Texto: Josselyn Estrada
Ilustración: Pixabay
Nací en los años 90. Y no fue sino hasta muchos años después cuando empecé a tener claridad en mis pensamientos, casi entrando en la década de los 2000, cuando todas y todos me decían que tenía suerte de haber nacido en esa época, que en épocas anteriores las mujeres ni siquiera habían podido tener la oportunidad de estudiar la primaria. También escuchaba que «las mujeres ya no éramos las mismas de antes», que habíamos llegado al punto de inflexión donde destruíamos nuestras propias familias porque no soportábamos ni sacrificábamos nada por amor, el eterno fin bíblico malinterpretado por el patriarcado: «El amor todo lo soporta».
Aun en esta época sigo escuchando todos los días que los derechos humanos y el progresismo fueron inventados para pervertir el mundo, argumentos con los que tratan de desacreditar cualquier lucha feminista. Pese a que es molesto e incómodo para cualquiera que se sienta cómodo desde su posición, es necesario hablar, escribir y expresar lo que pasamos las mujeres por el hecho de serlo. Como decía Lagarde, el objetivo no es pretender darle esa reivindicación exclusiva a las mujeres y lo femenino, sino más bien reivindicar esa relación desigual entre ambos géneros, porque la voz humana comprende ambos, no solo a los hombres.
¿Cuál es el reto? Lograr cada día que una mujer y un hombre comprendan que las diferencias no deben pretender ser sinónimo de desigualdad, sino de fuerza, pluralidad y belleza.
Dicen que ser niño o niña significa ser feliz porque tu inocencia no te deje ver la maldad, pero estoy en desacuerdo con eso. Desde pequeños vamos aprendiendo cómo actuar, nos formamos como seres humanos de acuerdo a las personas que nos rodean, pero podemos observar y pensar, de hecho hay ciertas actitudes que nos parecen normales como que una niña juegue con un camión de juguete, pero luego nos dicen que eso no es correcto, no lo entendemos y nuestros pensamientos se confunden hasta que nos logran formar con esas divisiones.
Siempre trataron de enseñarme que el ser mujer como sujeto social es algo propio y natural; sin embargo, descarté esa tesis desde que tenía como seis años. Mi madre me compró muchos juguetes que son destinados para las niñas, tenía algunos vecinos varones y yo solo quería jugar con sus pistolas y carros de juguete, nunca lo reproché nada a mi madre, pero estaba segura de que no me gustaban las muñecas; no entendía por qué no podía jugar con carros o con armas simulando ser policía. Desde entonces entendí que no era algo natural el comportarse como querían, más bien era algo que esperaban de mí. Así había sido siempre, pero es un hecho que no son los genes los culpables de cómo somos como hombres y mujeres y la forma en cómo nos relacionamos, sino la sociedad misma, su historia y cultura, algo que se construyó para vernos así, sumisas y vulnerables .
No tengo el recuerdo exacto de cuantas veces lloré porque era una niña y no me dejaban usar pantalones o botas vaqueras para mi cumpleaños porque tenía que usar un vestido rosa, debía sentarme de cierta manera y no podía hacer actividades divertidas que hacían algunos niños. De hecho, escuché muchas veces decir que tener una niña es tener «carne para los perros», creo que fue de las cosas que más me ha dolido, porque sentía que mi madre y mi padre no estaban orgullosos de mí por ser una mujer.
Comencé desde mis etapas difíciles en la adolescencia a ver los cambios en mi cuerpo y en las personas que me rodeaban, algo que nunca olvidaré es cuando mis pechos comenzaron a crecer. Caminaba de manera extraña y sumía el pecho para que no se notaran; sentía que era malo y me avergonzaba por algo totalmente normal, quizás era miedo de lo que había escuchado, que al crecer éramos más «apetecibles para los hombres» y que podíamos provocar con nuestros cuerpos. Todo esto penetra en nuestras mentes, justamente por el hecho de que se nos dio ese lugar subalterno con el poder mínimo de servir como objeto sexual, erótico o procreador, como decía Lagarde.
Se me decía que debía estudiar y ser mejor para no depender de un hombre, que no debía dejarme maltratar por ninguno, pero veía en mi casa como se actuaba contrario a lo que se profesaba. Mi madre es una mujer fuerte y valiente, pero la vi pelear tanto solo para que la dejaran trabajar, estudiar o simplemente divertirse; me dolía que tuviera que hacer el triple esfuerzo para poder hacer otras cosas que no están asignadas a su rol como mujer. Yo me esforcé toda mi vida para que no pasará conmigo, pero fue inevitable.
