Lideni, del pueblo indígena lenca, fue exiliada durante dos años junto a su familia después de que su madre recibiera una orden de alejamiento por habitar en Tierras del Padre, su comunidad en Honduras. Lideni regresó, pero después de tres intentos de desalojo, el miedo de perder sus tierras y alejarse otra vez de sus jardines, cultivos y amigos, continúa. Esta historia fue coproducida entre Agenda Propia y Contracorriente.
Texto: Persy Cabrera y Luis Lezama
Fotografías: Fernando Destephen y Persy Cabrera
Video: Persy Cabrera y SentARTE
Lideni, Eliezer y sus primos comienzan a silbar.
–Están llamando el viento, ya viene –dice Yessenia, madre de Lideni y Eliezer.
A los segundos, una ráfaga de viento se escucha. El viento proviene de un bosque de pinos ubicado detrás de la escuela primaria de la comunidad Tierras del Padre, integrada por indígenas del pueblo lenca, territorio ubicado a una hora (13 kilómetros) de Tegucigalpa, capital de Honduras.
Con apenas nueve años, Lideni Alonzo vivió el exilio de Tierras del Padre, un lugar en donde ella tenía, además de familia y amigos, la facilidad para acercarse a un árbol a bajar mangos. Algo que solían recordar junto con su hermano, Eliezer Alonzo, de 7 años, cuando tuvieron que vivir en la ciudad de Tegucigalpa después de salir huyendo de su comunidad.
Al preguntarle si en los dos años en la ciudad consiguió amigos, Lideni responde: «¿Amigos? Enemigos más bien».
Cerca de la casa en la que vivían en Tegucigalpa, Lideni y Eliezer también tenían un árbol de mangos, pero a los niños de la vecindad no les gustaba la idea de compartirlos con ellos. Aunque tenían el permiso de un adulto para coger los mangos, los niños de la zona tildaron de ladrones a Lideni y a Eliezer, que con tristeza decidieron no volver a recoger la fruta del suelo. Hasta disfrutar del fruto de los árboles era difícil estando lejos de su hogar.
Su salida de Tierras del Padre en 2017 se dio por las medidas de alejamiento que el sistema judicial hondureño le impuso aYessenia Posadas, madre de Lideni, Eliezer y Raquel, quien tiene un año. Yessenia, una maestra indígena lenca de 34 años, forma parte del grupo de 11 personas de la misma comunidad que fueron judicializados por usurpación de tierras y recibieron la orden de desalojar su territorio, por lo que tuvieron que dejar sus casas.
Los lencas son un pueblo indígena que históricamente ha habitado en los países de Honduras y El Salvador. Desde la época precolombina, sus comunidades han sido sometidas a un continuo proceso de asimilación cultural por parte de los ladinos o mestizos, incluyendo la pérdida de su lengua y buena parte de sus rasgos y costumbres propias debido a la discriminación, directa e indirecta, la vulneración de sus derechos y la privatización de sus territorios, de acuerdo con la investigación dirigida por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) en el 2001. La lucha de algunos de sus miembros ha servido incluso como referencia nacional, como es el caso de Lempira, indígena lenca cuya historia data del siglo XVI y que se convirtió en prócer hondureño, dando origen al nombre de un departamento del país (Lempira), la denominación de los billetes hondureños (conocidos como «lempiras») y fungiendo como figura del billete de 1.00 lempira. Según la historia, Lempira organizó una guerra de resistencia contra los conquistadores españoles que duró cerca de doce años y que terminó con su muerte en 1537.
Cinco siglos después de la muerte de Lempira, ya no son la espada y la cruz las que amenazan a la comunidad de Tierras del Padre con el pretexto de la civilización, sino una inmobiliaria cuyo nombre no podría ser más emblemático: Inmobiliaria Siglo XXI.
Yessenia recibió la orden de alejamiento el 18 de septiembre del 2017, el día que Lideni cumplía siete años. «Lo pasé mal porque en el día de mi cumpleaños estábamos buscando como jalar las cosas», dice Lideni sobre lo que se suponía era un día de celebración.
Yessenia, además, era maestra de la Escuela Indígena lenca Comunidad Tierras del Padre. Ahí solía enseñar la lengua lenca a aproximadamente 70 niños y niñas, entre los que están sus tres hijos. Pero todo esto se terminó cuando la judicializaron por el delito de usurpación de tierras y se le interpuso una orden de alejamiento de su hogar y de la escuela.
