En agosto de 2022, una maestra hondureña de primaria fue acusada de maltratar a un menor de edad tras viralizarse un vídeo en el que supuestamente golpeaba a un alumno del centro de educación en el que ella trabajaba. Los comentarios en redes sociales que criticaban la acusación a la maestra revelaron lo normalizada que está la cultura de la corrección a través del castigo físico en el hogar como en la escuela. Pero, ¿pegar es realmente corregir y educar?
Texto e ilustración: Persy Cabrera
«Papá le daba orden al maestro para que me castigara y en casa era otra sonada que me daban y aquí estoy viva…», decía alguien; otro replicaba «…a mi me castigaron con reglas y coscorrones y así aprendí la lección…»; alguien más se sumaba y decía: «…ahora nos enojamos porque nos castigan a los hijos en la escuela, yo le decía a la maestra de mi hija, si se porta mal haga su trabajo y ya…», y así miles de comentarios fueron vertidos sobre un vídeo viral en el que una maestra de primaria en Choloma, Cortés, protagonizó una supuesta agresión a un alumno del centro de educación donde trabaja, razón por la que se le acusó judicialmente de tratos crueles e inhumanos contra un menor de edad.
Una de sus compañeras de trabajo después comentó que la supuesta agresión era para «corregir niños», una declaración que, sumada a los comentarios en redes sociales sobre el vídeo, hizo que el debate que hay detrás de este hecho —uno sobre la validación y consecuencias que tiene el castigo físico en niños— se perdiera en el mar de conversaciones que no cuestionan la cultura hondureña.
La maestra, Mirna Castillo, después de enfrentar un proceso judicial, finalmente quedó en libertad. Pero este incidente destapó la necesidad de enfrentar el por qué los padres y madres pegan a sus hijos, la falta de información y de formación paternal y las consecuencias de entregar la educación en el hogar a viejas tradiciones arguyendo su «efectividad de corrección».
Sobre este caso, la jefa regional de la Dirección de Niñez, Adolescencia y Familia (Dinaf) en la zona norte, Nancy Estévez, en una entrevista para Contracorriente expresó que «esta institución se presentó a la escuela para hablar con las autoridades respecto a la situación» y, además, brindó las medidas de protección y atención psicológica al niño. Respecto al castigo físico, Estévez explicó que la Dinaf está en «total desacuerdo porque este tipo de castigo afecta directamente a los niños, niñas y adolescentes, les causa un daño emocional y psicológico en su vida actual como futura».
De acuerdo a Estévez, Dinaf, a través de políticas públicas, «trabaja la prevención de lo que es esta temática de castigo físico» y la estrategia se ejecuta a través de charlas, capacitaciones, talleres y campañas. También, comentó que esta institución «sigue la ruta de denuncia, que es proceder a remitir bajo oficio al Ministerio Público al primer conocimiento de un caso de castigo o maltrato físico».
Capturada en Choloma la maestra Mirna Aurora Castillo Fúnez por un posible delito de maltrato pic.twitter.com/h9PcXtnXzC
— Jaqueline Redondo (@JackyRedondo) August 18, 2022
La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que en torno al 60 % de la población infantil de 2 a 14 años sufre de forma periódica castigos corporales por parte de sus padres o cuidadores, y asegura que «incrementan los problemas de comportamiento de los niños con el tiempo y que no tienen ningún efecto positivo».
A pesar de no tener ningún resultado positivo, se sigue haciendo. La psicóloga Adriana Sánchez expresó en una entrevista para esta nota que la razón de perpetuar el castigo físico de padres a hijos se debe principalmente al desconocimiento de los padres y las madres a otras herramientas para educar, y que «los padres pegan a sus hijos cuando no saben qué más hacer, se sienten desesperados o desbordados por la situación o sienten miedo por lo que están viendo y piensan que sus hijos se van a salir de las manos y que, si no es a través de la fuerza, no van a tener un resultado positivo en la crianza».
«Somos una sociedad sumamente herida –continuó diciendo Sánchez–, en la que mucho se basa en la violencia y en la coerción para lograr que “pasen cosas”»; además, considera que la validación del castigo físico a los hijos es aceptado y hasta normalizado porque «si lo vemos a largo plazo, el castigo físico es la forma más rápida de corregir, es más fácil y rápido pegarle a un niño que respetarlo».
De acuerdo a la OMS, las consecuencias negativas del castigo corporal a la niñez se ven representadas de forma psicológica en «dolor, tristeza, miedo, cólera, vergüenza y culpa, los niños se sienten amenazados, lo que provoca estrés fisiológico y la activación de las vías neuronales que ayudan a hacer frente al peligro»; sumado a las secuelas psicológicas están las físicas, que pueden desencadenar en perjuicios graves, discapacidades de larga duración o, incluso, la muerte.
Sobre las consecuencias en la niñez, Sánchez detalló que en la parte emocional en los niños «afecta directamente la autoestima, la manera en la que se perciben a sí mismos, la seguridad en ellos, la confianza y el poder expresar sus emociones». Para los padres puede resultar en la ruptura de un vínculo de apego con sus hijos, porque el castigo físico genera en estos «la sensación de querer obtener justicia, entonces genera mucho enojo y cólera que son emociones que van hacia afuera, hay resentimiento en la relación», explicó la psicóloga.
Si la raíz del castigo físico es el desconocimiento de otros caminos para la crianza de los hijos, Sánchez propone que informarse de maneras respetuosas de corrección y crianza son la solución y que es a través de esa búsqueda que se va a «poder sanar nuestra propia historia de crianza, entender y comprender de dónde vienen nuestras prácticas y por qué muchos adultos sentimos que el castigo físico es la primera respuesta que surge en nuestro cuerpo».
La psicóloga insiste en la búsqueda en fuentes de información externas, pero también una búsqueda personal e íntima, una en la que invita a «no quedarnos en el pensamiento de “porque a mí me criaron así y aquí estoy”, porque es una creencia errónea. Yo siempre les invito a cuestionarnos: sí, aquí estamos pero ¿cómo estamos?».
Si se ha normalizado el castigo físico como único camino a la corrección, es tiempo de desmontar esas ideas al acercarse y entender que estas medidas son cargas que se traen de generación en generación, es tiempo de entender que hay formas más respetuosas y que fortalecen el vínculo de apego de padre y madre con sus hijos y que esas conductas de «malcriadez» también son parte del crecimiento de alguien que desconoce mucho del mundo.
Después de enlistar las consecuencias físicas y psicológicas del castigo físico, y de apuntar a la falta de búsqueda de información sobre el ejercicio parental y actitud defensiva cuando se señala de forma crítica esta forma de «corrección», ¿están dispuestos los padres a entender lo dañino de esta vieja costumbre?
«Toma muchísimo trabajo interno para recordar que el adulto —o los adultos— somos nosotros y que los niños están aprendiendo, creciendo y desarrollándose. Esas conductas que muchas veces castigamos son parte del desarrollo; se nos olvida que quizá si el niño nos golpea a sus dos añitos no es porque sea malcriado sino porque está descubriendo los límites de su cuerpo, cómo manejarse, cómo manejar la frustración. Sin embargo, nosotros como adultos golpeamos desde la consciencia cuando castigamos», concluyó Sánchez.