El reconocimiento del trabajo del hogar y de cuidados

Texto: Claudia López
Ilustración: Freepiks

Parece que el tema del trabajo del hogar es recurrente en mis relatos. Y es que recién se conmemoró el Día Internacional de las Trabajadoras del Hogar y pensé otra vez en esta labor, tan invaluable, pero tan invisibilizada desde la óptica capitalista y patriarcal. 

En la actualidad, se encuentra tan infravalorada que las trabajadoras organizadas y remuneradas del hogar siguen luchando por los derechos más básicos en nuestro país. La lucha se antoja enorme. Para empezar, luchan porque se legisle a su favor como un derecho humano con fundamento en los principios de igualdad y no discriminación. A esta altura del siglo XXI, sus derechos se encuentran contenidos en un pequeño apartado del Código del Trabajo que, en lugar de agenciarles protección, secundariza esa labor. Por tanto, conmemorando ese día tan importante, veo necesario referirme a algunas inquietudes desde mi propia mirada como mujer, pero reconociéndome privilegiada. Quiero, pues, intentar aplicar un enfoque de género y de interseccionalidad a este sentir. 

Hace poco, la actriz Melanye Lynskey, al ser premiada en los Critics Choice Awards 2022, dijo: «La persona más importante que creo que tengo que agradecer antes de terminar es mi niñera, Sally. La amo (…). Ella es un ángel absoluto. Ella está con mi hijo, y mi hijo está seguro y cuidado, y me permite ir a hacer mi trabajo. Gracias, Sally. Te amo tanto». El discurso fue elogiado en redes sociales y catalogado como enternecedor. Yo quiero intentar ir un poco más allá y entender la dimensión real de esa labor de cuidado.

Cuando hablamos del trabajo de cuidados lamentamos la feminización del mismo, pues la labor de cuidados la trasladamos siempre a otra mujer aunque reciba un salario por ello. No deja de ser el traslado de una opresión patriarcal de una mujer a otra mujer. Los hombres nunca o casi nunca «están disponibles» para esta labor; de manera connatural, el sistema patriarcal se encarga de posicionar en el imaginario colectivo que esa labor debe ser ejercida por una mujer, sea esta una tía, abuela, hermana, suegra o amiga. En fin, ellas: esas redes de apoyo que siempre están con nosotras (aun y cuando no sea fácil traslapar generaciones, coincidir en costumbres, etc., pero ese es otro tema). Ellas siempre están cuando nos quedamos sin el apoyo de una trabajadora del hogar. 

Y ahora es cuando quiero referirme a lo que me ocurrió cuando la trabajadora doméstica empleada en casa (un ángel en nuestras vidas) cambió de rumbo y se fue. Aquella decisión me hizo valorar aún más el trabajo de cuidado. Sobre todo porque no contamos con otras opciones, pues tenemos una criatura que depende absolutamente de ese cuidado. Por razones de trabajo, mi compañero de hogar no reside permanentemente con nosotros, así que nos es imprescindible contar con una trabajadora del hogar; pues además de ser mamá y todas sus implicaciones, yo también trabajo fuera de casa. Cuando la trabajadora del hogar se fue por razones familiares, decidí llevar a mi hijo a una guardería, sin embargo, casi de inmediato enfermó y no era posible por recomendaciones médicas –al menos por un buen tiempo– llevarlo a ese cuidado. Así que, casi contra mi voluntad –pues me niego a que las abuelas deban ejercer ese cuidado–, organizamos que las abuelas apoyaran en ese momento. Esta decisión me ha cargado de manera interminable, pues no acepto aún la idea de irrumpir en la jubilación de alguien y depender de ese apoyo para solucionar una emergencia de este tipo. 

Pasaron ya casi tres eternos meses entre tratamientos médicos a mi pequeño, una mudanza necesaria, mil horas de estrés, dolor por la partida, la separación y la nostalgia del sitio construido como hogar para reiniciarlo en otro sitio. Y es hasta ahora que llegó un nuevo apoyo, una nueva empleada del hogar que sin duda me saca una enorme carga, me llena de esperanza y me hace valorar más esa dedicación practicada por quienes ejercen esa labor. Una labor que, en la mayoría de los casos, practican obligadas por el hecho que en este país no haya más opciones por razones de corrupción, impunidad y décadas de saqueo de los recursos para educación y derechos básicos de la población más postergada, dejándoles sin más opciones de sobrevivencia. 

Aunque aclaro, y sin perjuicio de que la feminización del trabajo de cuidado debe ser motivo de cuestionamiento permanente, el trabajo de cuidados y del hogar no debería ser visto como un infortunio si se dieran las condiciones adecuadas para esa labor y se garantizaran altos estándares de cumplimiento a derechos laborales. Esta debe ser justamente la lucha. Y si bien desde los espacios académicos lo he venido haciendo, ahora me comprometo más a visibilizar y acompañar desde mi trinchera el reconocimiento legal en toda su expresión del trabajo doméstico remunerado; no únicamente desde una «visión romántica» del tremendo apoyo que significa tener a alguien que cuide de mi hijo, sino también de la necesidad de exigir que se legisle a favor de los derechos de las trabajadoras del hogar o trabajadoras domésticas remuneradas. 

Ahora, que por primera vez una mujer es presidenta del país, es cuando más deberíamos demandar un enfoque de género e interseccionalidad en todas las decisiones. Este tema, por ejemplo, debería iniciarse con la adopción y ratificación del Convenio sobre las Trabajadoras y Trabajadores Domésticos de la Organización Internacional del Trabajo (Convenio 189), que será la sombrilla que ampare y garantice las medidas positivas a fin de hacer realidad los derechos del trabajo que sostienen la vida desde la invisibilidad. 

Porque no basta con agradecer que cuento de nuevo con el apoyo de alguien en casa, sino también exigir que ese trabajo se dignifique; lo que se debe traducir en salarios dignos, en seguridad social para las trabajadoras, en proveerles espacios cómodos y adecuados de descanso. En fin, los mismos derechos que la legislación reconoce a todos. 

Y si bien el discurso de agradecimiento de la actriz Melanye Lisnkey a la niñera antes referido al menos posicionó el tema de cuidado en el imaginario público, las acciones deben ser más contundentes como sociedad, pues, como he dicho, reconociéndome mujer privilegiada, el avance de los derechos de las trabajadoras domésticas remuneradas no será posible sin la demanda permanente de todas y todos. Es un tema de justicia colectiva; de no hacerlo, las vidas de estas mujeres y de quienes dependen de ellas no podrán mejorar en términos de derechos fundamentales, como apuntaba Kimberle Williams Crenshaw: «Si no somos interseccionales, algunos de nosotros, los más vulnerables, caerán entre las grietas».

Sobre
Claudia Isbela López, feminista, abogada, jueza, profesora universitaria y aficionada al buen café. Actualmente escribe algunas de sus vivencias con enfoque de género.
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