Las mujeres que protegen el mar y lo que vive dentro

Liliana García, integrante de la Empresa de Servicios Múltiples Mujeres Marisqueras (Esmumar), recorre uno de los chiqueros en Playa de El Burro, donde pesca almejas. Foto CC/ Fernando Destephen
  • Al sur de Honduras, las mujeres que se dedican a la recolección de almejas, cascos de burro, churrias y curiles, distintos tipos de moluscos bivalvos, presenciaron la muerte masiva de estos animales en el Golfo de Fonseca, en 2019.
  • Pese a que se hicieron análisis del agua y otros estudios para conocer las causas de la mortandad, las autoridades gubernamentales no entregaron los resultados de dichas investigaciones.
  • Ante la disminución y mortandad de los moluscos, las marisqueras se han convertido en la primera línea de defensa y concientización sobre su conservación y debida recolección.

Por María Celeste Maradiaga
Fotografía: Fernando Destephen

Nadie sabe qué originó la mortandad. Una mañana de octubre de 2019, el fango rodeó la costa del Golfo de Fonseca, en el océano Pacífico, al sur de Honduras. La mezcla de tierra y agua con olor putrefacto se coló entre las casas a la orilla del mar, en las tiendas y negocios cercanos, y también en la memoria de las mujeres marisqueras de la isla volcánica de Amapala.

Aquel día, a primera hora, las marisqueras partieron en lancha desde la isla de Amapala hacia Güegüensi, una isla cercana, deshabitada y rodeada de manglar, en el departamento de Valle. Allí se encuentra su banco de pesca: una de las zonas clave para la extracción de moluscos bivalvos, que se caracterizan por tener conchas ovaladas y duras. El «marisqueo», como llaman a esta actividad, se realiza desde el amanecer hasta el mediodía, aprovechando que la marea baja permite recolectar los moluscos de entre los manglares.

Pero algo extraño estaba pasando en la orilla esa vez. Las almejas (Donax sp.), cascos de burro (Grandiarca grandis), curiles (Anadara tuberculosa y Anadara similis) y churrias (Modiolus capax y Mytella guyanensis)—que se se suelen extraer tras escarbar por horas entre el fango, en piscinas de piedra a la orilla del mar (llamadas chiqueros) y en las raíces de los manglares— ahora estaban a disposición de quien quisiera tomarlos sin esfuerzo. Flotaban muertos en la orilla de la isla y en la superficie del mar. Lo que vieron ese día marcó a las marisqueras para siempre.

Almejas de diferentes tamaños. Solo las más grandes deben ser recolectadas. Foto CC/ Fernando Destephen
Almejas de diferentes tamaños. Solo las más grandes deben ser recolectadas. Foto CC/ Fernando Destephen

Ana Luisa Mendieta, quien aprendió a recolectar almejas con su madre y su abuela desde que era una niña, trabajaba en ese momento como intermediaria en el mercado de Amapala. No olvida que sus compañeras recogieron decenas de estos animales en pailas para luego venderlos en el mercado local o en el de San Lorenzo, un municipio del departamento de Valle en tierra firme. Mientras tanto, ella permanecía inmóvil, consternada por ese fenómeno que se extendió por casi dos años. 

La vida de las mujeres que vivían del marisqueo cambió por completo. La mortandad provocó que la mayoría de moluscos que solían recolectar durante semanas se descompusieran en cuestión de días. A esto se sumó la pandemia de Covid-19, que restringió la movilidad, el acceso al mar y a los alimentos. «Señor, ¿serán estos los últimos días de nosotras?», se preguntaba Ana. Parecía que el mar les estaba dando un mal presagio. 

Aunque se habían dedicado a recolectar mariscos toda su vida, tuvieron que adaptarse: lavaron ropa y vendieron frutas, jugos y helados para sobrevivir. Ana Luisa Mendieta emprendió en la venta de lácteos, un negocio que se consideraba «clandestino» porque el transporte en lancha estaba restringido por la pandemia. Pese a que ella y las demás marisqueras pidieron ayuda a la Alcaldía de Amapala y a la Dirección General de Pesca y Acuicultura de la Secretaría de Agricultura y Ganadería, señalan que, en ese momento, la ayuda no llegó. 

