a tiempo y que la empresa de transporte utilizó vehículos no autorizados. Mientras tanto, Cossette López, presidenta de la misma institución, rompió a llorar al denunciar que empleados del organismo están siendo «aterrorizados». Gabriela Castellanos, directora del Consejo Nacional Anticorrupción (CNA), fue aún más contundente al calificarlo como un «boicot electoral» y advirtió que, si no se sanciona a los responsables, sería un «cuartelazo a la democracia»
Y aquí estamos de nuevo, atrapados entre bandos que se acusan mutuamente, cada uno con su propia versión de la verdad. Pero quizás la realidad no está en sus discursos, sino en los márgenes, en lo que nadie quiere admitir.
Una democracia atrapada entre el discurso y la realidad
Según la Ley Electoral de Honduras, el Consejo Nacional Electoral (CNE) supervisa y garantiza la transparencia del proceso, mientras que los partidos políticos gestionan internamente sus elecciones. Las Fuerzas Armadas tienen la tarea de custodiar y transportar el material electoral. La presidenta, como titular del Poder Ejecutivo, funge como Comandante General de las Fuerzas Armadas y debe garantizar un ambiente estable, sin intervenir directamente en el proceso.
El Congreso Nacional también juega un papel clave: elige a los consejeros del CNE y del Tribunal de Justicia Electoral (TJE), fiscaliza el proceso electoral y puede intervenir en disputas políticas derivadas de los resultados.
Pero si la ley es clara, ¿por qué la práctica sigue fallándole a la ciudadanía?
Más allá de las acusaciones cruzadas, estas elecciones expusieron el colapso de la institucionalidad.
Todos nos deben respuestas. El CNE nos debe respuestas. Las Fuerzas Armadas y el partido en el poder nos deben respuestas. Los partidos que dicen ser oposición también nos deben respuestas.La democracia no es un favor, es un derecho.
Nos han acostumbrado a una democracia a medias, tan desgastada que algunos amenazan con volver a un partido que, durante más de una década, saqueó el país, fragmentó a su gente y violó nuestros derechos. Pero lo realmente preocupante es que esto no se trata solo de un partido: toda la clase política ha pavimentado el camino de la corrupción que nos trajo hasta aquí.
Uno de los síntomas más evidentes de esta fragilidad democrática es la ausencia de un debate real, tanto dentro como entre los partidos. No hay ideas, no hay soluciones ni planes de nación, solo reclamos por cuotas de poder.
Si las elecciones primarias son el primer filtro de una democracia, el nuestro está claramente roto. Pero no está vacío. Estas elecciones también dejaron algo en claro: el pueblo hondureño quiere votar.
Más que confrontar bandos, los hondureños y hondureñas han demostrado una fuerza política imparable. A pesar de demoras de hasta cinco horas en las elecciones primarias, a medianoche todavía había personas en fila, esperando ejercer su derecho al voto, en los centros donde sí llegó el material electoral. Sin embargo, en otros casos donde las papeletas no llegaron a tiempo en la capital, el CNE permitió que las elecciones se llevaran a cabo una semana después, cuando las urnas finalmente llegaron a sus centros de votación, y aún así las personas llegaron a votar. Este pueblo es resiliente y no se doblega.
Nos hemos manifestado antes contra la corrupción electoral y lo haremos de nuevo si es necesario. No permitiremos que nos roben las elecciones otra vez. Nos vamos a inscribir en mesa, vamos a reportar con nuestros celulares, nos vamos a informar. Vamos a exigir transparencia.
Las urnas llegaron tarde, pero nosotros seguimos aquí.
No lograron apagar la voluntad de un pueblo que sigue exigiendo su derecho a elegir.