Cómo entender el privilegio masculino sin matarnos en el intento

Cuando era niña me tocó crecer en un hogar peculiar, nada de superior ni particularmente sufrido. Unas de las medidas que recuerdo que mis padres implementaban con sus dos hijos y conmigo eran prohibiciones como comer en las habitaciones y siempre que fuera posible hacerlo en familia, tener televisor en nuestro cuarto o desvelarnos viendo televisión. Para evitar que eso sucediera nos daban turnos para cada uno y en caso de no cumplirlos escondían el enchufe que permitía conectar la tele a la electricidad. Ya se imaginarán cuánto nos peleábamos entre hermanos por procurar siempre obtener los mejores turnos o para burlar las prohibiciones cuando era posible.

Los pleitos eran especialmente con uno de mis hermanos, él siempre se ideaba la forma de robarme mis turnos o influenciarme en ver lo que a él le gustaba en la tele y en la mayoría de ocasiones lo lograba porque las condiciones que nos rodeaban se lo permitían: era más grande que yo -todo un hombrecito-, era mayor y más inteligente, conocía muy bien mis debilidades, existía la percepción general de que yo era muy consentida por ende delicada y en el ámbito de espacio-tiempo, la mayoría de las veces no había nadie más.

Rememoro estas experiencias porque hasta ahora no he encontrado un mejor ejemplo práctico para describir de manera sencilla lo que significa el privilegio que tienen los hombres sobre las mujeres en esta sociedad, desde muy pequeños.

Ahora reflexiono que para los hombres desaprender el privilegio con el que viven cotidianamente es como abstenerse a hacer lo que más les gusta en la vida: ser el centro. Es en definitiva cederle su turno de ver la tele a la hermanita y dedicarse a desentrañar internamente, todos los días, porqué guardan la capacidad incluso de hacer que ella nunca vea más la tele o la capacidad de mantener en el encierro a las mujeres.

¿Cuáles son los elementos que les da ese poder, esa posibilidad? Deberían preguntarse: ¿Seré tan genial, tan convincente y estratégico? ¿O estaré aprovechándome de una situación concreta de desventaja? ¿Es posible que alguien esté siempre en desventaja? ¿Aunque no parezca? ¿Qué pasaría si decido simplemente no ceder, no renunciar a mis comodidades? ¿No deberían ellas conseguir lo que a mí me ha costado tanto? ¿Realmente me ha costado tanto? ¿Por qué cuando nos reunimos en familia mi hermanita y mis primitas casi no hablan?

La necesidad e impulso de escribir sobre este tema ha estado latente en mí por al menos dos años y siempre lo imaginé como un llamado a la salud mental de todas las mujeres y compañeras que llevo en mi corazón. Y para las que quieran leerme.

Estemos donde estemos siempre nos relacionaremos con cientos de hombres en nuestras distintas etapas y espacios, como nos dé la gana hacerlo. Lo que me parece ingenuo es que si estamos decididas a desnormalizar y cuestionar las situaciones de desigualdad producto del patriarcado en nuestros entornos, creamos  que en ese relacionarnos y quererlos no necesitaremos apoyo para mantenernos mental y emocionalmente bien con nosotras mismas.

No es fácil cuando la subordinación en la que nos mantiene el sistema se mete en la casa, en el trabajo, en la plaza, en la organización, en el partido y en la cama. Incluso implica seguir reproduciendo la imposición social y cultural de ser “súper mujeres”, las que hacen malabares por responder  a cánones machistas cotidianos mientras cuestionamos la imposibilidad de abstraernos de ellos y al mismo tiempo soñamos y trabajamos por crear alternativas más igualitarias. Y encima de toda esa inversión de tiempo, trabajo, pensamientos y emociones, pretendemos mantenernos sanas y felices por cuenta propia, sin permitirnos flaquear o gritar auxilio porque todo lo podemos las feministas, ¿no? ¿Qué sentido tiene querer cambiar el mundo por uno más vivible para las mujeres si no podemos lidiar con los propios monstruos mentales?

