Y yo, ¿qué gano?

La Galería Nacional de Arte presenta testimonios de patrimonio artístico hondureño, objeto que, al ser recreados por la mirada del pueblo, podrán convertirse en signos de identidad y memoria, cartografías para entender el pueblo, meditar el presente y fundamentos para prefigurar el futuro.

José Jorge Salgado

El Centro de Tegucigalpa es una de mis zonas predilectas de desahogo y de reencuentro interno. Un lugar que busco para hacer catarsis cuando la sensación de esterilidad me arropa hasta la cabeza. Sé que referirme a la esterilidad como un estado de ánimo es bizarro, pero ¿acaso no han experimentado que de repente su cuerpo se convierte en materia infecunda y que toda cosa, idea o forma que se intentara sembrar en él sería incapaz de germinar? 

Después de un semestre entregado al ejercicio de la adultez y a los rituales que semana tras semana ejecuto religiosamente, descubrí que tendría un domingo sin ningún programa a seguir y sin pendientes o responsabilidades acumuladas. Mi familia se había ido de viaje, así que los planes para la jornada no estaban atados a un consentimiento colectivo. No sabía qué iba a hacer, pero tampoco me quería adelantar a lo hechos y planear todo con anticipación. Estaba dispuesto a fluir con la espontaneidad del momento y decidir atendiendo las exigencias del corazón.

Desperté bastante temprano en el día de Dios. Me tomé el acostumbrado litro de agua en ayunas, conecté mi celular al parlante y puse a correr mi lista de reproducción Cool Your Boots, Dawgie. Preparé el café: lo serví negro, sin azúcar y con un poco de canela. Después del sonido de placer derivado del primer sorbo, me senté para recibir los destellos inspiracionales necesarios para determinar la jornada.

Me quedé en blanco. No lograba proponerme lugares que me pudiesen brindar ese algo con sabor a nuevo que estaba buscando. Le di vueltas y vueltas al mapa mental que tengo de la ciudad. Pero nada llegó. 

Ante el fracaso matutino, opté por alistarme y manejar sin rumbo. Lo primero que debía de elegir era un lugar con un platillo vegetariano convincente y un espacio propicio para continuar la lectura de Lolita mientras mi pedido se preparaba. Encendí el carro, puse a correr la música y conduje hacia el boulevard donde se aglomeran los capitalinos para celebrar los resultados de eventos de alta importancia sentimental. Como las calles estaban vacías, no hubo necesidad de acelerar la marcha. En esta ocasión yo estaba al control del tiempo y no viceversa.

Encontré el lugar perfecto. Ordené una ensalada de rúcula y tomate, servida encima de una cama de hummus y decorada con encurtido de cebolla morada, pan pita fresco y falafels recién freídos. Disfruté la espera sumergido en mi lectura y entregado al placer que sentía en mis papilas gustativas con cada sorbo que le daba a la michelada que encargué para abrir el apetito. Hacía un excelente día. Por los momentos, se encontraba en sintonía a pesar de haber improvisado todo. Me trajeron mi comida, la consumí pausadamente, pagué la cuenta y le agradecí a Jimena, quien me sonrió y me dijo que esperaba que volviera pronto.

Subí a mi carro, y como si ya todo hubiera estado calculado, comencé a manejar hacia el Museo de la Identidad Nacional (MIN). Como apenas eran las dos menos un cuarto, asumí que sus puertas estarían abiertas al público todavía. Llegué rápido, me aparqué en una de las calles contiguas y creé una amistad efímera con los cuidadores de vehículos para asegurarme que en realidad me lo iban a cuidar. Después caminé los pocos metros que me separaban de la entrada principal y me llevé la amarga sorpresa de encontrar el Museo cerrado. Caminé hacia un grupo de personas que rebosaban de alegría gracias a los efectos que el guaro estaba produciendo en sus sistemas nerviosos. Les consulté si de casualidad sabían si el MIN abría los domingos. Me quedaron viendo, se rieron porque fui de puro balde y me dijeron: «Perrito, pero si quiere se queda chupando con nosotros». 

Les agradecí por la hospitalidad de abrirme un espacio en su círculo dipsómano. Me di la vuelta y decidí caminar a través de Paseo Liquidámbar y llegar hasta la Concha Acústica, mientras resolvía el problema técnico de reemplazar mi siguiente paradero, pero, al pasar de nuevo frente a la puerta cerrada del MIN, me percaté que el edificio de enfrente sí estaba recibiendo visitas. En los carteles colocados en la entrada se leía: Bienvenidos a la Galería Nacional de Arte (GNA) […].

