Apelar a los artistas en momentos extremos no es nuevo, sucedió en tiempos de guerras y en calamidades naturales, cuando sentimos rota el alma por algo que nos supera, apelamos a aquello que nos hace sentir conectados, el arte.
«BocaLoba está en la cuerda floja en estos momentos», comienza explicando Mayra Oyuela, gerente de uno de los bares del casco histórico de Tegucigalpa.
A BocaLoba —un proyecto que funciona bajo la modalidad de casa cultural y bar— la alcaldía que preside Nasry Asfura no le ha otorgado el permiso de operaciones, bajo el argumento que en el plan de arbitrios municipal explica que no pueden funcionar locales que vendan bebidas alcohólicas cerca de iglesias, claro, esto en el casco histórico de Tegucigalpa donde hay tantas iglesias como cantinas. Solo a una cuadra de la Catedral de San Miguel Arcángel, la principal iglesia católica del casco, funciona otro recinto sagrado: el New Bar —Tito Aguacate, para los parroquianos— que funciona desde 1945.
La preocupación de Mayra, poeta y gestora cultural, es real, la crisis sanitaria le está pasando factura a todos los emprendimientos culturales del país. Los proyectos como BocaLoba, o Café Paradiso, que en el centro de Tegucigalpa son espacios para presentaciones de artistas y montaje de exposiciones, corren el riesgo de entrar en bancarrota porque el cierre de los espacios públicos debido al avance del coronavirus en el país se puede extender aún más, esto es vital si entendemos que los bares y restaurantes sobreviven de lo que hacen diariamente.
Debido al toque de queda decretado por el gobierno de Honduras en el marco de la crisis por el coronavirus el pasado 15 de marzo, no hay conciertos, no hay bares abiertos y los museos han cerrado totalmente, no hay librerías abiertas, no hay lecturas de poesía. Sin embargo, ahora que el virus ha tomado tanto territorio, el mundo parece necesitar más que nunca del arte, y de quienes lo producen, necesita salir de esto con el espíritu intacto, esa parece ser la sensación con tanta lectura de poesía, con tanto concierto de famosos por redes sociales.
Pero en las crisis —como suele pasar en todo, en casi todo— las desigualdades siguen siendo visibles, son más visibles. Ahora mismo, comunidades enteras tienen hambre, no de arte, sino de esa que te hace pequeño el estómago, de esa que solo se sacia comiendo.
«Si no hay venta no se puede operar, si no hay venta no pagas empleados, no pagas servicios, no podes pagar proveedores, es así de simple», explica Mayra. Aunque en BocaLoba están preocupados por el posible cierre, existe una comprensión de todo lo que sucede alrededor de la crisis por el coronavirus, las personas no podrán tan fácilmente volver a consumir a los espacios culturales porque el arte y la cultura no son productos de primera necesidad, antes se deberá solucionar la comida y la salud.
De este espacio dependen seis personas, seis personas a las que se les ha podido garantizar el salario porque se dejó de pagar el alquiler donde opera, pero en tres meses —de extenderse a tanto la cuarentena— BocaLoba no tendría la capacidad de pagar los salarios y la renta, ni siquiera podrían elegir entre uno u otro, se verían obligados a cerrar. BocaLoba es un proyecto autofinanciado, y solo puede sobrevivir por el consumo cotidiano de los clientes, en ausencia de una cooperación internacional o gubernamental, proyectos como este solo puede sobrevivir porque la venta diaria sostiene los proyectos artísticos, el cobro de entradas para algunos conciertos termina financiando la microfonía y el técnico para la banda que toca, de otra manera es imposible.
En algunos países los gobiernos han destinado algo del presupuesto para combatir la crisis del coronavirus para amortiguar el impacto económico en la industria cultural y artística, en Honduras nadie de los entrevistados cree que algo de los más de 420 millones de dólares aprobados por el gobierno de Juan Orlando Hernández llegue a cultura o a los artistas. Para el año 2020, en el Presupuesto Nacional de la República para la Dirección Ejecutiva de Cultura, Artes y Deportes se destinaron cerca de los 208 millones de lempiras.
«Sí, me ha impactado un montón, yo tengo mis obligaciones, tengo un préstamo, pago renta de apartamento, pago renta de local». Es la reflexión que hace David Santos, uno de los principales tatuadores de Honduras. Golosinas y más, el estudio de David, cerró el día uno. Para un estudio de tatuajes que agenda sus citas con mucha anticipación cerrar implicará en el mejor de los casos reprogramar las citas, esperar si cabe, que aquellas personas que tenían citas y habían pagado el adelanto que el estudio exige para poder reservar, no pidan la devolución y sigan con sus planes de tatuarse.
En el caso más extremo, suponiendo que la crisis sanitaria provocada por el avance mundial del coronavirus se extienda a más de un mes, Golosinas y más, donde trabajan cuatro personas, tendrá que cerrar, no sobrevivirá a la crisis. En medio de todo, David quiere ser optimista, piensa que se puede salir de esto y replantearse cada uno la interacción con los demás. «En la medida que todos nos apoyemos, así como puedo estar en el día trabajando y en la noche veo que Pavelón —Café Guancasco— tiene un evento, asistir y pagar la entrada», explica, porque la solidaridad deberá superar la crisis también.