El alcalde de este municipio, Alberto Cruz Guevara, dijo a Mongabay Latam y Contra Corriente que, tras la muerte masiva de moluscos bivalvos, la municipalidad apoyó a las mujeres marisqueras con un proyecto de vivienda y de capital semilla. Sin embargo, Ana Luisa Mendieta sostiene que ese capital fue solicitado por las integrantes de la Empresa de Servicios Múltiples Mujeres Marisqueras (Esmumar), que se dedican a la pesca de moluscos al sur de Honduras, pero no lo recibieron. 

Además, la marisquera señala que el centro de acopio, el apoyo económico y la entrega de refrigeradores para la venta de mariscos que sí recibieron las 35 mujeres que conforman Esmumar, provinieron de organizaciones internacionales y de la sociedad civil, no de la Alcaldía. Pero el alcalde Cruz insiste en que la municipalidad ha apoyado a todas las que se dedican al marisqueo, no solo a las mujeres de ese grupo: «Nosotros identificamos como mujeres marisqueras no solo a las que están en Isla del Tigre (Amapala), sino a todas las que se dedican a  la explotación de bivalvos, en San Lorenzo, por ejemplo», afirma.

Lo cierto es que ya han pasado más de cinco años y la preocupación por lo que sucedió ese octubre de 2019 persiste. Ante la falta de respuestas sobre las causas de «la mortandad», estas mujeres han impulsado sus propios esfuerzos para la conservación de los moluscos y de su trabajo.

Soledad Martínez durante una jornada de pesca en Playa El Burro, en la isla de Amapala. Foto CC/ Fernando Destephen
Soledad Martínez durante una jornada de pesca en Playa El Burro, en la isla de Amapala. Foto CC/ Fernando Destephen

La causa de la mortandad sigue siendo un misterio

En enero de 2020, biólogos de la Universidad de Baja California (México), llegaron hasta Amapala a investigar qué había causado la muerte masiva de moluscos bivalvos en el Golfo de Fonseca, compartido por Honduras, El Salvador y Nicaragua. El esfuerzo requirió la coordinación de los gobiernos de México y Honduras para llevar a cabo la visita.

Liliana García también aprovecha las sardinas que quedan atrapadas en las piscinas cuando la marea baja. Foto CC/ Fernando Destephen
Liliana García también aprovecha las sardinas que quedan atrapadas en las piscinas cuando la marea baja. Foto CC/ Fernando Destephen

Uno de sus principales aliados en terreno fue el Comité para la Defensa y Desarrollo de la Flora y Fauna del Golfo de Fonseca (Coddeffagolf), una organización no gubernamental que desde los años ochenta defiende los recursos marino-costeros y a las comunidades que dependen de ellos.

Durante ese año, biólogos de la la Universidad de Baja California, México, tomaron muestras de agua para analizar su grado de contaminación, las cuales fueron entregadas a la Dirección General de Pesca y Acuicultura (Digepesca). Sin embargo, las comunidades locales y organizaciones sociales denuncian que dicha entidad nunca publicó los resultados de los estudios ni emitió una respuesta oficial sobre las posibles causas de la muerte masiva de moluscos. 

Los hallazgos de las investigaciones realizadas por los biólogos mexicanos tampoco se conocieron ni fueron socializados con las comunidades afectadas. 

Esta alianza periodística intentó contactar a los investigadores, pero  al cierre de esta edición no recibió respuesta. 

Jorge Reyes, gerente de proyectos de Coddeffagolf, explicó a Mongabay Latam y Contra Corriente que «no se sabe si al final los resultados se entregaron, porque era un apoyo entre gobiernos». Según él, las organizaciones de la sociedad civil hicieron varios pronunciamientos ante las entidades de gobierno para que facilitaran los resultados, pero no los recibieron.

