Por: Leonardo D. Pineda
Portada: Persy Cabrera
Este sábado 16 de agosto, las iglesias católica y evangélica en Honduras convocaron a una caminata nacional «por la paz y la democracia». El evento, que sus organizadores describen como apartidista y de enfoque espiritual, ha encendido una fuerte polémica: buena parte de las críticas y ataques en redes sociales provienen de funcionarios, militantes y simpatizantes de Libertad y Refundación (Libre), el partido que gobierna desde 2022, con raíces en el activismo social y antioligárquico.
¿Por qué un acto religioso ha provocado tanta reacción política? La respuesta mezcla cálculo electoral, tensiones históricas entre Estado e iglesias y una visión ideológica que, en ciertos sectores de Libre, ve con recelo el protagonismo religioso en la esfera pública.
Intentaré ser objetivo desde perspectivas como la sociología, la politología y otras ciencias sociales relevantes, basándome también en el contexto actual del país e integrando el ángulo espiritual y patrones observados en contextos similares en América Latina (como Cuba, Nicaragua o Venezuela), para analizar la postura de Libre.
Para estructurar esto, dividiré las motivaciones en categorías analíticas, explicando cómo se conectan con el caso específico de la caminata. Estas no son mutuamente excluyentes; a menudo se entrelazan en un ecosistema de poder polarizado, donde Honduras enfrenta una crisis electoral de cara a las elecciones generales del 30 de noviembre de 2025, en un contexto de alta desconfianza en las instituciones estatales —que supera el 90 %, según encuestas como las del Equipo de Reflexión, Investigación y Comunicación (ERIC-SJ)— y donde existe una credibilidad elevada en las iglesias católicas y evangélicas, de alrededor del 50-70 %, con un 85 % de la población que pertenece a estas religiones.
- Motivaciones políticas (desde la politología: teoría del poder y estrategias electorales)
Desde la politología, la oposición de Libre se explica principalmente como una estrategia defensiva para mantener el control en un contexto de alta polarización y vulnerabilidad electoral. Honduras es un régimen híbrido (democrático, pero con rasgos autoritarios), donde el partido en el poder percibe amenazas a su hegemonía.
Específicamente, hay una percepción de la caminata como acto opositor disfrazado, en donde sectores de Libre ven el evento no como una oración neutral por la paz y la democracia, sino como una movilización política encubierta que podría erosionar su base de apoyo. La candidata presidencial de Libre, Rixi Moncada, ha denunciado públicamente que la marcha tiene un «trasfondo político» para «impedir que continúe el cambio y la refundación» en beneficio de partidos tradicionales como el Nacional y el Liberal, a los que acusa de fraudes pasados (2013, 2017). Esto se alinea con la teoría de la «deslegitimación opositora»: gobiernos incumbentes etiquetan iniciativas civiles como «golpistas» para neutralizarlas, especialmente cerca de elecciones donde encuestas muestran competencia reñida.
También existe temor a la influencia de las iglesias como contrapeso: las iglesias católica y evangélica tienen un poder de convocatoria masivo y, históricamente, han movilizado a miles. La más reciente fue una marcha en 2023 contra la aprobación de la Ley de Educación Integral para prevenir los embarazos adolescentes. En politología, esto se ve como «actores veto» o «contrapesos informales» en sociedades con instituciones débiles. Actores de Libre anunciaron que asistirán a la caminata con banderas partidarias (pese a la solicitud de neutralidad), con lo que buscan «contaminar» el evento para desvirtuarlo o cooptarlo, evitando que se convierta en una plataforma antigobierno. Aquí se puede citar, como ejemplo, cuando el comisionado presidencial Miguel Briceño amenazó con revocar la personería jurídica a la Confraternidad Evangélica tras críticas de su líder, Gerardo Irías, quien llamó a Libre un «mal necesario» que ahora se ha convertido en un riesgo.
Sumado a esto, con la llegada de las elecciones y la crisis en el Consejo Nacional Electoral (CNE), Libre teme que la marcha amplifique demandas de elecciones limpias, que son interpretadas como ataques a su gestión. Esto refleja la «lógica del incumbente»: maximizar ventajas y minimizar riesgos, algo similar a cómo gobiernos de izquierda en la región, como Ortega en Nicaragua, han reprimido a las iglesias por su rol en protestas.
En resumen, desde esta lente, la motivación es preservar el poder: la caminata podría movilizar votantes indecisos o conservadores contra Libre, que se posiciona como reformista, pero es acusado de autoritarismo y de reproducir algunas prácticas corruptas del pasado.
- Motivaciones sociológicas (dinámicas de clase, identidad y secularismo)
La sociología ayuda a entender esto como un conflicto entre esferas de influencia: el Estado secular vs. instituciones religiosas tradicionales, en un país con desigualdades profundas y polarización ideológica.
Primero, es importante explicar el conflicto de clases y el anti-elitismo: Libre, con orígenes en movimientos populares postgolpe de 2009, se presenta como defensor de los pobres contra «las 10 familias y 25 grupos económicos» que controlan el país. Sociológicamente, y como lo sustenta también la teoría de la reproducción social de Bourdieu, las iglesias son vistas como aliadas de estas élites conservadoras, que históricamente han usado la religión para mantener el status quo. Críticos de Libre argumentan que las iglesias «guardaron silencio» ante abusos pasados y ahora usan la fe para presionar contra reformas progresistas. Por ejemplo, simpatizantes llaman a los líderes religiosos «mandaderos del bipartidismo», financiados para manipular al pueblo y preparar un «fraude o un golpe de Estado».
