El voto latino en Estados Unidos: ¿un resultado colonial?

Por Maryoriet Salgado
Portada: Persy Cabrera

Las recientes elecciones de Estados Unidos reflejan patrones históricos de patriarcado y racismo, así como las contradicciones de una comunidad que, a pesar de ser constantemente desplazada, a menudo apoya políticas y candidatos que perpetúan el mismo sistema que los excluye.

La ayuda del voto latino permitió el regreso histórico de Donald Trump a la Casa Blanca. El 53 % de los hombres hispanos que votaron lo hicieron por Trump, frente al 37 % de las mujeres. Trump logró su mejor resultado hasta la fecha (45 %) entre la comunidad latina (El País, 2024, noviembre 7). Las explicaciones del suceso giran en torno a las críticas dirigidas a la estrategia demócrata o se centran en las debilidades de su oponente, pero debemos observar el fenómeno del apoyo a Trump por lo que realmente es. Las explicaciones simplistas, como «la otra candidata no me convenció», pasan por alto, una vez más, que la responsabilidad de detener a un líder autoritario recae en las mujeres, insinuando que no estamos preparadas para liderar. 

¿No es irónico que algunos latinos prefieran apoyar a un hombre que ha descrito a nuestra gente como «violadores» y «comedores de perros»?

¿Cómo se puede interpretar el voto latino en relación con temas de justicia y derechos humanos? Muchos votantes, impulsados por la promesa de un cambio económico, han decidido pasar por alto discursos que denigran a sus propias comunidades y que atacan derechos fundamentales. Pese a este contexto, los inmigrantes siguen siendo esenciales para el crecimiento y la innovación en Estados Unidos; más del 55 % de las empresas emergentes valoradas en más de mil millones de dólares fueron fundadas o cofundadas por inmigrantes

Además, las políticas de deportación masiva no solo plantean serios dilemas éticos, sino que también implican un elevado costo económico, estimado en 88 mil millones de dólares anuales. Este tipo de políticas, junto con el endurecimiento de los controles fronterizos y la posible eliminación de programas que protegen los derechos de personas indocumentadas, generan una profunda inquietud por los posibles retrocesos en derechos civiles, en el acceso a la salud reproductiva y en la protección de derechos humanos de familias migrantes, mujeres y personas de la comunidad LGBTQI+, cuyos derechos se convierten en moneda de cambio en este juego político.

La autora Paola Ramos explora este fenómeno en su libro Desertores: El auge de la extrema derecha latina y su significado para Estados Unidos. Según Ramos, hay latinos que tienen un temor constante a que la América dominante siempre los vea como extranjeros. De acuerdo con la autora, es este miedo, junto al deseo de pertenecer, el que explica por qué algunos latinos han interiorizado un rechazo hacia su propio origen, lo que hace que el discurso antiinmigrante resuene en ellos.

Lo que parece no estar claro es que el racismo es un sistema opresivo que no distingue entre «migrantes buenos» y «migrantes malos». Tampoco distingue entre su legalidad. La retórica racista no establece una falsa dicotomía, sino que ataca por igual a todos los migrantes sin importar las circunstancias que les llevaron a migrar. A lo largo de la historia y en diversas regiones, el racismo ha afectado a múltiples grupos: actualmente la comunidad latina y afrodescendiente de Estados Unidos sufre prejuicios y odio. Al mismo tiempo, Europa y Estados Unidos respaldan el genocidio perpetrado por Israel contra la población palestina en Gaza. Hace apenas unas generaciones, los judíos fueron víctimas de una persecución similar. Antes que ellos, las colonias africanas padecieron y continúan resistiendo las devastadoras consecuencias de la opresión y el racismo sistemático. Para afrontar esta realidad, debemos reconocer que el racismo y las políticas opresivas no se transforman en función del origen de sus víctimas, sino que se perpetúan a través de una base común: la supremacía blanca.

Más allá de los argumentos económicos, el colonialismo que históricamente subyugó a América Latina sigue vivo y se ha adaptado a formas contemporáneas de opresión que a menudo aceptamos sin cuestionar. Aníbal Quijano,  quien acuñó el término «colonialidad del poder» nos ayuda a entender este sistema global de dominación que surgió con la conquista europea de América y que aún persiste, basado en jerarquías raciales y en la expansión del mercado capitalista mundial (Quijano, A., 2000). 

La académica decolonial María Lugones aporta una perspectiva sobre el papel del género en este sistema. Su concepto de «colonialidad de género» demuestra cómo la raza, el género y la clase se entrecruzan para mantener la violencia sistemática contra las mujeres racializadas.  La colonialidad de género nos permite entender por qué el voto latino también se ha convertido en un voto patriarcal; en lugar de proteger a las mujeres y a los más vulnerables, una parte significativa de la población latina respalda políticas que silencian y deshumanizan, seducidos por la ilusión de una aceleración económica personal.

Quizás es momento de preguntarnos, tanto a nivel personal como colectivo, ¿qué parte de esos mensajes de superioridad que nos inculcaron desde la infancia hemos absorbido y por qué lo «blanco» parece más valioso que nuestros propios valores y orígenes? Parece que, al migrar, empacamos en la maleta el colonialismo internalizado. ¿Cuánto de esta mentalidad afecta nuestras elecciones y acciones? Tal vez, al reconocer cómo la colonialidad sigue presente en nuestras decisiones y actitudes, podamos responder de manera distinta cuando se atenten contra nuestros derechos y los de los más vulnerables.

Sobre la autora
Maryoriet R. Salgado es comunicadora e investigadora social. Actualmente cursa estudios doctorales en la Universidad de Bonn (Alemania). Su investigación se centra en temas de denuncia de la subordinación de género y la violencia doméstica en el país, abordados desde un enfoque decolonial. Es cofundadora de Niña, una organización sin fines de lucro dedicada a apoyar de manera integral a niñas en áreas urbanas, fomentando su permanencia en la escuela y la exploración de sus derechos.
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