Claudia Rivera y el grupo de mujeres de Bellas Mar buscando almejas en un manglar de Playa Bonita, Amapala. Foto CC/ Fernando Destephen
Claudia Rivera y el grupo de mujeres de Bellas Mar buscando almejas en un manglar de Playa Bonita, Amapala. Foto CC/ Fernando Destephen

En las oficinas de Digepesca, en Tegucigalpa, a 138 kilómetros del Golfo de Fonseca, Víctor Henríquez, jefe de pesca artesanal y deportiva de la entidad, aseguró que a sus escritorios tampoco llegaron «resultados concluyentes» sobre la mortandad. Esto, pese a que esta autoridad recibió los análisis y es la que debería tener una respuesta detallada sobre lo que ocurrió. Henríquez aclara, sin embargo, que no estuvo activo en esta secretaría cuando se presentó la muerte de bivalvos al sur de Honduras, debido a que él llegó a su puesto en 2022 con el actual gobierno.

Lo mismo sucedió con la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH), institución que si bien no participó en el estudio, sí esperaba conocer los resultados de los análisis. Como comenta la investigadora Liliam Marroquín, microbióloga y coordinadora de la carrera de Ingeniería en Ciencias Acuícolas de la UNAH, en la ciudad de Choluteca, «pudo haber sido una decisión política. Pienso que hay momentos en los que la autoridad determina que es mejor dejar cierta información reservada. Probablemente por el impacto económico que puede tener en la industria». 

Por esto, por ahora, solo tienen hipótesis de lo que pudo pasar. En San Lorenzo, una ciudad ubicada a 38 kilómetros de Amapala, en tierra firme, las temperaturas rondan los 35°C. Ese calor característico la ha convertido en una zona de tierra fértil para cultivos como la caña de azúcar, el melón, la okra y la industria camaronera. Solo esta última abarca unas 24 500 hectáreas, es decir, el 15 % del territorio entre los departamentos de Choluteca y Valle, según datos proporcionados por Digepesca.

En el pasado, estas industrias han sido señaladas por parte de organizaciones como la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) por el uso de fertilizantes y contaminantes que desembocan en el Golfo de Fonseca, afectando la calidad del agua y la vida marina. Sin embargo, aún no hay estudios que confirmen que sus actividades estuvieron relacionadas con la mortandad de moluscos.

La marisquera Liliana García camina entre las piedras llenas de conchas, buscando almejas o churrias que luego vende en el mercado local. Foto CC / Fernando Destephen
La marisquera Liliana García camina entre las piedras llenas de conchas, buscando almejas o churrias que luego vende en el mercado local. Foto CC / Fernando Destephen

La investigadora Marroquín, que ha trabajado más de una década en el diagnóstico de enfermedades de crustáceos al sur de Honduras, señala otra posible hipótesis, aunque también sin certezas: la alta presencia de microorganismos en las aguas. 

En El Salvador, país con el que se comparte el Golfo y donde también se presentó la mortandad masiva en 2019, biólogos marinos documentaron la presencia  del Perkinsus marinus, un parásito que afecta a los moluscos. En 2022, los mismos biólogos reportaron una leve recuperación de los bivalvos, pero también manifestaron su preocupación porque los resultados para identificar las causas de la pérdida masiva en esa nación tampoco llegaron.

«Nosotros presumimos que fue por Perkinsus por lo que declaró El Salvador y porque compartimos las mismas aguas, pero no porque se haya visto un informe o se haya hecho un análisis de esos organismos [en Honduras]», insiste Marroquín.

Tras la mortandad masiva de moluscos y la falta de respuesta en los estudios realizados en 2020, Coddeffagolf impulsó un programa de monitoreo del agua en 2024 junto con la UNAH en Choluteca, la Digepesca, el Instituto de Conservación Forestal (ICF) y más de 100 marisqueras hondureñas a lo largo del Golfo de Fonseca. La doctora Marroquín, quien forma parte activa de este programa, asegura que es una manera de conocer el estado del agua y así identificar cualquier otra irregularidad que suceda, previniendo lo que ocurrió en 2019.