Pues no. Las feministas reafirmamos la necesidad de destruir  al patriarcado en el reflejo de cada una de las crisis que han vivido todas las mujeres que se han salido de la norma, precisamente la justificación de nuestro trabajo radica en cuestionar por qué los monstruos mentales de una mujer están directamente relacionados a cómo la sociedad nos subordina, nos utiliza y desvaloriza. Y no es para menos. Es cuando una se da cuenta que urge generar herramientas para equilibrar el continuum de desigualdad y violencia machista al que nos enfrentamos en Honduras, el trabajo que implica las iniciativas políticas que generamos en organización y nuestra sanación personal.

Y es acá donde a mí me gustaría que personal y colectivamente reflexionemos en torno a las expectativas que generamos en torno a los hombres con los que compartimos espacios. Es mentira que en este mundillo de defensores, activistas y militantes por causas “progresistas”, especialmente reducido en Honduras, alguna de nosotras no nos hayamos encontrado con la triste historia del tipo que violó a su compañera de lucha, o la del profesor más progre de la Universidad que se acuesta con todas con las que puede y logra sistemáticamente ocultarlo, el novio de una prometedora militante que la utiliza como trampolín,  los compañeros de organización que se dedican a embarazar mujeres aleatoriamente sólo porque pueden, el papá de una joven feminista que la manipula en función de sus poses, el amigo más querido que mintió para poder adelantarse a un trabajo que vos esperabas obtener, a las más radicales activistas por el anarquismo que reciben violencia doméstica de su pareja, por mencionar sólo algunas de las situaciones en las que la realidad patriarcal nos jode y anota un golazo sin darnos posibilidad de prepararnos para bloquearlo.

En cada una de estas ocasiones he notado que lo que más nos duele, más nos afecta y desestabiliza, es la confusión que emerge del creerlos “diferentes” u “hombres distintos”. Es como que todos nuestros análisis racionales y objetivos de cómo el machismo cruza clases sociales, orígenes, afiliaciones ideológicas y proyectos de vida diversos simplemente desaparecen y nos convertimos en una incesante máquina de lamentos. Es el doble de carga emocional al recibir una agresión o vivir una situación de desigualdad machista y además querer justificar al hombre que lo perpetuó. Es doblemente doloroso intentar explicar una situación como las anteriores imaginando al hombre responsable como “distinto”. Es perpetua la atadura de los ideales y expectativas de que “ellos podían ser mejores”, te enfrenta no sólo al dolor que encarna la situación concreta sino a una enorme decepción que termina vaciándote la vida.

Es por ello que destaco la importancia de cuestionar nuestras expectativas respecto a los hombres que creemos que no harían algo parecido, porque pretenden o intentan ser “distintos”. ¿En base a qué lo pensamos? Sabemos que existe información de sobra respecto al hecho de que son los hombres más cercanos a nosotras quienes más daño nos hacen, que existen estadísticas y planteamientos que muy bien lo explican, ¿por qué nos empeñamos en pensar que porque los conocemos, admiramos o queremos son, en efecto, distintos? ¿Y por qué deseamos incesantemente que nuestras expectativas sean la realidad si estamos conscientes que se deben a un sistema que los deforma y da preferencia? ¿Alguna vez hemos hecho el cálculo de cuánto tiempo y corazón nos llevan la deconstrucción de estos ilusos ideales? ¿No creen que partir de la certeza de que ningún hombre puede ser realmente “distinto” nos ayude a delimitar las relaciones que decidimos y quizás, nos ayude a concentrarnos en nosotras? Y no hablo de odiarlos, ni marginarlos, ni extinguirlos; me refiero simplemente a no ayudarles a construir castillos de arena, a no ser nosotras las columnas de esos castillos desde donde ocultan sus imperfecciones machistas.

