La falacia de la autoayuda y el positivismo tóxico

Por Claudia López

Hace pocos días leí un artículo de la feminista Coral Herrera Gómez, en el que hace referencia a por qué la autoayuda en realidad no nos ayuda, especialmente cuando visibilizamos su falacia pasándola por las «gafas moradas» o desde una visión feminista. He vivido en carne propia la depresión, y me atrevo a hablar desde mi experiencia como paciente. Creo que el caer en generalidades puede constituir un impedimento para que algunas personas no busquen ayuda profesional adecuada.

Justo antes de leer a Coral Herrera, le comentaba a un médico y amigo —a quien estimo y respeto mucho— que en estos últimos días estaba escuchando un pódcast de autoayuda y que me parecía bueno. Recuerdo que me miró y con el profesionalismo que le distingue me dijo: «Ese tipo de audios le puede ayudar a personas que no sufren algún padecimiento como depresión, ansiedad u otros», es decir que —sin entrar en terreno médico y sin generalizar— entiendo que la autoayuda puede ser un mecanismo de apoyo en situaciones donde no es requerida la intervención médica, de otro modo lo más recomendable es buscar oportunamente apoyo profesional, pues lamentablemente para este tipo casos no basta con ser «positivos» o «echarle ganas», probablemente sea necesaria la medicación o alguna terapia.

Dicho lo anterior, desde mi propia vivencia no ha bastado con los pódcast de autoayuda. Si bien, estoy de acuerdo que hay factores que pueden mejorar nuestra calidad de vida, como el ejercicio físico y una alimentación saludable, pero —sin ánimo de ser pesimista— cuando se trata de un padecimiento médico es imperativa la intervención profesional, y ya pasando la mirada feminista —que es donde me quiero enfocar— es necesario develar las verdades a medias o más bien las falacias de ese positivismo que se vuelve tóxico, desde mi particular mirada.

Esa autoayuda que se nos vende con el discurso de que «atraemos lo que pensamos», imponiendo como deber deshumanizarnos e ignorando las realidades dolorosas que nos rodean, no hace distinción entre bienestar y felicidad, tornándonos en seres sumamente materialistas, también vende el discurso individualista de que «si quiero y si me lo propongo lo logro», como si afuera o en las relaciones de pareja —por ejemplo— no hubiese corresponsabilidades de las que cada cual se debe hacer cargo sí o sí, sin esperar que la pareja (generalmente la mujer) resuelva cada detalle que pavimenta el «éxito» del hombre, siendo esto totalmente injusto. Pareciera que esa autoayuda más bien castiga y sataniza la tristeza como si esta no fuese parte del abanico de emociones humanas, se impone el discurso de la felicidad absoluta sin importar cómo la están pasando las demás personas en la comunidad.

Considero que estos discursos son capitalistas y explotadores, especialmente para las mujeres que ven mermados sus espacios personales de crecimiento profesional y hasta de descanso con el fin de alcanzar «el umbral del éxito» o ser la «supermujer», «la mitad idónea», a costa de nuestra propia salud física y mental. También son patriarcales, pues venden entre líneas el discurso de que «calladita te ves más bonita», pues si la mujer se queja de la desproporción en la distribución de las tareas de casa y de cuidado esto se interpreta como una conducta o actitud tóxica. Son discursos machistas, pues responsabilizan a las mujeres de «atraer parejas negativas» como si fuese responsabilidad de las víctimas las conductas violentas de los agresores que han sido socializados en un sistema machista y patriarcal, conductas de las cuales la mayoría de los hombres no se responsabiliza ni intentan cambiar.

Se cae en el positivismo tóxico cuando también se aplaude la «autosuficiencia de la mujer luchona», que no espera que el padre irresponsable se haga cargo de sus obligaciones, resaltando como notable ese injusto y enorme sacrificio materno, tampoco se pronuncia sobre el abandono paterno. Todo esto ignora las relaciones asimétricas de poder en las relaciones de pareja, en las relaciones laborales, no toma en cuenta las situaciones particulares de los pueblos originarios y sus cosmovisiones, tornándose así racista. Tampoco considera las particularidades de las personas con discapacidad y la inacción del Estado para garantizar y satisfacer sus derechos.

Bajo estos discursos «positivos», se vende como «caso de éxito» la superación personal de una persona que ha ido sola contra todo un sistema que conspira contra la gente en desventajas de educación, formación y mínimas oportunidades, lo que se torna en romatizador de la pobreza y el sufrimiento. Tampoco se toma en consideración las injusticias que viven las personas con orientación sexual y de género diverso que luchan para sobrevivir en una sociedad que constantemente les discrimina y les violenta. Además se le exige pensamiento positivo a una persona desplazada por la violencia, la cual tuvo que dejar su hogar, sus recuerdos, su patrimonio, y pone foco en la fe para salir adelante cuando vive en un país expulsor de sueños y personas, y que no brinda opciones dignas.

En fin, ese positivismo es tóxico y no parte de un análisis interseccional sobre las condiciones de los grupos históricamente puestos en situación de vulnerabilidad, porque está pensado para un público específico, ya que parte de ciertas condiciones de vida o de bienestar en las que se tiene acceso a descanso, ejercicio físico y alimentación saludable, condiciones que en nuestro ambiente se tornan en privilegios, pues al menos el 70 % de la población vive en situación de pobreza, no por decisión, sino como consecuencias históricas de corrupción e impunidad que se traducen en falta de oportunidades para las mayorías. 

Por tanto, si no se tiene una mirada perspicaz se puede caer en su falaz discurso reduccionista que generaliza conductas humanas de realidades complejas, y si bien, no es mi intención dudar sobre algún efecto positivo que pudiese tener en ciertas personas las lecturas o audios de autoayuda, con este escrito intento que nos alcance la empatía, que nuestra historia y privilegio no nos nuble al momento de categorizar o catalogar conductas. 

Por otro lado siento que como feminista debo seguir exponiendo estas situaciones, sobre todo ahora que las crisis de todo tipo han disparado la ansiedad, la depresión y otras condiciones que medicamente no se remedian con positivismo o echándole ganas. Quiero hacer hincapié más bien en cómo este positivismo tóxico, sin la información y redes de apoyo adecuadas puede resultar culpabilizante o de disfraz cuando de una condición médica se trata, quiero finalizar reiterando sobre la necesidad de dejar de juzgarnos y en su lugar abrigar la empatía, tomando en consideración otras realidades diferentes a las nuestras, pues como apuntaba Kimberle Williams Crenshaw: «Si no somos interseccionales, algunos de nosotros, los más vulnerables, caerán entre las grietas».

Sobre
Claudia Isbela López, feminista, abogada, jueza, profesora universitaria y aficionada al buen café. Actualmente escribe algunas de sus vivencias con enfoque de género.
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1 comentario en “La falacia de la autoayuda y el positivismo tóxico”

  1. Muy buena descripcion, el mercadeo nos vende la imagen de la mujer perfecta (casi la exige) y muchas mujeres hemos caido en esos renglones. Los lentes morados nos permiten visibilizar el cambio urgente de mas aceptación de nosotras y los límites que debemos poner. Abrazos mi querida Claudia

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