Por: Martín Cálix
A 1600 metros sobre el nivel del mar se cosecha el café hondureño de exportación —el mejor café, dicen los caficultores locales en las montañas de Corquín, uno de los municipios cafetaleros más importantes en el departamento de Copán—, café cosechado en parte por manos pequeñas. Una infancia condenada al olvido que ante las adversidades económicas de sus familias, asumen el trabajo en las fincas de café durante la temporada de corte como un símbolo cultural que pasa entre generaciones, sin cuestionarse. Simplemente sucede, es así.
Los que hoy son adultos trabajando en las plantaciones de café comenzaron de niños, a edades entre los 10 y 12 años, según sus propios testimonios, edades en las que muchos niños deberían estar en las escuelas o pasando su tiempo libre jugando en parques. Pero en estas comunidades, trabajar en el café es mejor a que estos niños y jóvenes «busquen vicios» o de repente tomen el camino riesgoso de migrar, porque no hay más que hacer en sus pueblos, según cuentan los trabajadores en las fincas.
En la anomalía que representa una vida en medio de la pandemia por COVID-19, y donde a causa de ello las escuelas están cerradas desde marzo de 2020, los niños indígenas en las montañas hondureñas siguen teniendo una única opción: asistir con sus familias para cosechar café porque eso ayudará a las frágiles economías familiares.
En la actualidad, las exportaciones del café hondureño se comportan a la baja, cayendo la venta en la temporada 2019-2020 hasta los 879,2 millones de dólares comparados con los 923,9 millones de dólares de la temporada anterior, según datos de la agencia EFE en septiembre de 2020. Cada cortero de café en las montañas de Corquín gana unos 2.40 lempiras por libra de café en uva, esto es el doble de lo que corteros indígenas ganan en otras zonas del país, como en el departamento de La Paz donde se puede llegar a ganar apenas un lempira por libra de café en uva.
Según datos del Banco Mundial uno de cada cinco hondureños que vive en las zonas rurales lo hace en pobreza extrema, con menos de 1.90 dólares al día.
En junio de 2020, como una medida para paliar los efectos de la pandemia por COVID-19 en el sector, el Gobierno hondureño anunció que estaban disponibles 300 millones de lempiras, lo que denominó el Bono Cafetero. Según estimaciones gubernamentales, este bono estaría destinado a la ayuda para 91,000 productores de café a nivel nacional, el 87% del sector, y quienes no hayan recibido el bono tendrán acceso a préstamos con 8.7% de interés anual.
Unas de las condiciones que el Instituto Hondureño del Café (Ihcafe) impone para certificar una finca de café es que no haya niños trabajando en ella. Pero los niños siguen ahí, en medio de las fincas, tapados por los arbustos de café, donde encontrarlos requiere agudizar el oído para intuir su posición por el sonido de sus voces.
En Corquín, los niños ganan lo mismo que los adultos, no hay diferencia en el pago por libra de café en uva que se cosecha. Según el apartado del Ihcafe referente al trabajo infantil en su página web «los mercados importantes del café en el mundo entre ellos Estados Unidos de Norteamérica, han incluido entre los requisitos a los países productores, la abolición del trabajo infantil forzoso». Honduras —según la revista Forbes— es el mayor productor de café de la región centroamericana, llegando a alcanzar una producción anual de 7,02 millones de quintales de café.
Hasta 2019, el Instituto Nacional de Estadística revela que el promedio de años educativos en el país es de ocho, y que la tasa de analfabetismo es apenas un 11 %. Con la expansión de la COVID-19 y el cierre de los centros educativos, las posibilidades de recibir clases en línea para los niños en las montañas hondureñas se reduce a cero, sin señal de teléfono y sin dinero para contratar planes de internet, trabajar en la cosecha del café es la única actividad posible.
1 comentario en “El trabajo infantil que cosecha el café de exportación”
Una realidad muy fuerte, recién en semana Santa tuve la oportunidad de visitar una finca y entable una conversación rápida pero suficiente para escuchar el testimonio de una chica que fue explota laboralmente en su infancia y me hizo recordar lo que yo mismo viví también en mi infancia.
Muy terrible y dolorosa es la realidad de la niñez catracha.