Los strikes de odio del fundamentalismo religioso hondureño

Por Teddy Baca
Ilustración de portada por LATUFF 2012


Aunque las principales iglesias del país siempre han mostrado odio hacia la comunidad Lgtbiq+ no es ninguna sorpresa el enorme influjo que han tenido en la toma de decisiones del Estado, pese a ser supuestamente laico, allí tenemos de ejemplo la prohibición absoluta del aborto y la exoneración de impuestos. Me parece que muchas personas (familiares, prensa y activistas políticos) no tienen presente esto y se limitan a decir que «nosotros» somos los que odiamos y cancelamos la libertad de expresión. Todo lejos de la realidad.

En béisbol, cuando el lanzador logra conectar su tiro, se le denomina strike, al tener tres strikes, el equipo contrario tiene más oportunidades de perder el juego por no lograr tener puntos. Y en tres actos, la iglesia fundamentalista de Honduras ha hecho lo que ha querido con la comunidad Lgtbiq+ sin ninguna consecuencia genuina, es decir, siguen impunes y contribuyendo a una cultura que nos tortura y mata por ser diferentes.

Primer strike: censura y prisión

Esto se remonta  antes de 1899, el año en que se despenalizó la homosexualidad. Antes y durante este proceso, la iglesias católica y las iglesias evangélicas más poderosas se propugnaron en contra, aduciendo que se «promovía la perversión». Este berrinche duró hasta inicios de los años 2000, mientras tanto yo estaba en la escuela y en aquel entonces leí el material de una iglesia bautista que estaba a favor de que nos metieran a prisión. Válido, porque la biblia nos condenaba.

Si bien, todos los países de América castigaban duramente la homosexualidad antes y después de su independencia (en su mayoría) de la Corona española, no quita el hecho de que las torturas y encarcelamientos fueron influenciados profundamente por la cúpula religiosa de ese entonces, en el presente no se hace mención alguna porque «eran otros», eso se llama «lavarse las manos».

Segundo Strike: el odio seropositivo y la castración institucional

Si alguna vez tuvieron oportunidad de leer sobre el odio hacia la población Lgtbiq+ entre finales de los 80 y los 90, donde catalogan al virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) como «la peste rosa» o «plaga gay», encontraremos que en Honduras no hubo excepción. Juana Castilla en su libro Movimiento LGTB: Trayectoria y Desafíos menciona  cómo el personal de salud, organizaciones religiosas, académicas y la prensa, contribuyeron al rechazo y en muchos casos asociaron a la homosexualidad como la causa de la pandemia, esto —sumado al  rechazo que los evangélicos fundamentalistas del país pregonaban en conjunto con el Estado— obstaculizó que las organizaciones sexo diversas fuesen reconocidas legalmente (parte fundamental para la mitigación de la pandemia) en 2004, hablando de que «se promovían conductas nocivas en lugar de corregirlas». Esto escaló a un punto en el que el Gobierno en turno prohibió constitucionalmente el matrimonio igualitario y la adopción homoparental, el mensaje fue claro, no les importaba si nuestra población moría, pero debíamos callarnos.

Tercer strike: eufemismos en política y prensa

Desde 2004, las iglesias fundamentalistas, a través de partidos políticos, medios de prensa y ciertas empresas privadas, han instado a la condena moral, el boicot democrático y la discriminación hacia personas Lgtbiq+. Por citar algunos ejemplos con sus respectivas evidencias:

  1. Alberto Solorzano pidió abiertamente que el Estado debe sancionar las muestras de afecto homosexual que involucren compromisos porque según él «atentaba a la moral pública», con relación a la pareja gay que se comprometió en un centro comercial de San Pedro Sula.
  1. Mario Fumero publicó en diario La Tribuna un artículo donde llamaba a la censura de la representación romántica adolescente gay, aludiendo a un «adoctrinamiento».
  1. Evelio Reyes exhortó a la sociedad a que no votara por ningún candidato LGTBIQ+, porque para él «somos enemigos de Dios».
  1. La Iglesia Gran Comisión en 2018 realizó un evento público donde el fundamentalista Sergio Handal llamaba a padres de familia y docentes «a ayudar a jóvenes confundidos» o que quisieran dejar de ser Lgtbiq+, promoviendo con eufemismos las terapias de conversión. Estas mal llamadas terapias son fraudulentas y dañinas, la homosexualidad no es una patología.

La  Asociación Nacional de Iglesias Evangélicas actualmente promueve una campaña de odio hacia partidos que defiendan los derechos humanos Lgtbiq+ y el aborto por las tres causales, usando el discurso de que se promueve una supuesta decadencia moral, a través de un video que circula en Whatsapp y correos electrónicos. El repunte de esto fue que el 15 de septiembre pasado, Juan Orlando Hernández llamó «enemigos de la independencia» a los activistas Lgtbiq+ y feministas que abogan por los derechos civiles y sexuales.

La libertad de expresión en nuestra sociedad es vista como un capricho o perversión, las personas expresan su odio bajo la excusa de que es la verdad absoluta y libertad de expresión. La moral social en Honduras funciona así: «Te callas o te callan», esto contribuye en gran medida a las migraciones masivas, crímenes de odio, violencia intrafamiliar y el incremento en la tasa de suicidios. El colapso emocional y la violencia en general no surgen de la nada, son, en cambio, efectos de una sociedad que odia, una sociedad donde los líderes excluyen, censuran y salen victoriosos.

Finalmente, creo que la espiritualidad no debe estar peleada con la diversidad sexual, hay iglesias inclusivas muy respetuosas y otras que tratan de entendernos cuando menos, no hay evidencia alguna para pensar que el odio a la diversidad sexual está justificado. Que la verdad nos libre del fundamentalismo.

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Sobre
Teddy Baca nació el 30 junio de 1995. Es psicólogo, escritor y educador comunitario virtual. Escribe desde 2018; algunas de sus obras son El Continuum Masculino; Bisexualidad y Fluidez Sexual de Honduras, Prisma, La Naturaleza del Homosexual y su Sociedad y Estaré bi-en a tu lado, siendo ésta última mención honorífica en el Premio Nacional de Narrativa Juvenil 2020.
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