Los «Castro» salieron hace un mes de Nicaragua huyendo del Gobierno autoritario de Daniel Ortega, pero el camino hacia un lugar que podría convertirse en su refugio en el norte de América ha comenzado lento y con muchas espinas.
Texto: Allan Bu
Fotografía: Antonio Gutiérrez
Un pequeño duerme en los brazos de su madre en Corinto, la frontera de Honduras y Guatemala, justo en el puesto de migración donde los viajeros cumplen sus requisitos para cruzar de un país a otro. A su alrededor están sus familiares y varias mochilas. Hay lluvia y con el atardecer llegó un poco de frío.
Los «Castro» —ese no es su verdadero apellido pero los llamaremos así para no vulnerar su identidad— salieron hace un mes de Nicaragua con la esperanza de llegar a Estados Unidos. No obstante, se encuentran varados en terreno neutro. No pueden avanzar porque no cuentan con una prueba de COVID-19 y tampoco quieren regresar al país del que salieron huyendo. Ahí,el pasado 10 de enero, Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo asumieron un cuarto mandato consecutivo después de ganar unas cuestionadas elecciones. Previamente encarcelaron a siete candidatos opositores, algunos de los cuales tenían alguna posibilidad de vencerlos en las urnas.
Aunque andan todos sus documentos que los identifican como ciudadanos nicaragüenses, los Castro ingresaron por un punto ciego al país. Su aventura comenzó mal: apenas ingresando a territorio hondureño fueron alcanzados por el látigo de la inseguridad que, desde hace años, azota este país A los Castro les quitaron ropa, celulares y un poco de dinero que llevaban consigo. Desde entonces quedaron a la deriva en un país de migrantes.
Con el nuevo período de gobierno al mando de Ortega, hay señales de que la migración de «nicas» rumbo a Estados Unidos está aumentando. El 15 de enero se organizó la primera caravana migrante del 2022, conformada por unas 500 personas. El dato revelador es que un buen porcentaje de los caminantes eran nicaragüenses, que se reunieron en la Gran Terminal de San Pedro Sula y de ahí salieron caminando rumbo a la frontera de Corinto.
Los nicaragüenses habían emigrado tradicionalmente a Costa Rica. De acuerdo con cifras de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), en el año 2000 el 97% de extranjeros en territorio costarricense eran nicaragüenses. En el 2020, según El País de España, en Costa Rica vivían alrededor de medio millón de nicaragüenses que representan más del 75 % de la población extranjera de ese país.
Las cifras de migrantes procedentes de Nicaragua se dispararon a partir de la crisis sociopolítica de 2018 en el país; ahora, este éxodo también tiene como objetivo llegar a los Estados Unidos. El portal Nicaragua Investiga recoge que en julio del 2021 fueron detenidos 13,338 nicaragüenses en la frontera Sur de Estados Unidos; en octubre del 2020 apenas habían detenido 256.
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En el punto fronterizo de Corinto, Contracorriente recibió información de que,entre el domingo 16 y lunes 17 de enero, 100 nicaragüenses cruzaron la frontera entre Honduras y Guatemala cumpliendo con los requisitos exigidos,que son: documento de identificación, prechequeo en línea, ficha epidemiológica, carné de vacunación y prueba negativa de COVID-19.
Pese a las constantes referencias que hace Juan Orlando Hernández de los avances de su Gobierno en el tema de seguridad, Honduras sigue siendo un país violento e inseguro. Según estadísticas de la Policía Nacional, en los dos años anteriores se registraron más de 7,000 homicidios, y al 19 de enero del 2022, ya se habían registrado 186.
Los Castro han avanzado a expensas de la buena voluntad de algunas personas, pidiendo y consiguiendo viajar de gratis. Así lograron llegar a la frontera de Corinto con la intención de unirse a la caravana que salió el 15 de enero de la Gran Terminal, pero no pudieron. «Iban muy agresivos (los nicaragüenses)», nos dice un miembro de la familia, un hombre joven, quien prefiere no identificarse. Nos dice que viaja con su madre, su tía, su hermana y primos. En total, nueve personas.
