La madre de la fuerza

 

No soy madre ni planeo serlo en un futuro cercano. Siempre he pensado que es una labor de tanta responsabilidad, consistencia y humanidad que me da miedo sólo pensarlo. Hacerme cargo de una criatura que sellará su nombre por siempre -de verdad para siempre- en mi corazón y que llevará el mío consigo en algún bolsillo de su recorrido; son proporciones incuantificables de amor para dar y recibir que siempre he dudado si dentro de mí albergo tanto. Antes de siquiera experimentarlo pienso en el dolor que viviría conmigo al verles ir, dejar la casa y trazar sus rumbos.

Muchas veces lo hemos conversado con mi mamá, es un proceso doloroso previsible, ante lo cual no queda más que prepararse, abrazarles con toda la ternura acumulada y seguir; amándoles de lejos o quizás si la suerte se asoma, más de cerquita. Así lo pensaba, desde mis privilegios de vida nunca imaginé que el dolor podría ser un gigante tan complejo. Hasta que las conocí.

Y es que si existe una madre de todas las fuerzas ésta se encarna en las madres que incesantemente buscan a sus hijos, hijas o familiares desaparecidos en la ruta hacia la “prosperidad”, hacia sus sueños, en el camino hacia Estados Unidos. Todas las personas sabemos por alguien cercano a nosotras cómo este trayecto amenaza la vida de las personas que lo cruzan y cómo es más grande la necesidad de huir de catástrofes como Honduras que la determinación de cuidarse a sí mismos, de quererse vivos.

Pero en esta ocasión no quiero ser quien escribe por informar o denunciar esta crisis humanitaria, ahora sólo quiero reconocer la fuerza poderosa de estas madres que hasta en el recóndito punto de nuestro país existen y luchan  por nunca olvidar a sus hijos e hijas. Quienes les sueñan todas las noches y se levantan al día siguiente echando de sus casas a la incertidumbre de no saberles vivos, secuestrados, presos o muertos; porque son conscientes que en la medida en que entregan su mente a una posibilidad única de paradero, su esperanza se encoge, y no hay tiempo para derrumbarse.

Así lo pensaba, desde mis privilegios de vida nunca imaginé que el dolor podría ser un gigante tan complejo. Hasta que las conocí. Y es que si existe una madre de todas las fuerzas ésta se encarna en las madres que incesantemente buscan a sus hijos, hijas o familiares desaparecidos en la ruta hacia la “prosperidad”, hacia sus sueños, en el camino hacia Estados Unidos.

Las madres que he conocido organizadas en el Comité de Familiares de Migrantes Desaparecidos del Progreso (COFAMIPRO) y en el Comité de Familiares de Migrantes Desaparecidos del Centro de Honduras (COFAMICENH) honran el amor a sus hijas e hijos buscándoles, alumbrando caminos, rutas, albergues; desentrañando la lógica de las redes criminales que amenazan el mismo camino que ellas y ellos en algún momento recorrieron. Y no sólo lo hacen por sus familias; cotidianamente tienden puentes de denuncia, documentación, comprensión y apoyo psicosocial hacia otras familias que cruzan el mismo sufrimiento. Y lo asumen ferozmente, te lo dicen: “nuestro trabajo terminará hasta que aparezca el último familiar de la última madre que lo busca”. Sé que no permitirían que nadie mantuviera esa herida abierta en soledad, aunque en ocasiones no puedan resolver su propio diario vivir.

Lo que sucede es que en su trayecto organizativo van fortaleciéndose unas a las otras y empiezan a reconocerse como lo que son, más que madres también líderes de sus procesos y defensoras de migrantes. Un ejemplo justo del poder entre mujeres, para las mujeres y por una causa global.

Y si les preguntás de dónde generan tanta fuerza para mantener un trabajo tan emocionalmente arduo, seguramente te contestarían con su consigna más emblemática: “¿Por qué los buscamos? ¡Porque los amamos!”. “El amor mueve montañas, Carmencita”, me dijo alguna vez Rosa Nelly de Cofamipro.

Yo no lo sé, lo que sé es que nadie como ellas conoce los recovecos de una política tan brutal que otro día de las madres no les permitirá abrazar a sus hijas e hijos. Sin embargo es ése dolor producto de la falta de amor de sus hijos es el motor por el que están haciendo historia. Y hoy, todo el amor que reside en mí lo traduzco en admiración total y absoluta hacia ellas, consciente de que ser madre no es nuestra obligación o fin único pero la necesidad y compromiso de transformar nuestra realidad se expresa en la capacidad de comprender lo que viven las demás, haciendo su lucha, la nuestra.

 

 

 

 

Sobre
Abogada y feminista. Trabaja Fundación para la Justicia y el Estado Democrático de Derecho en San Pedro Sula.
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1 comentario en “La madre de la fuerza”

  1. Francisca Carolina Reyes

    Me encanto, yo no decide ser madre, fueron muchas cosas, factores, que todavía otros deciden por nuestros cuerpos. Gracias C. Haydee por tan buen análisis.

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