A propósito de la ideología de género

gender roles | roles de genero

Por Sergio Bahr

En los últimos años hemos observado en todo el mundo el acceso al poder que tienen los sectores ultraconservadores en lo económico y social-cultural. A diferencia de otros momentos históricos lo han hecho a través de procesos electorales, es decir con apoyo de amplios sectores de votantes, en lugar de sus mecanismos tradicionales como golpes de Estado o gobiernos a la sombra.

En Inglaterra, en 2016, la propuesta del brexit fue aprobada en gran medida por el discurso antinmigrante y conservador. En Estados Unidos (EE. UU.) se eligió a Donald Trump sin importar qué tanto fuese misógino y supremacista blanco siempre y cuando cumpliera con levantar un muro fronterizo y quitarle sus derechos a las mujeres y a la población LGTBIQ+, y no nos debe engañar su derrota frente a Biden en el proceso de 2020: más personas votaron por Trump en su segundo proceso electoral con relación al primero, sabiendo perfectamente quién era y cuáles eran sus posturas. Y el partido republicano se encuentra aún bajo su control. En Guatemala se eligió a un comediante corrupto seguido por un continuo ataque a la lucha anticorrupción,  en Italia y Francia a ultraderechistas, en Argentina a un Macri que llevó a la quiebra al país y en Brasil actualmente está Bolsonaro, quien aboga abiertamente por el uso de la tortura. El hecho es que estos sectores y lo que representan no son fenómenos nuevos.

Las victorias de un Trump o un Bolsonaro no han hecho más que tirar la máscara de modernidad política y social de EE. UU. y Brasil, permitiéndonos observar con meridiana claridad la corriente de fascismo que abrazan las élites de poder y sí, también, grandes grupos de población. Una clave del accionar político de estos sectores es el uso de herramientas discursivas con términos como «feminazis», «políticamente correcto», «woke» o «ideología de género» para articular sus proyectos y construir sus alianzas. 

En Honduras también observamos la emergencia de ese ultraconservadurismo social potenciado por la caja de resonancia de las redes sociales y tecnologías (ya no tan nuevas) de información. Cada vez es más común escuchar o leer a distintos personajes de la ultraderecha y el fanatismo religioso del país hablando con estos términos. Más preocupante y esclarecedor es que también son repetidos por algunos hombres y mujeres en teoría progresistas o pertenecientes a movimientos populares o de izquierda, lo que demuestra que al final no son ni tan progresistas ni tan de izquierda, y da verdad al viejo adagio aquel que decía que los extremos en realidad se parecen mucho entre sí.

Este discurso presenta términos como ideología de género, feminazis, feminismo, generismo, woke,  lenguaje inclusivo, derechos humanos y lo políticamente correcto como amenazas a los valores tradicionales de unidad familiar, hombría y virilidad catracha, maternidad mágica, crianza idealizada, «verdaderas prioridades revolucionarias» y esperanzas de alcanzar el cielo.

Aunque parezca una caricatura, lo cierto es que en el actual contexto educativo —de fanatismo religioso y de regresión cultural conservadora en Honduras—, estas falsas equivalencias representan una potente construcción discursiva, capaz de articular y movilizar amplios grupos de población en función de los intereses políticos de la derecha ultraconservadora potenciada por su alianza con el fanatismo religioso.

Es esta una alianza singular, ya que los abanderados de la moral cristiana están totalmente dispuestos a facilitar la toma del poder de militares violadores de derechos humanos y políticos corruptos —muchos de ellos vinculados al narcotráfico además—, siempre y cuando esta alianza les garantice detener los avances en derechos de las mujeres feministas y de la comunidad LGTBIQ+, como se ha visto en EE. UU. con Donald Trump y en Brasil, con Jair Bolsonaro.

Justamente en una reunión (marzo 2019) entre estas dos puntas de lanza continentales, el presidente de Brasil expresaba: «Brasil y Estados Unidos están lado a lado en su lucha para compartir la libertad y el respeto a los valores y el estilo de vida de la familia tradicional, el respeto a Dios, nuestro creador, contra la ideología de género y las actitudes políticamente correctas». La emergencia de estos discursos es también en parte una respuesta a los avances del movimiento feminista y de la comunidad LGTBIQ+ que en buena medida representan el verdadero progresismo moderno.

La resistencia ideológica religiosa es uniforme: en algunos países de tradición católica, sus líderes se han opuesto abiertamente a leyes contra la violencia doméstica y otras, alegando generismo o ideología de género, pérdida de autoridad de los padres, agenda homosexual. 

La misma retórica utilizan las iglesias evangélicas ultraconservadoras en países de la región centroamericana en la que son predominantes. Son todas variaciones en el mismo discurso: proteger a los niños, proteger a la familia, proteger los valores culturales y religiosos, proteger a la Honduras tradicional de los ataques perpetrados por las feministas, LGTBIQ+ y de derechos humanos a quienes llaman representantes de la corrupción moral de occidente.

El término «ideología de género» se origina en el discurso conservador norteamericano como una teoría que presenta los esfuerzos de las mujeres y grupos LGTBIQ+ como radicales —por el simple hecho de promover el respeto a sus derechos—, y como una imposición contra la cultura tradicional y sus valores.

Roger Severino, quien fuese director de la Oficina de Derechos Civiles de la Casa Blanca, ha argumentado que las demandas contra leyes antitrans en Carolina del Norte son motivadas por una «nueva ideología radical de género». Hans Von Spakovsky, del Consejo presidencial de integridad electoral denunció que un foro sobre la poca representación de mujeres en la vida política era parte de «la loca ideología de género». Tony Suárez, miembro del Consejo evangélico del expresidente Trump firmó una carta en que argumentaba que «la ideología de género daña a los individuos y sociedades al sembrar confusión y dudas».