Yessenia también es conocida en la comunidad porque impulsó la creación de la escuela, así como por promover la enseñanza de su lengua originaria, que se encuentra casi extinta; por lo que este centro educativo es crucial para que las futuras generaciones hablen su idioma propio. Esta escuela representa el acceso más cercano a la educación para una etnia que cuenta con un 17 % de su población en condición de analfabetismo, según el Censo de Población y Vivienda realizado por el Instituto Nacional de Estadística (INE) en 2013. En la pandemia por COVID-19 esta cifra se agravó a nivel nacional por la falta de acceso a internet y tecnologías que sufre la mayor parte de la población.
–Hemos sufrido un lingüicidio –dice Yessenia–, nos han matado la lengua desde la colonización. Y ahora no hemos avanzado nada porque estamos viviendo lo mismo: persecución y exilio. Nosotros defendemos lo que tenemos y somos objeto de persecución, de judicialización, como en nuestro caso.
La orden judicial no solo le impidió seguir dictando clases, sino que también la obligó a moverse junto con sus hijos Lideni, Eliezer y Raquel, su hija menor, a vivir a Tegucigalpa, puesto que desde el 18 de septiembre de 2018, es decir, un año después que le impusieran la medida de alejamiento hasta la actualidad (junio de 2022), Yessenia, el 15 de cada mes debe firmar en un Juzgado de Paz en la capital una hoja donde da cuenta de que sigue en el país. El día en que llegó a la ciudad por primera vez no pudo encontrar un lugar dónde hospedarse, por lo que optó por dormir en el Parque Central, frente a la estatua del General Francisco Morazán y de la Catedral de Tegucigalpa.
–No teníamos adónde ir y nos agarró la noche.
De su estadía en la ciudad Lideni recuerda un centro comercial capitalino que le gustaba, pero estar en Tegucigalpa no era de su agrado porque lo único que podía hacer era estar frente a un televisor.
Su emoción es más grande cuando habla de su comunidad, de los animales que crían en casa, de correr por los bosques, de salir a buscar mangos y de cuidar el jardín junto a su familia en Tierras del Padre.
Pero tanto el bosque, como los mangos y el jardín forman parte de las 10,000 hectáreas que la Inmobiliaria Siglo XXI reclama como propias, las mismas por las que se encuentran judicializadas Yessenia y otras diez personas de la comunidad que se oponen al desalojo que en más de tres ocasiones han intentado las fuerzas de seguridad policiales por órdenes del Poder Judicial hondureño, de acuerdo con Pedro Lagos, presidente del Consejo Indígena lenca de Tierras del Padre. El desalojo no incluye solo a estas 11 personas y sus familias, sino a alrededor de 120 familias que habitan en la comunidad de Tierras del Padre.
El último de los intentos de desalojo sucedió el 9 de febrero de 2022. Los medios de comunicación cubrieron el hecho, que concluyó en una imagen de resistencia por parte de los pobladores y los niños y las niñas de la comunidad, quienes abrigados y cubiertos con tapabocas entonaron el himno nacional hondureño en lengua lenca. Finalmente, tras las imágenes dramáticas que transmitieron los medios, se lograron evidenciar inconsistencias en la orden de desalojo y cancelaron el desplazamiento.
De ese día, Lideni recuerda que Eliezer era parte del grupo de niños que cantó el himno nacional. Además de lenca, también saben algunas palabras en inglés y le dan el crédito por ello a su maestra, Yessenia, su madre.
–Como que es trilingüe su mami– dice Yessenia, mientras se ríe.
En medio de la desesperación de ser desalojados ese 9 de febrero, Lideni y su familia entraron a su casa y se encerraron. «De aquí no nos salimos, solo si miramos que hay peligro sacamos los niños, pero nada más», fueron las palabras con las que Yessenia determinó la decisión familiar.
Después de un tiempo en silencio decidieron ir a la entrada de la comunidad, donde Eliezer cantó el himno y donde hubo forcejeos entre habitantes de Tierras del Padre y los agentes policiales. Lideni lamenta los hechos violentos de ese 9 de febrero:
–Hubo hasta golpeados. Hasta embarazadas golpearon.
Honduras es un país pluricultural y multiénico, pero los grupos étnicos se enfrentan a una situación de exclusión, marginación y discriminación histórica, de acuerdo al informePobreza étnica en Honduras, publicado por el Banco Interamericano de Desarrollo en 1999. Esa situación no se ha revertido y en la actualidad la población indígena lenca de Tierras del Padre es víctima de un proceso lento de resolución legal por parte de entidades del Estado y que favorece a una de las partes de acuerdo a los líderes de la comunidad.
