Nos han robado todo, menos la esperanza

Al final de este viaje

en la vida quedará

una cura de tiempo y amor

una gasa que envuelva un viejo dolor.

—Silvio Rodríguez

Texto: Bella Carrillo

Portada: Tomada de Pixabay

Estos días han sido agotadores, a veces despierto y me gustaría que todo fuera diferente. La sensación de querer irme del país, en busca de otras oportunidades, ha aumentado porque aquí cada vez es más difícil sobrevivir, digo sobrevivir porque en Honduras no vivimos, sobrevivimos y resistimos. Pero luego pienso en todo lo que significa Honduras: mi familia, mis esfuerzos por estudiar y ser lo que soy; su gente, ese amor que la caracteriza y las ganas de luchar por la dignificación. Todo eso me retiene. 

Cuando comenzó la cuarentena, pensé que soportaría todas las cargas laborales, personales y académicas. Después de más de cinco meses puedo decir que no ha sido tan fácil, mis ánimos y ganas de hacer las cosas que antes hacía se han agotado y estoy segura que alguien al leer esto se sentirá identificado. De hecho, escribir esto me ha costado, tengo tantos sentimientos de enojo, tristeza y ganas de llorar, porque he sentido que he perdido gran parte de mi vida: la cercanía de la gente, poder abrazarla y sentir que todo está bien.

Quiero pensar que la pandemia acabará pronto, pero pensar en la realidad a la que nos enfrentamos me preocupa mucho. Pienso en todos los saqueos y el robo que le han hecho a este país quienes administran el Estado, y a veces me pregunto: ¿cómo puede existir gente tan mala?, le han hecho tanto daño a este país, pero pretender robarle las esperanzas a un pueblo en medio de una pandemia es hasta inhumano.

Han sido muchos los sectores que se han visto afectados, digo muchos, porque esa es mi percepción, pues los sectores privilegiados, como las  grandes trasnacionales han funcionado durante toda la crisis, de hecho se han lucrado de ella, la banca por ejemplo, sigue generando sus ingresos, ¿o díganme si saben de alguien que ha dejado de utilizar los bancos? Como es de esperarse aquí los pobres son los que más sufren cualquier crisis.

Es claro que no contamos con una respuesta humanista a la actual crisis, al contrario la respuesta del Estado ha sido militarista y represiva. Han utilizando todos los recursos, desde las armas hasta los medios de comunicación, a través de la sobreinformación y desinformación que, a diario, la mayoría de los grandes medios transmiten y solo profundizan más en el pánico, con lo que aumentan la ansiedad, el estrés, el miedo y la depresión. El gobierno no brinda  ninguna alternativa para frenar con estas otras enfermedades que afectan a una gran parte de la población hondureña.

Hace unos días enfermé y cuando busqué asistencia médica en una clínica privada me la negaron, solo puedo decir que fue una horrible experiencia. Encima de todo me quedé sin trabajo. Todo esto me ha generado un sentimiento bien fuerte,porque además mi carga académica en este periodo de la universidad fue bastante intensa y bajo un sistema de clases online.

Siempre he dicho que esta crisis nos ha afectado a todas y todos, de una u otra forma, por eso es necesario hacer replanteamientos de luchas, en la cual todos los sectores que históricamente hemos sido marginados (movimientos de mujeres, movimientos campesinos, movimientos indígenas, el sector estudiantil, entre otros) nos aglutinemos y luchemos  por una emancipación de nuestro territorio,  que nuestras luchas sean  por un bienestar colectivo y humanista.

No podemos permitir que los «poderosos» nos sigan colonizando y saqueando, debemos seguir luchando. Salir a las calles, ya habrá momento para eso, pero por ahora es la lucha por no perder la esperanza de que podemos liberar este país, de seguir organizándonos en los espacios que están proponiendo verdaderos cambios para el bienestar colectivo. No podemos perder la empatía, ese sentimiento de amor que caracteriza a la especie humana, el querer ver feliz a las personas que apreciamos y ver como nuestras amigas, amigos y familiares salen adelante en un país tan bonito, pero  difícil como Honduras. 

Hace unos días, el doctor Juan Alemendares de la organización Madre Tierra, escribió el artículo Pandemia por el pánico, donde decía que «en el caso de Honduras el ochenta por ciento de los hondureños son pobres, tenemos un déficit de más de cien mil viviendas y los que tienen su casita viven prácticamente hacinados, de tal forma que no pueden permanecer en casa más de un día porque de lo contrario no comen y sus hijos pueden morir, Por lo tanto, tienen que desplazarse y como estamos en un régimen represivo y un Estado de excepción, si rompen esta regla son encarcelados, o bien, expuestos a gases lacrimógenos que no solamente hacen llorar si no que matan porque dañan los pulmones y los exponen al daño viral». Y yo agrego a esto que, a pesar de toda la adversidad, revivir la esperanza y regalarnos una sonrisa en tiempos de pandemia puede ser el acto más revolucionario que alguien puede dar. 

Sobre
Bella Genoveva Carrillo Aguilar, 23 años, hija de padres campesinos (la tercera de 5 hijos). Nació en el municipio de Trojes, El Paraíso, en el año de 1996. Estudiante de la carrera de periodismo. Feminista y defensora de los derechos de las mujeres. Me interesa escribir e investigar sobre las comunicaciones con enfoque de género.
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Escritora, no labora en Contracorriente desde 2022.
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