La medida más drástica a la que ha llamado la Organización Mundial de la Salud es la de quedarse en casa, la OMS llamó a todos los países a cerrar fronteras y hacer la cuarentena, una cuarentena que en el caso de Honduras no se ha cumplido del todo.
En la segunda semana de un toque de queda que pretende retener a las personas en sus casas para intentar evitar la propagación del virus, solo en Tegucigalpa se han reportado tomas de carreteras con quema de llantas, saqueos a supermercados y protestas en los barrios más pobres de la periferia capitalina, donde la gente tiene hambre y vive de lo que puede hacer a diario, ahí donde el llamado a quedarse en casa es un llamado en el vacío, la gente únicamente no puede porque no tiene ahorros, porque no tiene comida, porque no tuvo las condiciones para hacer la cuarentena. El gobierno ha respondido con gas lacrimógeno en las tomas y en el mercado del Zonal Belén, uno con mayor conglomeración de personas en una zona pobre de la capital de Honduras.
Los casos positivos han superado por mucho la frontera de los 32, donde apuntaba la Secretaría de Salud, el sistema hondureño comenzaría a colapsar, para la noche del 26 de marzo ya sumaban 67 casos positivos y 1 muerte.
Para la artista urbana Betán, la cuarentena la tomó un poco por sorpresa, todo al principio parecía de mentira, las personas con mascarillas, colapsando los mercados y los bancos. Cuando Betán arribó al país luego de un viaje al Perú se encuentra con un país en toque de queda y sus proyectos suspendidos.
Culturas vivas, el colectivo de artistas urbanos al que Betán pertenece, ha tenido que quedarse en casa e intentar hacer algunos trabajos desde ahí, elaborar propuestas confiando en que la crisis va a pasar pronto para retomar los espacios públicos donde el colectivo hacía graffiti y muralismo, el colectivo depende del espacio público, uno que en este momento no es una opción.
Artistas como Betán y su colectivo viven de lo que proyectos puntuales van dejando a diario, porque no tienen un salario mensual, un trabajo a largo plazo que les permita poder dedicarse a desarrollarlo ni siquiera durante un año, por lo que deben recurrir a presentar propuestas constantemente a organizaciones —que como bien explica ella, han tenido que entender con el tiempo que el trabajo de los artistas urbanos debe pagarse—, tampoco tienen seguridad médica. «Aquí tenés que pagar tu renta, no como en otros países que te dicen que tenés tres meses, aquí dicen tomar medidas de seguridad pero la verdad es que el gobierno no está ayudando». Cuestiona.
Para Betán está claro: «no todas las personas tenemos los privilegios de tener todo, de tener alimento, de tener el dinero para pagar la renta, hay personas que sobreviven día a día». A Ella le interesa reflexionar más allá del arte, más allá de los artistas.
La crisis sanitaria que implica la expansión del coronavirus en Honduras lleva a tomar ciertas medidas, usar mascarilla y gel, lavarse bien las manos con agua y jabón, pero la principal es quedarse en casa, sin embargo esta última para Bentán es un privilegio, y así como ella otros artistas están conscientes de este privilegio, uno que dudan se pueda sostener si la cuarentena se extiende por mucho más tiempo.
Marcela Lara, vocalista de la banda Puras Mujeres cree que quedarse en casa, por ahora, es un privilegio del que ella puede gozar, pero está consciente que de no encontrarse una solución pronto, el país entero va colapsar en puntos de inflexión vitales.
«Ninguna de nosotras vive exclusivamente de la música, o de Puras Mujeres». Explica Marcela la situación de ella y sus compañeras de banda.
En este momento, a la banda le comienza a pasar factura la falta de ensayos, Marcela no tiene reparo en explicar que las bandas existen de los ensayos y las tocadas en vivo. Pero todo está cerrado, ese público está en sus casas intentando lo mejor que puede no infectarse de coronavirus, ellas también, porque esto nos supera a todas las personas.
Los proyectos deben esperar para esta banda, que es la única banda en el país que es integrada solo por mujeres: canciones, ensayos, viajes, conciertos, todo ha pasado a segundo plano porque lo principal es la salud.
—El arte no lo vemos como una necesidad vital, y ahora estamos nada más preocupados por las necesidades vitales, que son comida y agua, el arte queda fuera de eso.
La banda espera sobrevivir a la crisis y reponerse componiendo canciones y volviendo poco a poco a los escenarios, volviendo a sus proyectos, los que afortunadamente para la banda están garantizados gracias a una subvención del Fondo Centroamericano de Mujeres, que les ayudará a producir sus próximas canciones, pero para esto deberán superar la crisis individualmente para que la banda también lo haga.
—¿Para qué sirve hacer arte en este momento de crisis en el país?
—Para tener un poquito de alegría, para tener un poquito de esperanza para la reflexión.