Ese 9 de febrero de 2022, la comunidad de Tierras del Padre notó que la orden de desalojo tenía como fecha de ejecución el año 2021, por lo que recurrió a los medios de comunicación y a las autoridades para denunciar la inconsistencia. Pedro Lagos, presidente del Consejo Indígena lenca de Tierras del Padre, relata que el juez ejecutor y la Inmobiliaria Siglo XXI hicieron las llamadas pertinentes y en cuestión de dos horas la orden con la fecha corregida ya estaba en la entrada de la propiedad. Sin embargo, el colectivo indígena aprovechó ese tiempo para interponer dos recursos de amparo ante la Corte Suprema de Justicia en la Sala de Apelaciones, las cuales hoy día no han sido resueltas.
La desprotección de la niñez y familias indígenas en Honduras, sumado a la ola de violencia e inseguridad en el país, pusieron en riesgo la vida de Lideni y su familia. Además de estar en Tegucigalpa, también vivieron en Santa Ana, municipio de Francisco Morazán cercano a Tierras del Padre, durante los dos años que estuvieron allí en exilio, también fueron víctimas de un robo.
–Y más enemigos –dice Lideni–. No hubiéramos ido para ahí, lo que nos ganamos es que nos robaran las cosas –comenta Lideni cuando recuerda la estadía en Santa Ana.
Entre los objetos robados estaban un juego de ollas —«nuevecito», recalca Eliezer—, un equipo de sonido y un reproductor de DVD.
Todo este periplo fue traumático para sus hijos, cuenta Yessenia. No paraban de preguntarle:
–Mami, ¿cuándo vamos a volver?
–Pero, ¿por qué nos quitaron nuestra casa?
–¿Por qué los demás pueden estar allá y nosotros no?
Como madre y como maestra siempre les había resuelto sus dudas, pero esta vez no tenía una respuesta.
– No sabemos –respondía.
Yessenia remarca las consecuencias de tener que salir de su comunidad y considera que las autoridades no miden el daño económico y psicológico a su familia.
–El estado de Honduras pensó que solo eran medidas de alejamiento –dice–, pero no sabe todo lo que arrastra en ese sentido. Por eso yo les digo: ni con una recompensa millonaria van a lograr saldar el daño que nos han hecho a nosotros y a nuestros niños también.
Pero el problema continúa, la zozobra invade la mente de los adultos, niños y niñas de Tierras del Padre ante otro posible intento de desalojo y las medidas de alejamiento que imponen a sus líderes. Para poder sobrellevar el litigio, los pobladores tienen un trato con un abogado privado que financian con aportaciones de toda la comunidad; además, cuentan con la ayuda de varias ONG que los asesoran legalmente.
Las presiones por las tierras
La Inmobiliaria Siglo XXI, que pretende construir en el predio de Tierra del Padre un proyecto habitacional, tiene como figura visible en medios de comunicación a Mario Facussé, empresario hondureño cuya familia es una de las más adineradas de Centroamérica, según un artículo de BBC de 2017.
Facussé, que se define a sí mismo como un constructor, se encuentra disputando 10,000 hectáreas de tierra que dice haber comprado a la empresa Corporación Inmobiliaria de Inversiones en Tierras del Padre. Los indígenas del pueblo lenca en Tierras del Padre, por su lado, señalan que estos terrenos les pertenecen por la existencia de un título ancestral que data de 1739, de acuerdo con Pedro Lagos, presidente del Consejo Indígena lenca de Tierras del Padre. Pero Facussé los acusa de ser invasores de su propiedad y por ello están judicializadas estas 11 personas que se oponen al desalojo, donde habitan alrededor de 350 personas, de acuerdo con Lagos.
En favor de Facussé se encuentra un título supletorio otorgado en 2013, así como la desestimación por parte del juez que conoció la causa de un título de tierras ancestrales que data de 1739 y que, según los lencas de Tierras del Padre, los respalda.
La falta de títulos de propiedad es un problema que ha afectado históricamente a los Pech, Tawahka, Miskitos, Tolupanes, Garífunas y lencas, grupos indígenas en el territorio hondureño. De acuerdo con el Grupo de Trabajo Internacional para Asuntos Indígenas (IWGIA), para 2010 apenas un 10% de la población indígena en Honduras tenía títulos de propiedad de sus tierras.
