Tengo siete años de experiencia trabajando como asistente jurídico con niños que han llegado a los Estados Unidos (EE. UU.) sin sus padres. No soy abogado, pero estoy a punto de terminar mi grado de licenciatura y voy a comenzar mi maestría en antropología. Quiero terminar mis estudios con un doctorado en antropología también, ya que mis investigaciones se llevan a cabo en la frontera. Este artículo es una opinión basada en observaciones y experiencias que he vivido al trabajar en Los Ángeles y en México.
Mi familia llegó a los EE. UU. en 1987. Mi mamá tenía 17 años cuando vino a Los Ángeles sin mis abuelitos. Ella tuvo que aprender a conducir sola, nunca pudo presentarles sus novios a sus papás, mucho menos visitarlos para que pudieran conocer a sus nietos. Estas experiencias la traumaron y tuvo que tragarse estas memorias.
Esta es la triste realidad de muchos migrantes. Fue difícil para ella, pero mi abuelita estaba trabajando desde El Salvador antes de mover toda su vida a los EE. UU. No puedo imaginarme el esfuerzo de mi familia en asegurarse de que estuvieran bien. Desafortunadamente, El Salvador estaba pasando por una guerra y mi familia no tuvo otra opción más que irse de su país pulgarcito. Pienso en sus experiencias y trato de conectarlo con lo que ahora está pasando en la frontera.
Este verano trabajé brevemente con un albergue federal en California. Ahí reciben a niños con la meta de reunirlos con su familia. El proceso no es fácil, y desafortunadamente muchos niños han desaparecido en el pasado y otros los han asignado en el sistema de adopción donde nunca más les permiten volver a ver a su familia.
Es triste saber que EE. UU. no brinda el apoyo que debe dar y que no importa las millas que han cruzado a pie. Hace poco tiempo fui supervisor en un albergue y desafortunadamente este lugar no tiene personas con la experiencia para apoyar a menores de edad. Tampoco tiene los recursos ni los empleados equipados para asistir a cada menor de edad que llega. Muchas de las personas que trabajaban conmigo no tenían experiencia con estos jóvenes y recibieron este trabajo por puras influencias.
Tomé la decisión de trabajar en la madrugada porque quería asegurarme que los niños estuvieran durmiendo bien por las noches. Desafortunadamente, solo pude aguantar este trabajo por un mes, ya que no teníamos el apoyo de los supervisores y de otras personas empleadas del albergue, esto dificultaba el trabajo, de por sí este trabajo no es fácil. Cuando llegué nadie me dio instrucciones sobre lo que tenía que hacer, nadie quiso apoyarme mientras averiguaba los detalles de mi carga laboral.
Recuerdo que muchos de los empleados habían trabajado en cárceles y no creo que deberían de estar trabajando ahí, no tienen la experiencia necesaria y no pueden darles el mismo trato que a los presidiarios, ¡estos niños no son criminales! Muchos llegan a la frontera solos porque sus padres están en el otro lado y no pueden venir por ellos porque también están en peligro de deportación. Estos padres trabajan duro para darles una vida mejor a sus hijos, una vida que no podrían darles si estuvieran en su país. Me enoja y me parece terrible que existan personas que se expresen mal de ellos y que los juzguen como si supieran los sacrificios que tienen que hacer.
Estos niños vienen a este país para ver a sus padres. Muchos no han visto a su familia en cinco años, o más. Cada vez que miraba a estos jóvenes salir del albergue para reunirse con sus familias, salían las lágrimas de mis ojos. Estos niños son fuertes y son el futuro de nuestro planeta. El saber que han pasado por mucho y siguen fuertes me da ánimo. Como estadounidense con familia de El Salvador nunca voy a entender los sacrificios que se han hecho para mejorar las vidas de nuestra gente, y hago este trabajo porque sé que esto fue algo que tuvo que pasar mi familia también, no puedo voltear mi cara.
Cuando los jóvenes llegaban al albergue en Los Ángeles, se les veía el miedo en sus rostros, y es que han pasado por muchos traumas y el peligro de que los secuestren. Los hermanitos llegaban tratando de apoyarse entre sí y los hermanos mayores estaban ahí, como padres, para apoyar a muchos, los más chiquitos.
«La migra» de la frontera los traslada en camiones para el albergue y cuando llegan los matriculan en el sistema. Los trabajadores sociales investigan archivos para asegurarse que los jóvenes van a ser reunidos con su familia y no con gente donde puedan correr peligro. Recuerdo que en una ocasión, un hombre disfrazado como empleado entró al albergue con el fin de secuestrar a niños, por suerte la seguridad logró percatarse a tiempo. Me da rabia saber que hay gente tan mala en este mundo y que está dispuesta a causarle mal a una criatura inocente. Compartiendo esto porque tengo la plena creencia de que los peligros no terminan en la frontera. Estos niños han viajado miles de millas y aún en los EE. UU. sus vidas corren peligro.
Pienso que lamentablemente, aún con las promesas del nuevo gobierno de Joe Biden sigue sin ser suficiente para convertir estos albergues en un buen sitio para los niños. Los enfermeros son groseros, los dejan llorar por horas sin ver si algo los aqueja, si tienen algún problema de salud y necesitan asistencia. Es una tristeza tener que protegerlos hasta de los enfermeros.
En una ocasión, mis colegas se quejaron conmigo porque un enfermero gringo estaba tocando a un niño inapropiadamente y por supuesto lo reporté. Como yo era supervisor, tenía la autoridad de hacer reportes y asegurarme que todo estaba en orden. Es terrible que estos niños corran peligro donde se supone que deberían recibir protección.
En 2018, la oficina de reasentamiento de refugiados perdió mil quinientos jóvenes por «descuido». Se supone que cuando permiten que un niño se vaya del albergue se asegura de que estén bien. Muchos de ellos tienen problemas de salud mental y otros tipos de enfermedades. Existen casos en los que algunos adolescentes terminan yéndose de su casa, quedando expuestos a muchos peligros y el Gobierno pierde el cuidado de ellos. Si este Gobierno no pone de su parte, esto seguirá ocurriendo.
Hace unos años, la oficina de reasentamiento de refugiados liberó a jóvenes solo para que ellos fueran esclavos en una maquiladora. Esta es una triste realidad que pasa aquí en los EE. UU. Si vemos que los jóvenes no están asistiendo a su cita de la Corte de imigración debe ser motivo para preocuparse, porque nos dice que pueden estar en peligro y que a las personas que los están cuidando no les importa su bienestar. Es importante para las familias que entiendan la importancia de que los jóvenes asistan a la Corte, ya que garantiza que están bien de salud y con buenas condiciones, sobre todo si no están viviendo con los padres.
Estos niños y jóvenes han pasado por violencia, abuso, y maltrato, pero ahora que están aquí con nosotros es nuestra responsabilidad velar, ser empáticos y asegurarnos de que estén bien de salud y fuera de cualquier peligro. Estos esfuerzos requieren de todos: la familia, los abogados, maestros y la sociedad en general.