«Necesitamos ayuda», nos dice con voz suave y cansada. «No tenemos cómo seguir, no tenemos familia que nos ayude, lo que buscamos es un apoyo de cualquier institución. Hace un mes estamos durmiendo donde sea, aguantando frío y aguantando hambre», añadió.
«No tenemos cómo seguir, no tenemos familia que nos ayude. Lo que buscamos es un apoyo de cualquier institución. Hace un mes estamos durmiendo donde sea, aguantando frío y aguantando hambre», Migrante nicaragüense
Manifestó que él y su familia no pueden regresar a Nicaragua, pues aparte de que el régimen de Ortega ha amenazado con cárcel a aquellos que intentan llegar a Estados Unidos y, al no tener éxito, regresan, el hombre considera que en ese país ya no les queda nada: «No hay trabajo, no hay nada. Los trabajos que hay solo son para la gente del presidente, para su gente. A nosotros no nos apoya», reclamó.
La situación en Nicaragua se ha recrudecido en los últimos cuatro años de mandato de Ortega, especialmente después de las protestas en 2018. Una reforma a la seguridad social provocó que miles de jóvenes salieran a las calles en multitudinarias protestas. El New York Times recogió que de acuerdo a registros de organizaciones de derechos humanos fueron asesinadas decenas de personas. Las protestas rápidamente se extendieron en todo el territorio nicaragüense en un movimiento denominado «Azul y Blanco».
«Mucha gente lo quería sacar del país, un montón de gente. Él se reeligió solo. En Nicaragua hasta la gente que está fallecida vota», nos dice indignado, haciendo referencia a todos los devaneos que Ortega hizo para quedarse en el poder.
Miembros de la familia Castro sostienen que Ortega ha utilizado nombres de ciudadanos que ya murieron para aumentar sus votos. Esto no es tan fácil de comprobar;sin embargo, hay otras razones que manchan el triunfo de Ortega. La principal es que encarceló a siete candidatos presidenciales, la mayoría acusados de delitos de traición a la patria. La BBC Mundo recoge que dos meses antes de las elecciones, el mandatario nicaragüense justificó las detenciones afirmando, sin presentar pruebas, que son «criminales» que quieren «derribar al Gobierno».
En la frontera
Para mantenerse en el poder Ortega no solo ha arremetido contra políticos y comunicadores que lo adversan, sino también contra los nicaragüenses que no forman parte de su proyecto sandinista. Por eso esta familia, al igual que todos los nicaragüenses que formaban parte de la caravana del 15 de enero y que hablaron de forma anónima con Contracorriente, tienen claro algo: no pueden regresar a su país.
Desde que llegaron a Honduras, la familia Castro ha estado en la calle. Durmieron unos días en la terminal de buses; luego, una sampedrana les prestó una casa donde durmieron ocho días; y desde hace seis días se encuentran varados en la frontera, sin dinero, sin pruebas de COVID-19, sin lugar a dónde ir, y, sobre todo, sin posibilidades de regresar seguros a su país.
«No le voy a mentir que hay gente buena que nos ha ayudado, pero también hay gente mala. Ahí vamos con Dios adelante, él nos ha puesto lindas personas que en el mes que hemos pasado aquí en Honduras, nos han ayudado con comida y otras cosas», nos cuentan.
Los Castro se encuentran en la frontera desde el sábado 15 de enero. Ellos estaban en una gasolinera del lado guatemalteco, de donde fueron echados el lunes a base de choques eléctricos y hasta fueron amenazados con pistola por el dueño del establecimiento. No podían avanzar al no contar con una prueba de COVID-19. «Desde el sábado estamos aquí, esperando, aguantando hambre, tenemos niños, una muchacha embarazada y una muchacha que nos convulsiona», nos dicen.
Ya no quieren regresar a Nicaragua por la calamitosa situación del país, pero también porque tienen miedo. Uno de sus miembros apareció en las noticias de la internacional CNN y temen ser reconocidos por sus vecinos o por miembros del partidos sandinista. «Allá nadie puede hablar de Daniel Ortega, si un vecino te escucha y te denuncia, la policía llega inmediatamente para detenerte», nos dicen.