Además, las marisqueras redoblaron sus esfuerzos en el cuidado del ecosistema marino. Junto a la Digepesca y Coddeffagolf, con el apoyo de la UNAH Campus Choluteca y la Xunta de Galicia a través de Ingeniería Sin Fronteras Galicia, un órgano de la Comunidad Autónoma de Galicia, en España, iniciaron un programa para cuidar la extracción de bivalvos en el Golfo de Fonseca.

Soledad Martínez y Liliana García aprovechan la marea baja para adelantar sus faenas de pesca. Foto CC/ Fernando Destephen
Soledad Martínez y Liliana García aprovechan la marea baja para adelantar sus faenas de pesca. Foto CC/ Fernando Destephen

Las guardianas del Pacífico

A las tres de la tarde, en la Playa de El Burro, Soledad Martínez espera que baje la marea. Con un destornillador y una cubeta recolecta unas 15 almejas. Las que miden menos de 14 milímetros las devuelve al lodo: sirven como semillas para regenerar el ecosistema. Martínez es la presidenta de Esmumar, el grupo de mujeres organizadas desde 2015, que se dedican a la pesca de estos moluscos.

La experiencia les ha enseñado a las mujeres marisqueras organizadas en Esmumar y en Bellas Mar otro grupo que reúne a 17 mujeres de Amapala que los curiles alcanzan unos cinco centímetros cuando están listos para recolectarse. Que las churrias, más coloridas, sobresalen entre las conchas como una lengua de carne y que pueden ser blancas, grises, moradas, amarillas o naranjas. Y que el casco de burro, el molusco más grande y pesado, puede llegar a medir siete centímetros y tiene un caparazón blanco de canaletas marcadas. 

El control de tallas para evitar recolectar animales pequeños que aún no se hayan reproducido ha sido una de las principales medidas para ayudar a su conservación. Las marisqueras como Soledad Martínez son estrictas. Sobre todo, porque recuerdan cómo el almejeo no ha sido el mismo después de la mortandad. Según ellas, la cosecha de estos moluscos se ha reducido en casi un 50 % en comparación con lo que recolectaban antes. 

Estar en la primera línea de la conservación no es tarea sencilla, pues ellas no son las únicas que se dedican a capturar estos moluscos y algunos recolectores no respetan el tamaño mínimo ni los períodos de reproducción. Ellas denuncian esto ante las organizaciones y entes gubernamentales cuando hacen los monitoreos de tallas, pero no existe un control ni vigilancia de las autoridades en los chiqueros ni manglares en relación a esto.

La información sobre quiénes se dedican al marisqueo y sobre las capturas es escasa, inclusive en las dependencias del Estado. A diferencia de la industria del camarón, un alimento que se exporta a Europa y Estados Unidos, los moluscos bivalvos se pescan para la subsistencia y son consumidos por la población local, por lo que no hay datos oficiales, ya que la Ley de Pesca no obliga a registrarlos. 

Víctor Henríquez de Digepesca agrega que esos datos tampoco pueden encontrarse en el Servicio Nacional de Sanidad e Inocuidad Agroalimentaria (Senasa) porque no es una obligación que éstos sean registrados y por lo tanto no existe un banco con estos datos. Esto puede comprobarse en un informe de evaluación pesquera de 2004 a 2010 de Digepesca, en el que señalan que no existen datos precisos respecto a la «pesca a pie» como le llaman al marisqueo, curileo o almejeo, por ser una actividad a la que las personas se dedican «esporádicamente» y no como «una forma de ganarse la vida».

Los muros de piedra sirven para contener el agua, pero también facilitan la recolección de moluscos en el Golfo de Fonseca. Foto CC / Fernando Destephen
Los muros de piedra sirven para contener el agua, pero también facilitan la recolección de moluscos en el Golfo de Fonseca. Foto CC / Fernando Destephen

Un diagnóstico realizado en 2021 por el Centro Tecnológico del Mar (Fundación CETMAR) detalla que, hasta 2016, en los departamentos de Choluteca y Valle, el 78,5 % de quienes se dedicaban a la pesca eran hombres y el 21,5 % mujeres. Sin embargo, al mirar el grupo de mariscadores, la representación de las mujeres es mayor, con un 66 %. Esta actividad, señala el documento, se realiza principalmente en los municipios de San Lorenzo y Nacaome, pero la pesca en «chiqueros» es exclusiva de Amapala. De ahí que para estas mujeres sea también fundamental la conservación del recurso. 