En mi cuarto de siglo caminando en jurisdicciones catrachas nunca había puesto un pie en la GNA; es más, no estaba seguro si había escuchado sobre su existencia en algún momento de mi vida. Entré, pasé a la recepción ubicada en el cuarto derecho subsiguiente y me recibió un señor bonancible, de piel color ocote y con anteojos rectangulares. 

–Bienvenido, caballero –me dijo el señor, que hasta ese instante era para mí un desconocido–. Por favor, anótate en el libro y en la columna de donación escribe cuarenta lempiras. 

Mientras completaba mis datos, entendí que utilizaban la palabra «donación» como eufemismo de «precio» o «entrada». 

Después, encendió las luces de las salas de la Galería habilitadas para exposiciones y me dijo que disfrutara, a mi tiempo, el arte que estaba por contemplar. 

Al comenzar la trayectoria artística me sumergí en un silencio análogo al que se percibe al realizar turismo religioso. Esto tal vez, y solo tal vez, se debía a que el único visitante presente era su servidor. Pasé a la primera exposición Sudarios y Centinelas. Su creador, el maestro Santos Arzú Quioto, la presenta como«la danza del tiempo en el mar sin orillas, un dardo al corazón, una puesta en escena, a raíz de pérdida y recuperación de memorias y seres queridos, un estado de eterna resiliencia, una celebración por regresar sanos y vivos a casa». A través de sus diecinueve sudarios (espero no equivocarme), honra a la abstracción de los binomios, es decir, a las dualidades como bien-mal, vida-muerte, muerte-resurrección, tolerancia-fundamentalismo, entre muchos otros, que nos permiten definir, clasificar y explicar nuestra realidad humana en maneras que solo nosotros creemos entenderla. «Cuánta locura y agrupaciones exóticas de colores», pensaba, mientras caminaba hacia el cubículo colindante.

El siguiente maestro que la GNA me presentó fue al promotor del realismo fantástico hondureño: Julio Visquerra, un artista originario de Olanchito que llama la atención con el drama característico de sus trabajos y las curvas de su mostacho perfectamente elaborado. Su dominio de múltiples estilos artísticos, el simbolismo detrás de sus creaciones, sus animales imaginarios, su manera tan característica de satirizar a la sociedad y su atrevimiento de representar la decadencia humana a través de las frutas me dejaron fascinado. De todas sus obras exhibidas, hay dos con las que generé una conexión inmediata por el sentimiento enigmático que generan sus bestias antropomórficas: Casuarios y Desde la Playa. «La insania de la mente y sus formas tan misteriosas de convertir el pensamiento abstracto en algo tangible», concluí al despedirme de Visquerra y dirigirme a la última exhibición temporal. 

El pintor, escultor, ceramista y docente, Gabriel Zaldívar Ordóñez, usa la palabra escrita para preparar a quienes lo visitamos al éxtasis visual-espiritual que estamos por atravesar. En un cartel de considerable tamaño colocado al lado de la puerta de ingreso, se resume lo siguiente: «Caminante del Mediastino. No es más que el latir del corazón, que se aloja en ese espacio llamado mediastino… Nuestras acciones las correspondemos siempre con el corazón… Es siempre el corazón quien nos rige, o es siempre el corazón con quien nos comparan. Es el corazón por el que nos alejamos de los vacíos que empobrecen y destruyen nuestro espíritu».

Arrugué la cara, sacudí el cuerpo para librarme de las hormigas que bailaban sobre mi piel entera y entré a la sala con nerviosismo. Inmediatamente después estaba rodeado de corazones de todas las formas, de todos los tipos y tamaños, colocados de formas en las que nadie nunca los había acomodado y construidos de materiales que en la vida habían sido utilizados para representar al órgano asociado a la corrupción de la persona, al amor de Dios, a la miseria humana, al idilio entre dos seres, al compromiso infinito con algo o alguien, a la vida en sí.. 

