El Trans-450, iniciado hace 10 años, ha tenido varias funciones ajenas a los objetivos por los cuales se construyó. Esta obra, inaugurada en el Distrito Central en la administración del nacionalista Ricardo Álvarez es un monumento de la corrupción- Nunca se inauguró porque el transporte no fue adquirido y la infraestructura de las terminales y casetas ahora son usados por indigentes y migrantes como refugio.
Texto y fotografía: Fernando Destephen
Francisco Varga es un niño de 14 años que comenzó su camino migratorio hace dos meses desde Colombia, junto con cinco miembros más de su familia. Todos duermen en una de las estaciones del Trans-450, llamada «Los Presidentes». Esta caseta es parte del recorrido de 2.5 kilómetros desde Plaza Miraflores hasta la primera entrada de la colonia Kennedy, inaugurado por el entonces alcalde, Ricardo Álvarez, el 23 de enero de 2014; ahora es un refugio para migrantes que han quedado varados en esta ciudad y esperan seguir su camino hacia el norte.
En Tegucigalpa, una ciudad superpoblada y con un desorden vial que mantiene las calles atascadas casi todo el día, el Trans-450 era un proyecto necesario y se vendió en el imaginario colectivo como el modelo de urbanidad que le faltaba. Se construyó a un costo de 51 millones de dólares provenientes de fondos propios de la alcaldía, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el Fondo OPEP para el Desarrollo Internacional (OFID) y el Banco Centroamericano de Integración Económica (BCIE). Pero ahora es una muestra de lo que no funciona en este país, con sus espacios destruidos y otros convertidos en pasos a desnivel.
En las casetas que aún se mantienen en pie duermen indigentes, recicladores y cientos de migrantes, en su mayoría venezolanos que esperan mientras logran ajustar los 35 o 40 dólares del pasaje para trasladarse a la frontera con Guatemala, y desde allí seguir con rumbo a los Estados Unidos o Canadá. Dependiendo del día, contó Francisco, pueden recoger unos 200 lempiras diarios, entre la venta de dulces y pedir en la calle; ese dinero lo dividen entre pasajes y comida.
Daniela Ramírez dejó Venezuela hace tres meses; salió de su país el 15 de agosto con su familia. «Vienen mi papá, mis dos hermanas, mis tres niños, mi esposo y mi persona», dice. Son familias que huyen y encuentran un espacio de descanso en las ruinas de un proyecto que no se concretó debido a la corrupción, pero se sigue pagando por concepto de deuda externa .
El 16 de noviembre, las Fuerzas Armadas hicieron una brigada para regalar comida y llevar vitaminas a los niños que permanecen en esta zona. Los tres hijos de Daniela recibieron medicinas. «Este es el principio, siempre que miremos gente aquí, pues vamos a estar apoyando», dijo el general Francisco Serrano, de la Fuerza Aérea de Honduras.
La Policía Nacional también dispuso una brigada médica ese 16 de noviembre en la plaza que complementa el túnel peatonal de Plaza Miraflores, un lugar cercano a la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán (UPNFM) y muy cerca de la estación «Los Presidentes», donde duerme, Francisco y su familia. Dieron atención médica, agua y comida a los migrantes que se acercaron. En esta ocasión, Francisco solo alcanzó dos bolsas de agua.
Las historias de los migrantes se entrecruzan. Algunos se adelantan en el paso por el Darién y van avisando a los que vienen atrás, dejando instrucciones, pistas sobre dónde poder descansar. Así se enteraron de que en las casetas del Trans-450 podían acampar sin problemas, únicamente con el ruido de los carros, cuenta Francisco.
Johnniel Rojas salió desde Venezuela hace dos meses Ha pasado mucho tiempo ya en Honduras, porque al llegar aquí ya el dinero se le había acabado. A muchos los asaltan en el camino, y en ese caso deben ingeniárselas para reunir el costo del pasaje, a veces comiendo, a veces no.
Enizaida Navas y Wisneidi Navas, madre e hija, son familiares de Francisco. Wisneidi acaba de cumplir los 18 años: «los cumplió en el camino, en esta travesía», dice su madre. Las dos se arreglan dentro de su tienda de campaña. Wesneidi maquilla a su madre, la, le delinea las cejas, los ojos, le pinta detalles en las manos o en las mejillas (estrellas o corazones). En Colombia hacía piercings, y cuando sonríe se le puede ver una argolla en las encías. Dice que esta pieza se llama smile y que se la colocó ella sola. En Colombia también aprendió a esconder una hoja de afeitar (gillette) en su boca para defenderse de las agresiones. En Honduras, le sirve para sacarse las cejas con la precisión de una cirujana, mientras espera poder continuar su camino.
De acuerdo con datos del Instituto Nacional de Migración (INM), entre el 1 de enero y el 22 de noviembre 481,867 migrantes entraron a Honduras de manera irregular. Se calcula que el año podría cerrar con casi medio millón de migrantes, superando las cifras de años anteriores (188,858 en 2022 y 17,590 en 2021).
Víctor, un venezolano que viaja solo, estuvo 16 días en Danlí, y llegó en la mañana del viernes 24 a Tegucigalpa, a la caseta «Los Presidentes» del Trans-450, en el momento en que servidores públicos del Instituto Nacional de Migración (INM) levantaban los datos de los migrantes en una lista para transportarlos hasta la frontera con Guatemala en buses de la empresa privada. El personal del INM que estaba asignado al transporte de migrantes no tiene autorización para hablar con la prensa. De manera oficial no hay datos, pero surgen preguntas: ¿quién proporciona los buses? ¿Hay algún pago de parte del gobierno? ¿Cada cuánto hay transporte?