Un mercado difícil y sin apoyo

El mercado para los moluscos en Honduras es reducido y fragmentado. La mayoría del consumo ocurre a nivel local: en sopas, mariscadas o al natural, vendidos en pequeños baldes en las ferias y calles del sur del país. Además, el precio al que les pagan los productos a las marisqueras no reconoce la difícil tarea de su extracción. 

La faena implica despertarse en horas de la madrugada, someterse a largas jornadas en el calor del sur del país y sumar centavos para conseguir lo del transporte en lanchas hasta los bancos de pesca; además de las horas seguidas de estar encorvadas escarbando para buscar esos animales diminutos.

Las marisqueras venden cada paila de almejas o de churrias a 50 o 70 lempiras, unos 2 dólares. Los cascos de burro, que se venden en bolsas de ocho, valen 50 lempiras (1,9 dólares), y la docena de curiles está a 35 lempiras, unos 1.3 dólares.

Pero también han explorado diferentes formas de comercialización. Por ejemplo, preparan alimentos como cócteles de almejar, encurtidos de churria u otro tipo de platillos que son vendidos en ferias en Tegucigalpa y San Pedro Sula, ciudades céntricas donde la recolección de moluscos es imposible y el sabor de los mariscos del sur es apetecido. Las marisqueras concuerdan en que esto le ha dado un valor agregado a sus productos, que son recolectados, vendidos y comercializados por ellas.

Pero Soledad Martínez, la presidenta de Esmumar, no deja de pensar en el mar y en cómo después de la mortandad no ha vuelto a ser el mismo. Antes bastaba con escarbar en los chiqueros o buscar en los manglares un par de horas para encontrar moluscos, ahora, la incertidumbre de otra mortandad hace que sea más difícil pensar en sobrevivir en la isla. 

Ella tampoco es la misma. Mientras platicamos en Playa Negra, al otro lado de la isla y lejos de los chiqueros en los que recolecta almejas todos los días, cuenta que, en realidad, no le gusta la playa, y que se aburre cuando no llegan los turistas. Más tarde confiesa que el mar le recuerda a su mamá, quien falleció pocos días antes de que ella asumiera la presidencia de la organización.

A Ana Luisa Mendieta, su compañera, en cambio, el mar la sanó. Después de un accidente automovilístico quedó con limitaciones en su movilidad y sin posibilidades de marisquear. Fue en el mar que tuvo que comenzar de nuevo. «En el mar aprendí a caminar, empecé a dar pasitos porque el agua me sostenía. Al principio no podía ni poner la punta de los pies, porque sentía que se me destartalaba todo. Pero aquí estoy», agrega.

Ana Luisa Mendieta, quien pertenece a Esmumar, explica las consecuencias de la mortandad de moluscos en 2019. Foto CC / Fernando Destephen
Ana Luisa Mendieta, quien pertenece a Esmumar, explica las consecuencias de la mortandad de moluscos en 2019. Foto CC / Fernando Destephen

El mar, que enfermó y regresó a la normalidad por sí solo, continúa siendo un enigma. Por eso, estas mujeres piensan colectivamente en el futuro de su oficio, pero también se preguntan por qué nadie les ha respondido qué originó la mortandad. Ante la incertidumbre, Soledad Martínez, Ana Luisa Mendieta, y las demás mujeres organizadas en Bellas Mar y Esmumar, sólo pueden continuar con su propósito: proteger el mar y lo que vive dentro.

Tras recolectarlas, las almejas se pueden cocinar en diferentes presentaciones. Foto CC / Fernando Destephen
Tras recolectarlas, las almejas se pueden cocinar en diferentes presentaciones. Foto CC / Fernando Destephen

Esta historia fue publicada en colaboración con Mongabay Latam.

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