En la recta final de la vista se puede caminar entre una diversidad heterogénea de esculturas realizadas por maestros de la roca de todo el país. En el jardín situado en el centro de todo el edificio es posible contemplar desde una vagina hasta figuras humanas, estelas mayas, animales y representaciones amórficas mediante las cuales su creador intenta transmitir su ideología. Terminé de verlas y me dirigí a la misma puerta por la que había entrado.

Antes de salir, percibí que el caballero de anteojos rectangulares y piel ocote seguía en el mismo lugar. Fui hacia donde él para expresarle lo bien que la había pasado y consultarle cada cuánto había cambio de exhibiciones. 

–En el papel estamos llenos para los próximos cuatro años –respondió. Después agregó–: Pero en realidad hay cambios, y con muchísima suerte y optimismo, una vez al año. 

La plática siguió con unas declaraciones sobre el estado de la Galería Nacional de Arte, pero que también podría ser el de muchos otros recintos que conforman nuestro patrimonio cultural: 

–Aquí donde ves llevamos alrededor de seis meses trabajando sin percibir un sueldo, todo por amor al arte y la convicción de que a través de ella se puede crear la cultura que tanto queremos los hondureños. No tenemos y no hemos tenido apoyo de éste ni de los gobiernos anteriores, pero aquí estamos, echándole ganas, sonriéndole a todos los que, como tú, nos visitan.

Desde este punto en adelante, pasaron casi dos horas en las que ningún silencio incómodo se osó a intervenir en nuestra conversación. Después, él cerró las puertas de la GNA y me invitó a sentarme en un banco similar a los que los comediantes utilizan en sus espectáculos de comedia. 

–Sabes –dijo con cierta desilusión–, antes de la pandemia se parqueaba un camioncito de esos de los que venden calambres afuera de la Galería. Era increíble ver desde aquí adentro la fila y la cantidad de dinero que estaban dispuestos a gastar las personas para comprar su bebida alcohólica, pero cuando venían aquí sin necesidad de haber hecho tan solo un minuto de fila y les decía que la donación para entrar era de cuarenta lempiras, chupaban los dientes, se quejaban y se daban la vuelta para irse a otro lugar.

Yo sentía punzones en la garganta y en el estómago, sin embargo, me dediqué a seguir escuchando todo lo que quisiera compartirme. 

–En San Pedro Sula tenemos más de treinta millones de lempiras en arte guardado en bodegas… ¡Más de treinta millones de lempiras! –exclamó. . 

–¿Todo porque nadie ve una posibilidad de lucro? –pregunté asombrado. 

–No lo pudiste haber dicho mejor –respondió después de un profundo suspiro–. Siempre que buscamos patrocinios o apoyo de las personas que concentran algún tipo de poder, su respuesta es «Y yo, ¿qué gano?». Con esto tenemos que lidiar. Quisimos hacer un proyecto que consistía en invitar a las personas, especialmente a los niños, bajo riesgo y estados de vulnerabilidad, que viven en las calles por injusticias de la fortuna. La intención consistía en brindarles un espacio lejos de las drogas y la violencia en donde al mismo tiempo pudieran aprender sobre arte, pero cuando buscamos ayuda económica para poderlo materializar, ¿sabes que nos respondieron?

–Y yo, ¿qué gano? –pregunté. 

–¡Así es! Todo, absolutamente todo se mueve solo si hay dinero de por medio. Aparte de no encontrar un beneficio económico en el proyecto, a quienes buscábamos para el apoyo afirmaban que los indigentes regresarían al poco tiempo a las drogas y a la violencia y que nada se iba a lograr con ese proyecto. La gente educada carece de empatía.

–De verdad estamos jodidos todos ustedes –le dije, mientras nos tiramos una carcajada por la cita a Rosuco. 

–¿Cuál es tu nombre? –me preguntó casi al terminar la conversación. Le respondí y aproveché para consultarle el suyo. 

–Me llamo José Jorge Salgado –contestó–. Soy el Director Ejecutivo de la GNA. Ha sido un verdadero placer conversar contigo. 

Nos dimos un caluroso sacudón de manos y, minutos después, nos despedimos.