–Hemos sido víctimas de presión, humillación, de contingentes militares –dice Hermes Posadas, presidente del Consejo de Ancianos y padre de Yessenia–. Nos han golpeado y nos han intentado sacar a la fuerza a petición de un terrateniente que el Estado ha apoyado. Como indígenas estamos defendiendo nuestro pedazo de tierra, no estamos pidiendo otra cosa. Que nos dejen trabajar, cultivar la tierra.
Hermes, al igual que su hija y sus nietos, también forma parte del grupo con medidas de alejamiento de la comunidad. Su separación de este lugar impidió la práctica de remedios naturales en una zona que carece de un centro de salud. Como líder, Hermes exige que se acepte el título ancestral como prueba en los juicios y que serviría para probar que son dueños de estas tierras.
«…teníamos esperanza de volver y se pudo»
A pesar de su corta edad, los hermanos Alonzo tienen una infancia marcada por el exilio de su comunidad y la cercanía con otras luchas indígenas en el país. Lideni y Eliezer recuerdan cuando estuvieron por cuatro días en el campamento ¡Viva Berta¡, que se desarrolló frente a la Corte Suprema de Justicia de Honduras durante el juicio a David Castillo, condenado como culpable por ser coautor en el asesinato de la ambientalista y líder indígena lenca, Berta Cáceres.
–Ponían cartulinas y decían que un hombre mató a Berta. También unas papeletas que decían «¡Justicia para Berta!» Y el día que llegó… David, se llamaba, me parece –recuerda Lideni.
–David Castillo –agrega Eliezer y después sentencia–: Y el día que lo iban a condenar hicieron una fogata e hicieron hasta lo imposible hasta que salió culpable.
Acompañar a su madre después de que se le impusieron medidas de alejamiento los convirtió a ellos también en exiliados. Pero aún en el momento más complicado, ese 18 de septiembre que partieron de su hogar, dejaron algunas cosas con la esperanza de regresar.
–Solo nos llevamos algunas cosas porque teníamos esperanza de poder volver, y se pudo– dice Lideni.
Lideni compartió esa esperanza que también tuvo Berta Cáceres, quien fue asesinada en 2016 por su oposición a las concesiones de ríos en todo Honduras y que solía decir: «Cuando iniciamos la lucha contra Agua Zarca yo sabía lo duro que iba a ser. Pero también sabía que íbamos a triunfar. Me lo dijo el río».
El universo religioso de los lencas es el traslape del colonialismo y las creencias prehispánicas. Entre sus rasgos básicos, está la visión animista de la realidad. Carlos Brenes, en su Programa de Árboles, Bosques y Comunidades Rurales en Memoria Taller Indígena Centroamericano, plantea que la peor tragedia en los procesos de rehabilitación del saber indígena es caer en la trampa del racionalismo de haber abandonado en su sistema de conocimiento el saber sentir. El saber que se conoce también sintiendo.
Lideni, Eliezer y sus primos silbando al viento son un ejemplo de esos saberes aprendidos en el contacto con la naturaleza y que se les han hecho posibles por vivir en Tierras del Padre, donde sus familias los involucran en el cultivo de parcelas y donde asisten a una escuela primaria empeñada en recuperar su cultura en un sentido amplio.
Cuando a Lideni se le pregunta si sabe por qué su madre se tuvo que ir de Tierras del Padre, ella no lo duda:
–Nos fuimos porque mi mamá tenía una orden de alejamiento por defender las tierras –dice, impávida a sus nueve años.
A su lado, Yessenia sonríe, como escondiendo que ella le ha enseñado parte de esa conciencia en defensa de las tierras que reclaman como suyas.
Aunque también pudo haber sido el viento, ese que viene y que responde cada vez que Lideni, Eliezer y sus primos lo llaman.
–Ya viene –dice Yessenia, mientras el viento se cuela entre los pinos detrás de la escuela.
* Nota. Esta historia hace parte de la serie periodística Dibujando mi realidad, #NiñezIndígena en América Latina, cocreada con niños, niñas, periodistas y comunicadores indígenas y no indígenas de la Red Tejiendo Historias (Rede Tecendo Histórias), bajo la coordinación editorial del medio independiente Agenda Propia. Puedes leer el especial completo en https://dibujando-mi-realidad.agendapropia.com.co/
1 comentario en “El exilio de la niñez Lenca, un llamado que solo escucha el viento”
Increíble.
❤️