Hoy han vuelto a salir los militantes del Partido Nacional en una movilización que como punto de partida tenía las inmediaciones del Estadio Nacional Tiburcio Carías Andino. Así, como si comenzar allí significara poseer la bendición del General dictador Carías Andino, la movilización terminó en la Plaza Tigo, nada más azul, nada más «cachureco», que atravesar todo el bulevar Morazán.
Pero de qué paz hablan los nacionalistas cuando hablan de la paz, y cuando las estadísticas de las últimas semanas parecen estallarle al candidato presidente. Ayer, el informe del Comité de Familiares de Desaparecidos de Honduras (Cofadeh) recogía que «14 personas han perdido la vida en forma violenta todas en represión de protestas», es decir, que desde el 26 de noviembre hasta el 7 de diciembre, ha muerto una persona diaria en promedio. ¿Cómo se vinculan estas muertes, los saqueos, las detenciones, y el estado de sitio, con esa idea nacionalista de la paz?
Pero los activistas nacionalistas sí parecen tener otras cosas más claras, como el hecho de que cuando hablan de «lo bueno debe continuar» ellos se refieren, como diría un activista de la colonia 3 de mayo de Tegucigalpa, a que la gente pobre siga recibiendo la bolsa solidaria y se les siga construyendo casas por parte del partido. No existe ninguna diferencia, en este momento –para los activistas nacionalistas– entre el Partido Nacional y el gobierno de la República, «son lo mismo, nosotros pusimos al hombre allí, y queremos que continúe», dice este activista que prefiere no dar su nombre porque argumenta vivir bajo amenazas de los pandilleros de su colonia por ser activista del Partido Nacional. Otra señora gritaba –eufórica, con cierto desconcierto– que les tenían amenazados con quemarles las casas, que tienen miedo, que el miedo no les permitió llevar más gente, a una movilización que no era tan multitudinaria como las últimas del Partido Nacional.
Algunos jóvenes nacionalistas le gritaban a los autos el «yo vine porque quise, a mí nadie me pagó», consigna que surgiría en el calor de los movimientos indignados de hace algunos años y que sería reapropiada en las marchas de la Alianza contra la Dictadura. Gritan la consigna y se ponen la mano en la estrella azul bordada en su camisa blanca Columbia. Y embozan sonrisas que se vuelve difícil de entender, porque no se sabe qué país ven ellos desde sus ojos.
Juan Orlando Hernández dio el discurso de cierre de la marcha, habló de que todos los acuerdos con la comunidad internacional que se firmaron, se firmaron porque el Partido Nacional no tiene nada que esconder. Habló rodeado de la cúpula de su partido, habló entrecortado por la reproducción de «Color esperanza» de Diego Torres, y cuando por fin terminó, y se fue, y se quedaron sólo algunos en el escenario, como Miguel Pastor, el dj cachureco le dio play a «Te pido la paz para mi ciudad» de Jaime Murrell, canción que durante años ha sido símbolo de la sociedad cristiana evangélica hondureña.
Los votos siguen disputándose en las calles mientras ya no se puede limpiar la cara de un proceso electoral adulterado desde el inicio.