La cancha de las promesas

El Estadio Nacional que antes se llamaba Tiburcio Carías Andino, como el dictador de la década de los 40, se transformó. El nuevo gobierno no solamente le cambió su nombre en un acto simbólico —ahora se llama José de la Paz Herrera Uclés— sino que durante siete meses le instaló una grama nueva en la cancha que el sábado 27 de mayo fue inaugurada.

La cancha la estrenaron un día después de la inauguración, dos equipos de la Liga Nacional de Fútbol en una final poco común: el Olimpia, que ya carga 36 copas y los Potros FC de Olancho, el pueblo natal de la presidenta Xiomara Castro y su familia. Ese día, en un evento público, la presidenta vio desde la nueva cancha a su cuñado patear la pelota de fútbol. El acto fue histórico y la presidenta prometió que después de esto se invertirá en más canchas para que el fútbol sea más accesible para los niños y niñas hondureños.

Pero este cambio de grama, que en algún momento la Comisión Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación (Condepor) llegó a comparar con la de los estadios en Qatar, ya abrió controversia. Según un informe de la Oficina Normativa de Contratación y Adquisiciones (Oncae), esta reparación presenta anomalías en el proceso de licitación en el gasto de 32,461,691.34 lempiras. Ante esto, Mario Moncada, comisionado de la Condepor descalificó el informe por considerarlo un «ataque orquestado» en contra de la Condepor.

Un estadio público para un partido privado

El estadio Chelato Uclés iba a ser inaugurado el día de la final, el 28 de mayo, pero tras una polémica entre la Condepor y el Club Deportivo Olimpia, se tomó la decisión de inaugurar la grama el sábado 27 y hacer el juego de la final el domingo 28. Para aclarar el asunto, el Olimpia explicó que la Condepor no quería prestar el estadio para entrenar y reconocer la grama previo al partido contra Los Potros FC, aunque la decisión de la Condepor se tomó por consejo de la empresa a cargo del cambio de la grama, TMS Grass, que recomendó como tiempo prudencial esperar hasta el 28.

La fecha de inauguración trajo una serie de enfrentamientos entre miembros de la prensa deportiva, algunos de ellos cuestionando que se use la inauguración como un acto político y otros defendiendo la petición del Olimpia de poder entrenar antes del partido de la final.

El domingo 28 de mayo, los precios de las entradas en el mercado «negro» llegaron a hasta los mil lempiras mientras que el boleto en taquilla física costó doscientos lempiras a quienes pudieron comprarlo en medio del caos formado por la falta de organización y la demanda multitudinaria de la población.

El Club Deportivo Olimpia explicó en un comunicado que la boletería se vendió solamente de manera física y no con tickets electrónicos porque, al ser un evento grande, en anteriores ocasiones han tenido problemas al momento de escanear los boletos.

Algunos aficionados llegaron desde el 24 de mayo a las cinco de la mañana para hacer fila en la taquilla del estadio para comprar boletos.

El Olimpia cuenta con la barra aficionada más grande del país, una barra muy organizada. Ser parte de la barra Ultra Fiel no da un privilegio al momento de comprar los boletos, como se podría creer, sus miembros esperan igual o más que los otros aficionados pues para ellos los controles de seguridad son más estrictos y el trato de los policías más duro. En su mayoría, los barristas de la Ultra Fiel son jóvenes que aman al Olimpia y consideran que esa pasión no es «ni un momento, ni la eternidad, esto va más allá» como dice una de sus canciones de aliento, conceptos poéticos cuando la violencia ha sido una característica constante en las barras.

Don Mario tiene 68 años, usa una gorra blanca que le aplasta las canas, lleva una mascarilla gris y de un bastón cuelgan varios banderines del Olimpia que agita según el ánimo de la barra; su camisa es de manga larga con rayas rojas y blancas —los colores del equipo—, usa un pantalón color café y resalta sobre los demás porque no usa ropa deportiva que es el tradicional outfit de la barra. De su pantalón cuelgan dos bolsas de plástico donde guarda pastillas.

Miembros de la barra Ultra Fiel alientan a su equipo el partido de la final contra Potros FCFotoCC/Fernando Destephen
Miembros de la barra Ultra Fiel alientan a su equipo el partido de la final contra Potros FCFotoCC/Fernando Destephen

Nadie recuerda exactamente desde cuánto acompaña a la barra pero don Mario cuenta que desde hace quince años sigue al Olimpia con la Ultra Fiel. Los barristas ven en él una figura importante y le tienen algunas consideraciones, como cuando despliegan la manta gigante de la Ultra y le avisan para que se quite y no ruede golpeándose en las graderías como le ha ocurrido antes.

Don Mario es uno más, ha dormido en las calles, como todos los de la Ultra Fiel cuando los buses se han arruinado en un viaje para apoyar al Olimpia, o cuando han llegado tarde a ver los últimos treinta minutos de un partido, o los últimos quince, pero siempre con la barra y ese sentimiento de pertenencia al equipo no tiene límite aunque el domingo los jugadores del club no les dedicaron la vuelta olímpica con el trofeo, ni un minuto de simpatía a esos que viven por «el león, el más grande».

Don Mario dice que seguir a la barra es algo filosófico pues «las barras somos puro corazón, nosotros pagamos para seguir al equipo». Don Mario también reparte medicinas de su botiquín personal a los que se acercan con algún malestar que se puede aliviar con una acetaminofén.

En la barra los cantos van a favor del Olimpia hasta que al minuto 43 del primer tiempo Agustín Auzmendi, jugador del Olancho FC, marcó el primer gol del partido y el canto cambió a una exigencia:

«Si no ponen huevos cómo quieren que ganemos».

La pasión de la barra funciona al revés, con cada gol del Olancho FC, la Ultra Fiel gritaba más y exigía más.

«Somos tercermundistas, pero, en mantas le ponemos corazón» dijo una joven que después del tercer gol del Olimpia estalló en lágrimas en un extraño contraste con la línea de policías antimotines que sirvieron de muro de contención para dejar un espacio de casi un metro entre la pared que divide la zona de Sol Norte, la Sombra Sur, el territorio de la barra. Para esta final, el dispositivo de seguridad fue de mil doscientos policías distribuidos en siete anillos de seguridad y contaron con el acompañamiento del helicóptero de la Policía Nacional.

El Olimpia ganó su título 36 y la Ultra Fiel celebró dentro del estadio, luego tuvieron que esperar para poder salir por el portón siete, para peregrinar por el bulevar Morazán y ser campeones un domingo de lluvia en una Tegucigalpa donde ya casi no llueve y donde los informes sobre irregularidades en proyectos deportivos de remodelación continúan y se reducen, como siempre, a un ataque malintencionado.

Sobre
Fernando Destephen 1985 Tegucigalpa, Honduras. Fotoperiodista y contador de historias.
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