Quiero decir que el hogar no fue el único escenario de tantas tristezas y decepciones, veía a mis vecinas, amigas y familiares sufrir por esa relación de opresión. Cuando veía algún tipo de violencia o discriminación en mis conocidas, trataba siempre de actuar o de hacer entender a esa mujer que estaba mal y no debía permitirlo. La mayoría de las veces fue inútil, me decían que eran cosas de parejas o personales. Tiempo después entendí que lo personal es político y que esas expresiones individuales nos conciernen a todas , porque son parte del sistema y una estructura de poder.
Lo más impactante de mi vida fue ver mujeres que estaban en una situación mucho más compleja que la mía. Crecí en el campo, pero tenía privilegios que otras mujeres no poseían; mujeres que, además de tener que enfrentarse a un sistema y una sociedad que nos impone como debemos ser mujer, tenían que luchar contra la pobreza, contra sus preferencias sexuales porque no tenían una «socialmente aceptada». Nunca olvidaré un viaje que tuve en mi época universitaria, me quedé en una finca en un país del sur, nos atendieron unas mujeres migrantes y tuve la oportunidad de hablar con ellas. Después de escucharlas sentí que mi corazón se partía. El hecho de tener un estatus irregular en un país ajeno las puso en una situación tan vulnerable que hasta se les acusaba de invasoras, ladronas, fáciles, aprovechadas y se les negaba atención médica tanto a ellas como a sus hijos. Su trabajo era tan mal remunerado que no entendía cómo lograban vivir con eso. Todas estas situaciones nos ayudan a comprender que el género se cruza con otras identidades (pobreza, migración, raza, etc.), y es donde aparece el carácter interseccional de la discriminación, entendemos como esos cruces crean situaciones únicas de opresiones y privilegios. Por eso es necesario pensar cómo cada mujer enfrenta las desigualdades para poder replantear cambios, y no solo hacerlo desde nuestros privilegios.
¿Es difícil ser mujer? Es una pregunta que un día lancé a mis amigas. Ninguna sabía que decir, pero al final coincidieron en algo: dijeron que era complicado porque las personas esperaban cosas de nosotras, como casarnos o tener hijos.
Una de ellas dijo que todo el mundo le decía «mala madre» por el hecho de haber pedido ayuda con el cuidado de su hija para poder estudiar y superarse, pero nadie había preguntado por el padre ausente, que la abandonó y nunca más apareció.
Si me preguntan si ser mujer es difícil, respondería que claro que lo es, porque al igual que ellas me enfrenté a un sinfín de críticas por ser quien soy, por querer estudiar más y decidir no tener hijos; por el hecho de buscar siempre un espacio político se me ha señalado diciéndome que mi belleza no combina con mi inteligencia, por el solo hecho de ser feminista.
¿Vivimos en una eterna guerra por ser mujeres? Por supuesto. Luchamos todos los días para ser humanas verdaderamente iguales; es una lucha constante y desgastante, pero necesaria. Me gusta ser quien soy, y no por ser mujer, sino por el hecho de ser «yo», esa esencialidad única que se nos asigna a cada ser humano. Ninguna mujer merece no querer serlo, es parte del reto que hombres y mujeres nos sintamos orgullosos de ser quienes somos, sin estereotipos ni juicios de valor.
3 comentarios en “La eterna guerra de ser Mujer”
Espero poder leer comentarios si alguien se siente plenamente identificado (a), gracias Contracorriente.
Muy buen artículo Josselyn, hay cosas que comparto y otras que no mucho por tu profundidad en el feminismo, ya que antes de ser feminismo o en lo personal por decir machista, centrémonos en ser nosotros mismo, y claro es la manera de cómo hemos sido enseñados desde pequeños, pero hoy en día la mujer tiene un papel importante en nuestro sistema y es de admirar. En mi opinión debemos de enfocarnos en hacer un mundo mejor tanto del lado feminismo o de nosotros los hombres, a ser personas íntegras y honestas que este mundo carece de esto hoy en día, sencillamente a ser luz donde estemos.
El feminismo ha sido clave para ampliar derechos, esas mujeres que tu dices que ahora ocupan lugares importantes, lo ocupan gracias al trabajo constante de mujeres fuertes y feministas.
Saludos Oscar.