La PAA y la vocación son enemigos

Por Persy Cabrera

Foto portada: UNAH Foto CC/Jorge Cabrera


Diecisiete años es una edad complicada para tomar decisiones. La adolescencia resume un tiempo en el que intentamos saber quiénes somos y hacia dónde queremos ir; sumado a eso, tenemos la tarea de conocer qué profesión vamos a tener el resto de nuestras vidas. Algunos elegimos la carrera «lógica» y, quizá, no para la que tenemos vocación. A veces, apenas meses después de recibirnos del colegio, nos embarcamos en estudios para realizar el examen que va a decidir si somos capaces de estudiar la carrera que escogimos: la Prueba de Aptitud Académica (PAA). 

Después de cursar en el colegio un bachillerato técnico en electricidad, el paso lógico para mí era estudiar Ingeniería Eléctrica. Digo lógico porque sería una especie de seguimiento a mis estudios de secundaria, donde tenía un buen desempeño en matemáticas. Sobre todo, significaba estar en una carrera difícil y bien remunerada. Dos cosas importantes, porque ya todos sabemos lo bajos que son los sueldos en Honduras.

Había pensado en el periodismo como una opción, pero siempre hubo algo que me detenía, ya fuera las expectativas sobre mi futuro o la visión que a veces hay de las carreras sociales, subestimadas frente a ser un ingeniero, médico o abogado. Al final, decidí no emprender mi sueño, decidí no atenerme a las consecuencias de probablemente no ser tan bueno abrazando una decisión que fuera mía.

Tres años pasé en la ingeniería y yo pensaba que todo iba bien. En medio de conflictos del estudiantado con las autoridades, clases que se me hicieron difíciles y las que pasaba con relativa facilidad, llegué a la mitad de la carrera. Sin embargo, que todo vaya bien no es sinónimo de que estemos bien y es difícil enfrentarnos a la idea de hacer algo que cambie todo.

Recuerdo estar un viernes en el edificio de la escuela de Física, había pocos estudiantes. Hacía días tenía la idea de que quizá no era feliz y estaba esforzándome por algo que no me llenaba. Y finalmente llegó el día en el que todo simplemente se acumuló en mi cabeza y me sentí vacío.

En mi mente reaparecieron todas esas escenas en las que algún amigo me preguntó qué hubiera estudiado de no estar en ingeniería, escenas donde siempre respondía: «Periodismo». Me llenó la angustia y la preocupación de saber que si quería hacer lo que tenía en mente, tenía que planteárselo a mis papás, iniciar de nuevo y, sobre todo, pensar si la decisión de cambiarme de carrera era más una corazonada que una decisión racional que llegaría a buen puerto.

Dos días después, un lunes por la mañana, como si se tratara de una intervención divina, me encontré con la respuesta que esperaba. El licenciado de una clase de matemáticas comenzó a platicarnos acerca de sus horarios, lo apretada que era su agenda y sus deseos de seguir estudiando. Su reflexión final fue que, aunque era un ritmo de vida cansado, le apasionaba la idea de seguirlo haciendo por una carrera que le gustaba. Estuvo toda la hora clase dando la clase que necesitaba escuchar: una que no era de matemáticas, una que era sobre la vida. 

Tres años y meses después, estoy aquí, a pocos meses de recibirme como periodista. Y me sorprende cómo el cambio de carrera es algo más usual de lo que se esperaría en la vida del estudiante universitario. En mi círculo cercano, hay más de una persona que decidió darle una vuelta a su futuro. Aunque la PAA determine la aptitud de una persona para una carrera, hay un profundo desconocimiento del aspirante universitario sobre algo todavía más crucial: su vocación.

Tras la propuesta del Congreso Nacional de eliminar la Prueba de Aptitud Académica (PAA), creo que se debería aprovechar la ocasión para hacer ver las notables falencias del sistema educativo y no para polarizar una discusión que compete al estudiantado, junto con expertos y autoridades universitarias. Más que eso, quiero enfatizar en la necesidad primordial de una orientación a los aspirantes a una carrera universitaria.

No considero que el tiempo en la carrera anterior fue perdido, pero en una edad en la que necesitaba saber si tenía vocación para la carrera que admiraba, llené mi cabeza con un solo pensamiento: en ese examen tenía que sacar 1100 puntos.

Sobre

Persy Cabrera nació en Tegucigalpa en 1997. Es graduado de bachiller técnico en electricidad del Instituto Técnico Saúl Zelaya Jiménez y cursó media ingeniería eléctrica en la UNAH antes de pasarse a estudiar periodismo. Actualmente es periodista cultural en Contracorriente. Le gusta el cine, las series, el anime, el manga y los libros. Practica fútbol y es entusiasta del deporte en general.

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De nacionalidad nicaragüense y hondureña. Fotoperiodista con 20 años de experiencia en coberturas de contenido internacional. “El fotoperiodismo está presente en mi vida desde hace más de dos década y continúa siéndolo día tras día. “
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