Nadie lo vio venir. Ni las encuestas, ni los expertos, ni los estrategas políticos, ni la población, nadie. Estábamos abatidos, como suele suceder cuando la oscuridad nubla el horizonte de las esperanzas. Esperábamos lo peor, dos candidatas de partidos integrados por personas cuestionables, algunas abiertamente mafiosas. Esperábamos también que las instituciones de control fallaran en favor de lo que aprendimos a llamar «el pacto de corruptos» y que no es más que la culminación de un Estado cooptado por criminales y oportunistas, una élite política sin ningún respeto por la democracia, voraz en su apetito de poder y negocios. No veíamos contrapesos, ni en los partidos políticos, la sociedad civil o la comunidad internacional.