Cierren los ojos. Imagínense solas y totalmente dueñas de sí mismas y de todo lo que les rodea. Imaginen al mismo tiempo que se acerca una situación de riesgo que les quitará ese poder y con ello cualquier capacidad de autocontrol y felicidad preferencial, ahora agregue al panorama el entendido de que así ha vivido por miles y miles de años decidiendo y siendo, que ahora esa es la única identidad que conoce de sí misma. Ahora exacerben la preocupación de ese peligro inminente que viene a arrebatarles todo, magnifíquenlo, imaginen su indestructibilidad, inventen el número de otras vidas en comodidad que ya han destruido.

¿Imaginan todas las posibles reacciones que tendría para defender la comodidad a la que han estado acostumbradas si identifican que el inminente peligro está en cualquier persona que les cuestione su estilo de vida? O quien sea que se niegue a ser otra preciada adquisición en su mundo de abundancia y poder. Los resultados en muchas ocasiones son los titulares de periódicos en cualquier país de la región, especialmente en Honduras, en los que exhiben a las mujeres asesinadas, mutiladas, secuestradas, amarradas o en costales. Lo que ustedes imaginaron es un hombre defendiendo su privilegio masculino en una sociedad que le permite sostenerlo y profundizarlo cotidianamente, que tampoco le da muchas posibilidades de imaginarse otra forma de ser que no sea dominando y oprimiendo.

Mis palabras no pretenden justificar a los agresores y machos militantes, tampoco les deseo un mal mayor al que ya hacen. Mi intención es aliviarnos la carga a nosotras a partir de construir colectivamente el supuesto de que realmente ninguno es tan distinto. Y a partir de ahí administrar nuestras afectaciones como mejor nos convengan. Para eventualmente recargarnos y seguir quemando el patriarcado como sistema y no a sus individuos, sin malgastar nuestro tiempo y arriesgar nuestra salud mental en seleccionar quiénes pueden, quiénes podrían, quiénes más o menos pueden, quiénes son pero no son o quiénes quizás son “distintos”.

Porque al final en estas honduras que llevan como consigna la ley del más fuerte, del que más se impone, ¿quién va a ceder sus turnos de ver la tele a su hermanita?

Sobre
Abogada y feminista. Trabaja Fundación para la Justicia y el Estado Democrático de Derecho en San Pedro Sula.
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3 comentarios en “Cómo entender el privilegio masculino sin matarnos en el intento”

  1. Me encanta el estilo de la autora, ojalá me pueda contestar sobre esto:
    ” o la del profesor más progre de la Universidad que se acuesta con todas con las que puede y logra sistemáticamente ocultarlo”.
    No entiendo como se iguala esto con los otros ejemplos que da en el texto, que van desde violadores, padres irresponsables, manipuladores o mentirosos.

    Así, tal cual esta escrito, no parece que hay razones para el repudio. Una persona que tenga una sexualidad muy activa y con diferentes parejas, porque es algo malo?

    1. CARMEN HAYDEE LOPEZ

      Hola Doxrealm! Gracias por leerme. Quizás tuve que ser más específica, me refiero a los profesores que se escudan en su posición de autoridad en relación a sus estudiantes para acosarlas y llevarlas a la cama. Ellas no toman la decisión desde el mismo lugar que ellos, hay una desigualdad jerárquica que en muchas ocasiones las convence de que no pueden hacer nada más si quieren aprobar su clase o simplemente sacárselos de encima.Los profesores que supuestamente se asumen progresistas deberían de estar conscientes de éstas implicaciones y en todo caso, si existe una atracción, procurar que el romance se de en circunstancias un poco más igualitarias como por ejemplo, fuera de la Universidad. También la constante en estos casos es que la mayoría de profesores que acosan estudiantes son casados y deliberadamente engañan para ocultar lo que hacen, avalados también por la misma estructura universitaria que en reducidas ocasiones da respuestas adecuadas a las denuncias de estudiantes víctimas de acoso (que no son pocas). Saludos!

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