Si bien Marcela sabe que el quedarse en casa ha llevado a otras formas de expresarse y solidarizarse: subir contenido gratuito y dialogar con el público, que esto ayuda a reflexionar sobre la situación actual, también espera que el encierro haga crecer la expectativa por los proyectos y cuando por fin se retome la vida, medianamente como la conocíamos, que los conciertos se llenen, que la gente llegue.
Otros no son tan optimistas al respecto, y sospechan de todo: de que esta crisis —que cada día parece más profunda— haga cambiar la actitud del público respecto al arte, que si acaso tanto concierto online no es solo una manera de sobrellevar nuestro propio encierro, porque antes no los hubo, éste es el cuestionamiento de Héctor Flores, escritor, editor y librero en El Progreso.
Es escéptico a la idea de los famosos y sus conciertos por Facebook live y por Instagram live, para alguien que una vez por semana hace un en vivo, esta modalidad no parece tan novedosa, todos los jueves cierra su librería y transmite desde El acantilado, un programa dedicado a la poesía, a veces lo hace solo, otras con algo de suerte tiene quien lo acompañe. Y así, todos los jueves, durante una hora, Héctor habla de poesía en Facebook, no le impresionan los famosos y sus streaming.
Isla poesía, la librería de Héctor, opera en un espacio pequeño que la administración de una farmacia le ha facilitado sin cobro alguno, pero no es una farmacia que pertenezca a un consorcio farmacéutico, y explica que cuando esto pase, si a la farmacia no le ha ido bien, deberan comenzar a cobrar la renta del pequeño local y por tanto Isla poesía no sobreviviría».
—Yo tengo una librería, una librería que lleva lo que lleva la crisis, cerrada literalmente, y cuando digo cerrada literalmente es que nosotros no podemos ir y abrir las puertas porque hasta los libros pueden ser una condición de contagio, eso hace que yo me sienta incluso frustrado internamente, porque no le veo futuro, una semana después, lo que yo había logrado en estos meses, está caído. La dificultad —sigue contando— está en comenzar desde cero, porque la cuarentena se habrá llevado también el encanto por los espacios culturales.
Isla poesía surgió por la necesidad de tener un punto de encuentro, para Héctor la librería no genera beneficios económicos pero había logrado que tampoco generara deudas, que no cerrarán los días en números rojos, ahora todo ese trabajo de convertir una librería café en un proyecto sostenible está echado atrás.
Héctor se dedica a otra cosa, trabaja haciendo consultorías para organizaciones, si cuando la cuarentena pase se encuentra con la decisión de tener que invertir más dinero en el proyecto de la librería, está claro que es algo que no podrá hacer, porque no podría poner en duda el futuro de la educación y salud de sus hijos. Pero más allá del costo económico de la crisis, Héctor cree que el primer impacto es emocional: no poder salir, no tomar un café con los amigos, no poder ni siquiera acceder al limitado abanico cultural que en un lugar como El Progreso se tiene.
Para cuando todo esto pase, porque ahora pensamos en ese futuro, Héctor tiene un plan: «Lo primero que haría —explica desde su escepticismo— sería agarrar el sonido que tengo, ir al parque e invitar a los artistas, a los músicos y celebrar que hay vida, abriría la librería para seguir soñando que es posible aunque la realidad me la pinte imposible».
Quizá otros proyectos editoriales atraviesan una situación similar a la de Isla poesía, pero para Guaymuras —editorial y librería—, esta crisis todavía no pone en duda su continuidad. Guillermo Brune, editor de la editorial Guaymuras, explica que un proyecto de 40 años de existencia que ha sobrevivido a muchas cosas y la ausencia total de apoyo gubernamental tiene el músculo necesario para sobrellevar la crisis actual.
«Guaymuras es un proyecto autosostenible», cuenta su editor, «la venta de los libros da para sostener una plantilla que ronda las 16 personas entre diseñadoras, gente en imprenta, editor, directora, y la librería. Esto se ha logrado a través de los años, consolidar alianzas y publicar libros que puedan venderse con facilidad —básicamente los clásicos de la literatura universal— que aporten el sostén económico para la plantilla y para plantearse títulos que están conscientes nos devolverán lo invertido en ellos. Estamos pensando qué se puede hacer, nosotros no vendemos pdf o e-book, los libros electrónicos, quizá ahora sea buen momento para comenzar a ver ese modelo de negocio».
La semana que recién terminó, la editorial española Anagrama puso a disposición en formato e-book, seis títulos de su vasta colección de narrativa, Guaymuras no puede hacerlo, aunque estén conscientes de lo que significa tener un libro en casa para poder pasar la cuarentena, porque ni siquiera tienen esa modalidad entre sus opciones al público.
Guillermo también piensa en el futuro, piensa que cuando esto pase el gremio editorial debe replantearse muchas cosas que hasta ahora no lo ha hecho, el cómo se trabaja, la relación con el público, el estándar de calidad en los trabajos que se publican, una feria del libro, son tantas que se debe comenzar por dialogar y desde ese diálogo construir algo que perdure.
El virus —ese del que todos hablamos en internet— parece superarnos en la vida real. Todos los días un poco más. Ahora para salvarnos del encierro solicitamos, agradecemos, que los artistas estén ahí y hagan sus streamings.