Hace poco seguía la noticia que el embajador de la Unión Europea en Honduras, adeudaba los derechos laborales a su exempleada doméstica. Aún con esa denuncia, días atrás, este señor fue condecorado en el Congreso Nacional. Me llamó mucho la atención y pensé en que estos abusos e incumplimientos son una constante lamentable en nuestra sociedad. Así que era buen momento para confrontarme y cuestionarme, ya que como feminista estoy obligada a ser coherente entre el discurso y mi propio caminar; examinar si practico la sororidad con todas las mujeres o solo con mis amigas, hermanas o con aquellas por las que inmediatamente siento empatía.
He querido, desde mi propia condición de mujer privilegiada, reconocer y considerar las profundas desigualdades que atraviesan las mujeres que no han tenido las mismas oportunidades que yo o que se encuentran en condiciones distintas, esa interseccionalidad de la que hablamos las feministas, esa desventaja u opresión de muchas que viven por estar en otras situaciones de vulnerabilidad. Tal es el caso de las trabajadoras domésticas remuneradas, quienes históricamente han sido explotadas y su trabajo ha sido invisibilizado de manera «legal», pues en nuestra legislación no encuentran protección adecuada, peor aún en la práctica.
Como ya he contado en crónicas anteriores, desde el feminismo me rebelo ante los mandatos patriarcales, entre ellos que el trabajo de cuidados sea asignado exclusivamente a la mujer por ser mujer, en las relaciones de pareja. Así voy contando la importancia y la necesidad de la corresponsabilidad, educando en igualdad etc, pero ¿qué pasa si todo ese trabajo de cuidado se lo endilgamos a otra mujer porque trabaja para nosotras?, me parece que ello no es más que trasladar la opresión propia a otra mujer «porque yo puedo y porque yo le pago». No es sencillo mantener la coherencia entre lo que digo y la práctica.
En una ocasión platicaba con una conocida sobre el cansancio del trabajo de casa y me dijo: «bueno, pero usted tiene empleada en su casa, no tiene porqué hacerle el trabajo a ella», y en ese momento me ganó el privilegio y pensé: «sí, que tonta he sido todo este tiempo». Sin embargo, casi de inmediato me puse a reflexionar en lo cansado que es el trabajo de casa y que por justicia —aunque he empleado a una persona para labores domésticas—, hay cosas que yo puedo hacer y siento que es mi deber hacer. Por ejemplo, generalmente yo cocino y hago las labores de limpieza y desinfección de las compras —en este momento— por el riesgo del contagio por el virus. No quiero exponer a otra persona, así que prefiero hacerlo yo y me quedo más tranquila y segura de haberlo hecho, siento que esa responsabilidad es indelegable.
Luego, hablando con una amiga de este tema, me preguntaba si es correcto tener trabajando conmigo a una mujer donde puede decirse que existe una relación de jerarquía, ¿no estaría yo reproduciendo la opresión? Entonces respondo razonando que ello dependerá en gran medida de la forma en que me relaciono con ella: el respeto, el tratar con dignidad y las condiciones de salario y trabajo que deben ser justas —en toda la dimensión de lo que implica la justicia—, pues es claro que muchas mujeres optan por el trabajo doméstico o de cuidados por la histórica y escasa oportunidad de empleo formal en Honduras y muchas de ellas por la nula preparación escolar. Nada de esto jamás debería ser un motivo para aprovechar su situación, más bien es mi deber estimular y proporcionar las condiciones para que la vida de esta mujer mejore, podría ser motivándola a continuar sus estudios y permitiendo que esto sea posible, de ello tengo buenos ejemplos.
Una amiga y compañera que siempre ha apoyado así a las personas que han trabajo en su casa y la de su familia me dijo: «en mi familia siempre apoyamos a las trabajadoras domésticas para que estudien, se trata solo de hacer un pequeño esfuerzo para que le cambie la vida a una persona». Ahora también recuerdo que una de mis sobrinas, a la edad de 10 años, matriculó en la primaria de su escuela a la persona que trabajaba en su casa pues me dijo: «tía no puede ser que ella aún no ha terminado la escuela». La chica terminó la primaria asistiendo a su escuela los días domingos. ¡Qué alegría me dio recordarlo! Estos ejemplos me llenan y aunque a veces pierdo la esperanza creo que hay muchas mujeres justas.
