El éxodo como forma de protesta

Los migrantes que van en caravana se paran derecho, hablan frente a las cámaras, llevan pancartas y la bandera de Honduras. Se sienten fuertes unidos y su huida la cuentan con dolor pero con el orgullo de quien reacciona, de quien ya no está inmóvil, aguantando, solamente sobreviviendo, de quien habla y dice que Honduras está secuestrada, que si los impunes se quedan, ya no es un país digno para nadie. La caravana de migrantes que inaugura el nuevo año 2019 arrancó anoche desde la terminal de San Pedro Sula, a oscuras, bajo la lluvia y guiada por muchas voces, gritos confusos, sin más plan que caminar hacia la frontera con Guatemala en Agua Caliente. Esta es la tercera caravana después de la crisis política desatada por la reelección de Juan Orlando Hernández en 2017, éxodo le siguen llamando a esta expresión de inconformidad, hartazgo, oportunidad.

Honduras es un país sostenido por migrantes, al cierre de 2018 la entrada de divisas más grande que tuvo el país fue por concepto de remesas: 4,850 millones de dólares, mucho más que la exportación de lo que producimos. Exportamos personas. No es nuevo hablar de migración, de desplazamiento forzado.

La década de los 90, cuando se regresaba la institucionalidad a manos civiles y se hablaba de fundar un nuevo país más próspero, ni siquiera terminó cuando ya el país de nuevo estaba destruido, esa vez por el huracán Mitch. El pico migratorio subió, la huida irregular de personas era masiva pero dispersa, el mecanismo de siempre: la clandestinidad como protección para el migrante. Así como mucha gente logró obtener el Status de Protección Temporal por la crisis humanitaria que significó el Mitch, otros muchos fueron deportados, generando una crisis de violencia que reventó en los barrios más vulnerables, en las ruinas de un país que nunca se sabe si se habría terminado de construir.

Cientos seguían saliendo, clandestinos, miles llegando a Estados Unidos, el aumento anual del 100% de ingresos por remesas al país lo demuestra, son casi un millón de hondureños que se quedaron afuera, que son exiliados porque volver no pueden, no tienen país.

En 2014 hubo otro pico, le llamaron crisis de menores no acompañados. Las cárceles de Estados Unidos se llenaron de niños, de bebés, de madres lactantes y el mundo se escandalizó. Esos menores, esas niñas, esas madres salían todos los días, en la oscuridad, en el engaño de un coyote, en la soledad que genera la violencia, pero las vieron hasta que se acumularon en las cárceles y comenzaron a estorbar. Pocos comenzaron a cuestionarse que  si se va tanta gente de este país tan pequeño, algo muy grave debe estar pasando.

Y algo grave estaba pasando, en 2009 hubo un golpe de Estado, la institucionalidad a medio construir terminó de conformar un adefesio bien fuerte para blindar a los corruptos y castigar con indiferencia y represión a la mayor parte de la población. Elecciones tras elecciones y el adefesio cada vez más deforme, gobierno tras gobierno, extraditado tras extraditado, y la gente cada vez más inconforme. La furia revienta en gritos y empuja, esa es la furia que llevan los migrantes de la caravana.

“Me voy por el desempleo”, dice una mujer que lleva a sus tres hijos con ella al incierto camino hacia Estados Unidos, otros gritan “Fuera Joh”, y parece letanía. “Me voy porque soy madre soltera y no me alcanza para mis hijos”- “Fuera Joh”, “Me voy porque han violado a mi hija, en este país no se puede vivir”- “Fuera Joh”, “Me voy por una vida mejor”-“Fuera Joh”, “Me voy porque me van a matar” –“Fuera Joh”… La tragedia de cada relato, el llanto contenido, la desesperanza, ese bulto se acompaña señalando a la cabeza del adefesio que no protege, sino que aplasta a los más pobres, a las más violentadas.

La caravana se comenzó a mover de noche, va hacia el norte recorriendo las huellas de los más de 10 mil que se fueron en octubre y que han quedado desperdigados por México y poco a poco filtrados en la frontera con Estados Unidos. Familias enteras van a ciegas pero unidas, van huyendo pero cantando claro. “El mundo es nuestro y eso hay que aceptarlo. Si somos muchos vamos a derribar las fronteras”, esa es la voz de la gente en Honduras, uno de los países más violentos del mundo, un país que quizá comience a construirse pero desde afuera, desde los que se van.

 

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Fotografía: Martín Cálix

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