Robert George, profesor de jurisprudencia en Princeton, considerado por algunos como «el más influyente pensador conservador cristiano», argumenta que «la plutocracia y los grupos élites buscan imponer dogmas de ideología de género e izquierdismo sexual a las personas ordinarias». El uso de «grupos élites» y de «gente ordinaria» no es casual, contribuye a demarcar las líneas entre nosotros, las personas normales, y unos cuantos desconectados elitistas millonarios que quieren imponernos su visión del mundo.

Este es por supuesto un enunciado básico del populismo de derecha. Tanques de pensamiento conocidos como Heritage Foundation y sitios de noticias con millones de visitantes como Breibart News han normalizado el discurso del peligro de la ideología de género. La Alianza para Defensa de la Democracia —un grupo legal cristiano—, ha condenado la ideología de género como algo que atenta contra el sexo como un principio binario biológicamente determinado. Esta misma organización asume la defensa legal en casos en que son denunciados restaurantes y otros negocios que discriminan contra la población LGTBIQ+.

Es importante tomar en cuenta que este tipo de construcciones discursivas son más potentes en cuanto sirven para construir puentes para acercar a grupos católicos y evangélicos. Más allá de sus diferencias teológicas políticas, discursos como el de ideología de género les permite identificarse como perseguidos por una enemiga en común que deben derrotar.

Hace treinta años ya el Papa Juan Pablo II despotricaba contra «el intento del feminismo radical de convertir a las mujeres en varones atropellando la biología y naturaleza femenina, así como sus características, su esencia, sus condicionantes y sus derechos fundamentales, entre los que está su derecho a casarse y fundar una familia en colaboración activa con el varón y abierta a nuevas vidas». 

El Papa Ratzinger (Benedicto XVI), con la autoridad moral que le ha brindado el haber protegido a miles de pederastas en la iglesia católica escribió: «La ideología de género es la última rebelión de la creatura contra su condición de creatura. Con el ateísmo, el hombre moderno pretendió negar la existencia de una instancia exterior que le dice algo sobre la verdad de sí mismo, sobre lo bueno y sobre lo malo. Con el materialismo, el hombre moderno intentó negar sus propias exigencias y su propia libertad, que nacen de su condición espiritual. Ahora, con la ideología de género el hombre moderno pretende librarse incluso de las exigencias de su propio cuerpo: se considera un ser autónomo que se construye a sí mismo; una pura voluntad que se autocrea y se convierte en un dios para sí mismo». 

Lo que hace particularmente poderoso el uso de instrumentos del discurso —como el de ideología de género— es que reduce a un solo slogan (fácil de replicar y de forma negativa y peyorativa) a toda una serie de construcciones analíticas como género, derechos humanos, derechos de las mujeres, nueva masculinidad, simplificándolas, vaciándolas de contenido y presentándolas como ataques a la familia y a la moral cristiana. 

De forma impresionante, se logra mantener la ficción de una «imposición» que presuntamente obliga a las personas de bien a tener que vivir en una sociedad en la que las mujeres puedan tomar decisiones sobre su cuerpo y rechazar todas las formas de violencia, en la que las personas LGTBIQ+ puedan tener algo tan humano, y tan básico, como el amor.

Y verse obligadas a aceptar estos derechos es para los conservadores una persecución en su contra porque representa efectivamente la pérdida de su poder de marginar, ejercer violencia, discriminar, burlarse de todas aquellas personas que no sean blancas, y cristianas. Ese es el «derecho» que defienden. El no discriminar, el no marginar, el no ejercer violencia (aunque se disfrace de humor o libertad de expresión) se convierten en ataques a la construcción fundamental del poder religioso y patriarcal.

Para el movimiento de mujeres, la comunidad LGTBIQ+ y sus aliados en Honduras, para las personas que creen en el cambio cultural y para las personas que no repiten —sin pensamiento crítico— términos como «feminazis» es importante definir estratégica y políticamente sus propios productos comunicativos.

Décadas de adoctrinamiento religioso, de discurso dominante antiprogresista, de política vernácula, de mantener en crisis el sistema educativo, de telenovelas y de los peores productos culturales del norte y el sur, de pan (poco) y circo (mucho), de alianza estratégica entre el crimen organizado en el poder y las iglesias evangélicas y católica, han generado las condiciones para que un importante sector de la población abrace candidaturas radicales de la extrema derecha religiosa.

Los avances en el respeto a los derechos de la comunidad LGTBIQ+ y las mujeres, que son en sí mismos avances democráticos de todas y todos los hondureños, se encuentran lejos de estar a salvo de este recogimiento conservador. Para mantenerlos se necesitará de la construcción de alianzas amplias entre sectores organizados, pero también de la capacidad de comunicar a la población en general, lo que significa realmente actuar con enfoque de derechos humanos y de género. El discurso conservador que hemos mencionado forma parte de la estrategia política que impulsa la participación de las iglesias evangélicas en la vida política electoral de los países latinoamericanos.

Sobre
Sergio Bahr es un sociólogo hondureño con más de 30 años de experiencia y vivencias en derechos humanos, violencia contra mujeres y niñez y masculinidad, temas que ha trabajado con grupos de jóvenes, población indígena y mujeres en todo el país. Escribe artículos en los que discute de forma crítica la «normalidad» política y cultural del país, y produce el podcast Vivir en Xibalbá (vexhn.podbean.com).
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