Es humano e imperativo valorar el trabajo que las trabajadoras domésticas realizan, además del trabajo físico, el trabajo de cuidado entraña lo emocional y los apegos. La persona que cuida a mi niño me dijo en una ocasión: «mire Claudia, a veces le quiero abrazar al niño, pero en mi antiguo trabajo me prohibían este tipo de cosas», a lo que respondí: «usted abrácelo todo lo que quiera que él necesita sus abrazos». Qué necesario e importante es el reconocimiento, el agradecimiento, el amor y la ternura, especialmente en esta época de pandemia, considerando también que la mayoría de ellas vienen de áreas rurales y por las prohibiciones de movilidad y de transporte no han podido visitar a sus familias e hijos durante todo este tiempo.
Cuando veo a la persona que trabaja conmigo en el cuidado de mi bebé, pienso en lo cariñosa y amorosa que es con él, y como me dijo mi compañero de vida: «en este momento ella no puede acariciar ni abrazar a su propio hijo de tres años». En ese momento me invadió un sentimiento de pesar, le pregunté si quería viajar a su casa —pues, por su trabajo, mi pareja viaja constantemente, podíamos hacer arreglos para que él la llevara—, pero me contestó que no, que en su comunidad no están aceptando por el momento que lleguen personas de las grandes ciudades por miedo al contagio. Sin duda esa es otra de las formas de discriminación de las que son objeto, también ella misma me comenta que muchas de sus conocidas que trabajan en casas han sido despedidas o suspendidas sin salario.
El tema de los derechos laborales de las trabajadoras domésticas, está presente en mí desde hace mucho, pues a lo largo de nuestras vidas muchas mujeres —con el objetivo de cursar estudios—, hemos hecho labores o colaboraciones en casas de familiares y si bien no cuenta como una relación laboral en sentido estricto sí conlleva responsabilidades y obligaciones.
Cuando cursé la clase de Derecho Laboral Avanzado, en mi postgrado, tuve especial atención en los derechos de las trabajadoras domésticas remuneradas, pues me fue asignado investigar sobre el tema. Así conocí del Convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo y que Honduras se ha negado a ratificar y cuya ratificación sería un tremendo avance, sería un piso mínimo para reclamar sus derechos en las instancias necesarias y conllevaría la obligación estatal de respetar, prevenir y garantizar sus derechos.
Recientemente se aprobó el Convenio 190 de la Organización Internacional del Trabajo, que protege contra el acoso laboral incluyendo el acoso sexual, tanto en el empleo formal como el informal, que es tan frecuente contra las trabajadoras domésticas remuneradas. En esa época yo vivía con mi hermana mayor y recuerdo que le hice una especie de entrevista a la empleada que trabajaba en casa. Ella me contó que además de la explotación laboral que había vivido en su trabajo anterior, también había experimentado acoso sexual por su empleador y familiares de este. Me comentó que en una ocasión que su empleadora no durmió en casa, tuvo que colocar un mueble en la puerta de su habitación pues el jefe quería abusar sexualmente de ella.
Desde entonces resolví que si en algún momento cuando necesitara emplear a alguna persona para trabajar en casa, debía ser vigilante de mi entorno para no permitir que eso sucediera, así como también me comprometí a pagar un salario justo y ofrecer condiciones de trabajo adecuado, así como oportunidades de tiempo para desarrollo. En esto último voy a trabajar el año que viene. Cierro diciendo que si bien, todas las mujeres hemos vivido formas de opresión y luchamos contra ellas, jamás debemos olvidar revisar nuestro entorno. Hacer los ajustes para caminar de forma coherente con nuestro discurso y no trasladar a otras mujeres nuestras propias opresiones, pues como apuntaba Kimberle Williams Crenshaw: «si no somos interseccionales, algunos de nosotros, los más vulnerables, caerán entre las grietas».