Nadie podría estar preparada

Por Ixchel Ayes Rivera
Ilustración: pixabay


Mi madre no estaba lista y durante mucho tiempo se había hecho la idea de que yo no era nada más que un gas atorado en el intestino o un problema de colon. 

Nadie tenía lista una cuna a mi llegada, menos habiendo llegado así, «inesperadamente». Quien no tuvo nada listo, ni tuvo que acomodar su vida por mi llegada, fue mi padre, que hasta el día de hoy no me ha conocido, aunque yo haya creído conocerlo un poco por las historias (seguramente inventadas) de mi mamá.

No sé bien cuál habría sido mi reacción si hubiese tenido conciencia en aquel momento. Más vale que no podamos nunca recordar nuestra llegada al mundo ni la percepción y los juicios que se obtienen de otras personas. Es mejor no tener la posibilidad de recordar a tanta gente extraña haciéndose pasar por una amistad de confianza, gente que se acerca a las madres y a sus bebés por pura curiosidad, asumiéndose con el derecho de opinar sobre «la criatura»: «Ay, pero qué linda es», «cómo se parece a la mamá». ¿Qué pueden saber esas personas de eso? ¿Quiénes son para juzgar a una bebé? 

Bueno, supongo que a lo largo de mi vida yo también caí en eso un par de veces, pero de corazón intento evitarlo. No vaya a ser que, meses atrás, cuando la persona anunciaba a alguien su embarazo, ella hubiese querido que le preguntaran cómo se sentía para poder desahogarse en llanto antes que recibir esos «felicidades» prefabricados, suponiendo siempre que esa nueva vida ha sido deseada, planificada y está siendo gratamente esperada. 

Esas felicitaciones no son más que otra presión social para anular cualquier posibilidad de pedir apoyo para la realización de un aborto. Tal vez esta conversación incomoda a muchas personas, incluso a quienes nos hacemos de la vista gorda mientras intentamos convencernos de que, como sociedad, «aún no estamos listos para esto». Podría ser más prudente (y menos incómodo a largo palzo) hacer de esa pregunta una costumbre y empezar a escuchar a quienes automáticamente son catalogadas como madres, cuando justo no quieren serlo, no en ese momento y no en esas circunstancias. No queremos serlo, no de este modo. Mi madre no quería y quizás, solo quizás, si alguien le hubiese preguntado y escuchado, ella seguiría con vida. 

Mi tía en algún momento me comentó los pleitos que el embarazo de mi madre provocó en casa, especialmente porque mi madre tenía dieciséis años cuando vivió su embarazo. Ella había sido objetizada desde muy pequeña por su rápido desarrollo y con el embarazo nadie dudó en tildarla como la puta del barrio, incluso mis abuelos. En aquellos tiempos esas cosas les sucedían a las niñas por putas, por nada más. Era imposible que a algunas personas se les pudiera cruzar por la cabeza la posibilidad de que yo fuese producto de una violación. Y si llegaban a pensarlo, nada les haría mencionarlo en voz alta. No existía la posibilidad de que mi madre, siendo joven y bella, creyera más de lo que debía en las personas equivocadas y que hubiese sido embaucada y abusada. 

Cuando yo me atrevía a preguntar, toda la familia decía cosas diferentes sobre mi padre, por eso cuando cumplí quince años ya tuve la certeza de que detrás de mí no había una historia de amor como la que solían contar mis compañeras en la escuela sobre sus padres. Tampoco es que me creyera tanto aquellas historias, ninguna relación podía ser tan perfecta como las que contaban ahí. Ahora lo tengo seguro, ahora que estoy tres metros bajo tierra en este lugar de mala muerte.

Aquí la luz apenas se cuela por un agujero diminuto que hace las veces de tragaluz. Por las delgadas paredes color gris (grasientas y húmedas a la vez),  se cuela el sonido de la planta eléctrica que abastece al edificio sobre nuestras cabezas y retumba tan fuerte que por ratos da la impresión de que, o se desbarata, o hace explotar el lugar entero.

No sé si sobreviviré a esto, pero no podía traer a otra criatura al mundo que no fuese deseada. No estoy dispuesta, ni estaré dispuesta nunca (si logro salir de esto), a traer a este mundo a alguien que no fuese ansiado con alegría. No creo poder amar a quien me recuerde que fui violada por la persona en la que más confiaba en el mundo, porque sí, muy novio podría haber sido ese infeliz, pero esa cabronada no es de persona, es de bestia. Mi padre fue un bestia así, ahora lo sé, si es que acaso a algo así puede llamársele padre.

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Sobre
Arquitecta social, interesada en la investigación y en procesos de producción y gestión comunitaria. Es feminista, escritora creativa y fotógrafa aficionada. Su trabajo de escritura ha sido reconocido en concursos de cuento y crónica nacionales para mujeres.
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