Los pericos australianos de la suerte

Desde hace 30 años, José Sánchez (60) se dedica al negocio que él denomina como Pajaritos australianos de la suerte, que es similar al juego de la galleta de la fortuna, pero con pericos de colores. El juego consiste en comprar los papeles doblados, luego él abre la jaula, sale un perico que busca y selecciona hojas dobladas con mensajes de superación, buena fortuna o algo muy general que aplica a mucho, las entrega y vuelve a su encierro. Este capitalino es de los pocos que todavía sigue en este negocio, ubicado en uno de los puentes que une a las ciudades gemelas de Comayagüela y Tegucigalpa, que conforman el Distrito Central. Dado que buena parte de la población de Honduras es supersticiosa, el miedo al castigo divino lleva a algunos a practicar dudosos métodos que buscan acortar distancias espirituales u obtener ventaja frente a sus pares. En un país donde la incertidumbre reina, las consultas del tarot, té y todo lo que le ofrezca un porvenir «más seguro» son servicios que se continúan consumiendo. 

—¿Cuánto cuesta el juego? — le consulto a José quien antes de contestar recorre con su mirada de desconfianza el puente que une Comayagüela con Tegucigalpa. El puente Mallol, un punto de comercio sobre el contaminado río Choluteca.

—Diez Lempiras el papelito, de los que sacan los periquitos — me responde

—Deme uno — le pido.

—Por veinte le doy tres — me contesta.

—Deme los tres — respondo y acepto el trato.

Las manos de José abren la puerta de una pequeña jaula de metal que todavía tiene restos de pintura blanca en sus varillas, uno de los pericos sale, se dirige a un plato hondo de metal que guarda papelitos blancos y bien doblados que, según don José, adivinan la suerte. Con una de sus patitas saca tres papelitos y los pone en la mano de José, quien luego los entrega al cliente. Don José dice que los pericos están entrenados para salir de la jaula, escoger la suerte y volver al encierro y que le costaron a él 1,300 lempiras. Añade que los compró ya entrenados. Al explicar su rol, José cuenta que son las ferias los eventos que sostienen este tipo de negocio folclórico que se va perdiendo en un mundo cada vez más globalizado. José ahora es de los últimos —sino el último—en este negocio que se va perdiendo. 

La Ley de Protección y Bienestar Animal indica que los animales de trabajo pueden ser domesticados, pero se trata de animales que milenariamente han sido utilizados para la tracción, el transporte, la carga o el trabajo. Los pericos australianos de la suerte no se consideran como animales de trabajo ni están incluidos. A pesar de eso, desde hace 30 años don José mantiene a su familia con los ingresos de la venta de la suerte que le generan los periquitos, así como de la venta de cadenas doradas y plateadas que cuelgan en una tabla de madera a la par de la mesa delgada que sostiene la jaula. Ninguna autoridad lo molesta, la gente pasa cerca de la jaula, ve los pericos y continúan su camino, diez o veinte lempiras no siempre están en el presupuesto para adivinar la suerte en Honduras.

Sobre
Fernando Destephen 1985 Tegucigalpa, Honduras. Fotoperiodista y contador de historias.
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