***

Existir no es lo mismo que vivir. En el primer verbo hay, o debería de haber, un proceso de entendimiento consciente de nuestro lugar en el mundo físico perceptible por nuestros sentidos; un reconocimiento de la esencia que nos constituye. En el segundo se combina el entendimiento consciente del primero, pero se le agrega la experiencia directa individualizada e intersubjetiva materializada a través del ejercicio holístico de un accionar libre. ¿Dónde nos encontramos y sobre qué terreno estamos caminando? Para responder estas interrogantes es oportuna la autoevaluación. Solo así podemos situarnos ante un espejo y consultarnos, metafóricamente hablando, si estoy existiendo del mismo modo en el que una roca lo hace o si me estoy esforzando en vivir plenamente la finitud de mis días. 

Dado que nuestro organismo no está desarrollado para tolerar (como nosotros pensamos) la brutalidad prolongada del automatismo lineal, también es importante descubrir, a lo largo del proceso autoevaluativo, cuáles son las actividades, los lugares, las experiencias o los rituales que nos ayudan a recargarnos de la energía vital necesaria para contratacar la sensación de esterilidad. Somos seres rutinarios, adictos al confort que nos brinda la ilusión del supuesto control que tenemos sobre las líneas del tiempo, no obstante, el apego a la repetición y la codependencia a los programas no deberían de eternizar como asuntos prioritarios en el existir humano. Vivir sin percatarnos de ello, o peor aún, encuadrarnos en una vida así, es mortal, y la muerte no solo se manifiesta en el plano físico. 

He intentado de resumir hasta aquí en dónde me encontraba después del primer semestre del año y lo que viví en el primer día que tuve la oportunidad de hacer algo para resolver la encrucijada creada en mi cabeza. Con una decisión tan simple, logré encontrar una de tantas curas par lidiar con la infertilidad. Jamás hubiera imaginado que salir sin rumbo alguno iba a brindarme respuestas, despertar sentimientos apagados y llevarme a reflexiones vírgenes hasta entonces. Tampoco imaginé que iba a tener la dicha de conocer a una persona tan interesante como José Jorge Salgado, el caballero de anteojos rectangulares y piel de ocote. ¡Qué montón gané!

Los invito a conocer la Galería Nacional de Arte para que experimenten directamente lo que intenté describir con la limitación de las palabras. Les aseguro que si van, no solo respirarán aires nuevos, también crearemos conciencia para construir una cultura en donde se apoyen a todos los artistas hondureños que no pueden presentar sus trabajos por la falta de apoyo y de espacios, y con esto no solo me refiero a quienes pintan o esculpen. Demostrémosles a quienes tienen la fe puesta solo en sus negocios lucrativos que en el arte hay amor y oportunidades, y que a nuestra sociedad le hace falta mucho de ambos.

Sobre
Juan Diego Napky (Tegucigalpa, 1996) es abogado, escritor, atleta y amante del arte en sus diversas manifestaciones. Obtuvo el primer lugar en la XI Edición del Concurso de Ensayos «Roberto Ramírez» organizado por el Banco Central de Honduras y ha publicado para El Milenio. En la actualidad se desempeña como socio del Club Rotaract Kaputzihil y Honduran Young Arbitrators.
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4 comentarios en “Y yo, ¿qué gano?”

  1. Magnífica vivencia dominical, pese a las gigantezcas limitaciones en nuestra amada y marginada metrópolis tegucigalpeña. Usted y José Jorge desnudaron la cruda realidad que padece una institución históricamente importante en el ámbito espacial difusor de las artes plásticas y visuales de Honduras.
    Tengo la percepción que cercana a la certeza, me hace pensar de manera optimista que en el presente gobierno, bajo la rectotía presifencial de Xiomara Castro y la Secretaría de las Cultulas, las Artes y los Patrimonios de los Pueblos de Honduras SECAPPH, a cargo de la ministra Anarella Vélez, brindará el apoyo pertinente para que la GNA desarrolle una agenda que contribuya al desarrollo de nuestras artes, como espacio exhibidor y salvaguarda del arte plástico y visual de Honduras. Con todo respeto, sugiero al compañero José Jorge Salgado, que las muestras o exposiciones no duren tanto tiempo, y abra ese espacio para que al menos haya unas expocisiones colectivas al año y al menos un par de exposiciones individuales, con buenas curadurías. Esto se me ocurre nada más para que la GNA tenga otra dinámica y se invite a públicos estudiantiles y.a empleados de las diversas secretarías de estado y a sus familiares, con paga de entrada menor y cuente con subvención del estado para un mejor funcionamiento y el pago decoroso a sus empleados. Abrazos. Gracias por compartir.

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