Ellos recibieron promesas para facilitarles el paso a Guatemala por parte de oficiales de migración, pero finalmente no obtuvieron respuesta; tampoco regresaron algunas oenegés que prometieron colaborar. Los Castro, que ahora están en una zona neutra entre Honduras y Guatemala, temen que al regresar a territorio hondureño sean retornados a Nicaragua. Aparte, para entrar a Honduras les cobran una multa por haber entrado de forma ilegal. «Nos dijeron que no podemos entrar al país, por eso queremos apoyo para continuar. Es que no queremos refugio. Aquí (Honduras) no se hace nada también. Hay gente mala, a nosotros nos robaron. A él (señala un niño de cuatro años) le pusieron una pistola en la cabeza».
Y ciertamente, la migración en Honduras aumentó durante la última década, especialmente a partir de 2018 cuando se organizaron multitudinarias caravanas con el objetivo de llegar a Estados Unidos. Organizaciones que trabajan con migrantes estiman que entre 300 y 500 hondureños salen del país con la esperanza de llegar indocumentado a Estados Unidos. Datos del Observatorio Consular y Migratorio de Honduras (Conmigho), registran que 52,968 hondureños fueron retornados al país en el 2021. En las últimas estimaciones emitidas por el Banco Central de Honduras (BCH), un 25 % del Producto Interno Bruto (PIB) es resultado de las remesas que envían los hondureños en el extranjero. Además, el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), estima que después de casi dos años de pandemia y el paso de los huracanes Eta y Iota, la pobreza escaló a un 73 % en el país. Honduras también es un país en crisis.
En Nicaragua, algunos de los miembros de la familia trabajaban en un mercadito de la comunidad donde residían. No obstante, los Castro cuentan que la situación era insostenible: «Pero es que allá no hay nada. Ahí solo hay trabajo para la gente del presidente», repite.
«Nosotros anduvimos apoyando los del «Azul y Blanco», que es el pueblo de Nicaragua que quiere sacar al presidente; ya no lo aguantamos, anduvimos en protestas y todo», dice unos de los miembros de los Castro, mientras otro agrega que el día de las elecciones generales en el país, partidarios del Gobierno les mancharon su casa.
Las protestas en Nicaragua comenzaron en abril de 2018 en respuesta a una reforma a la seguridad social y se extendieron prácticamente hasta noviembre del mismo año, cuando hubo estabilidad antes de las elecciones de ese año, que ganó Ortega.
Hasta noviembre, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, registraba que las víctimas fatales eran al menos 322, en su mayoría víctimas de las acciones de las fuerzas de seguridad y grupos paramilitares afines al Gobierno.
Algunas oenegés locales, sin embargo, estiman que la cifra era de más de 500;también acusaron las autoridades de graves violaciones a los derechos humanos.
En Corinto, una mujer mayor, quien había permanecido callada mientras hablaba su familiar, cuenta que una de las principales razones por las que salieron de forma irregular de su país fue por el asedio que sufrían los adolescentes al no pertenecer al partido gobernante. «Los agarraban a cada rato como si fueran delincuentes. No queremos que nos pase nada», dice.
El martes 18 de enero cuando hablaron con Contracorriente habían comido gracias a la buena voluntad de una hondureña que les regaló unas enchiladas (tortilla tostada con carne y repollo). Comieron los pequeños y la mujer embarazada.
«Sé que cuando uno emigra esto se pasa», nos dice la mujer con la voz quebrada, y agrega: «Sé que el inmigrante pasa todo esto, pero lo que hemos pasado nosotros ha sido muy duro. Queremos ayuda. No queremos estar así por nuestros hijos»,nos dice.
Ya no tienen ropa, no llevan dinero, tampoco comida y están varados en un lugar del que fueron desalojados después de la conversación con este medio.
Con seis días en la frontera siguen clamando por apoyo a las ong y a los Gobiernos de Honduras y Guatemala. No tienen cómo seguir, pues sin la prueba COVID-19 no pueden entrar a Guatemala. Tampoco pueden cruzar por puntos ciegos como lo hace la mayoría de inmigrantes, pues este cruce cuesta 315 lempiras (13 dólares). No tienen nada, pero no se plantean regresar a su país. «Y aquí estamos. Sí, tenemos miedo de regresar, yo temo por mis hijos, por mis sobrinos y también por los que se quedaron allá», nos dice la mujer.