También existe una polarización identitaria: en sociedades divididas como Honduras, con alta pobreza, migración y violencia, eventos como esta caminata refuerzan identidades —religiosos vs. seculares/progresistas—. Libre atrae a sectores urbanos, jóvenes y activistas que ven la religión como conservadora. Esto genera rechazo sociológico: la marcha se percibe como la búsqueda de un «rescate de privilegios perdidos por las iglesias bajo el gobierno actual».
Además, la falta de distinción entre diversidad religiosa y desorden político alimenta tensiones. Libre, al atacar, busca imponer una narrativa secular donde las iglesias no interfieran en lo público, evitando que la pluralidad religiosa se convierta en desestabilización social.
Esta perspectiva destaca cómo la oposición refuerza la cohesión interna en Libre, unificando a su base contra un enemigo común: las iglesias como servidores de la oposición.
- Otras perspectivas científicas (psicología social y economía política)
Grupos como Libre exhiben algo que describió el psicólogo Irving Janis como «pensamiento de grupo» o «pensamiento tribal», donde los disidentes (en este caso, las iglesias) y otros que no son de la propia tribu son demonizados como amenazas existenciales. Ataques personales, como llamar a líderes religiosos «mercenarios» o «intolerantes», reflejan sesgos de confirmación: todo lo que no se alinee con la agenda es «político». Esto se amplifica en redes sociales, donde publicaciones de funcionarios defienden la participación en la caminata, pero la enmarcan como «resistencia contra golpistas».
En cuanto al aspecto de la economía política, Libre promueve un modelo estatista; las iglesias, con exenciones fiscales e influencia social, compiten por lo que Bourdieu llama «capital simbólico». Oponerse evita que la marcha cuestione reformas económicas, al verla como una defensa de intereses oligárquicos.
- El rol del aspecto espiritual: ¿Influye el ateísmo o incredulidad en LIBRE?
Creo que la dimensión espiritual juega un papel, aunque secundario y entrelazado con lo político-ideológico, no como motivación principal. Muchos en Libre (incluyendo simpatizantes) provienen de tradiciones izquierdistas marxistas, donde la religión es vista como el «opio del pueblo»: una herramienta ideológica para distraer de desigualdades reales. Esto se evidencia en casos públicos:
El viceministro de Educación, Edwin Hernández, se declaró ateo en 2022 (resurgido en agosto de 2025), afirmó que Dios es un «personaje inexistente» creado por la fe y criticó a pastores por «engañar al pueblo» y vivir de mentiras. Aunque no menciona directamente la caminata, sus ataques recientes a líderes religiosos por «opinar sobre educación creyendo en mitos» se alinean con la oposición general de Libre. Desde una perspectiva sociológica, esto refleja secularismo militante: ateos en posiciones de poder ven iniciativas religiosas como irracionales o manipuladoras, lo que intensifica el rechazo.
En contextos latinoamericanos, gobiernos de izquierda con simpatizantes marxistas —firmes defensores del materialismo científico (ateísmo)— en el poder han reprimido iglesias por similar desconfianza. Por ejemplo, en Cuba, desde la llegada de Fidel Castro al poder, se promovió el materialismo marxista (ateísmo científico o ateísmo práctico): primero de facto, desde 1959 hasta 1976, y desde 1976 hasta 1992 como política de Estado. Durante 33 años se consolidó un Estado ateo en la práctica, con políticas anticlericales que incluyeron discriminación contra personas religiosas en empleo y educación, restricciones a las prácticas religiosas e incluso cárcel, ejerciendo un control significativo sobre estas instituciones y sus actividades. Ejemplos puntuales incluyen asaltos a iglesias y detenciones de sacerdotes en respuesta a críticas en los años 60 y 70. Incluso en 2023-2025 se ha reportado acoso continuo contra cristianos, protestantes y católicos, con casi el 68 % de los cubanos conociendo creyentes acosados por motivos religiosos. En 2021-2025, durante protestas, líderes religiosos fueron arrestados por oponerse al régimen, lo que es indicativo de una persecución sofisticada.
En Venezuela, bajo Nicolás Maduro (influenciado por el marxismo), los conflictos con la Iglesia católica escalaron. Ejemplos incluyen a la Conferencia Episcopal Venezolana llamando al gobierno «dictadura» en 2017, exigiendo la salida de Maduro y elecciones libres en 2019 por violaciones a los DD. HH. y ejecuciones extrajudiciales, y acusándolo de buscar totalitarismo en 2024-2025, con exclusión de diálogos y temor a persecución.
En Nicaragua, la organización Colectivo de Derechos Humanos Nicaragua Nunca+ documentó entre 2018 y octubre de 2023 más de 3489 cancelaciones de personalidad jurídica a organizaciones de sociedad civil, entre ellas al menos 325 organizaciones directamente religiosas. Se encarceló a sacerdotes, pastores tuvieron que huir del país y se confiscaron bienes, como pasó recientemente con la Universidad Jesuita, acusada de «terrorismo».
Esto refleja represión ante críticas a los autoritarismos y muestra patrones donde el ateísmo ideológico amplifica la desconfianza, facilitando ataques a iglesias, como sucede en Honduras en este momento.
Habría que decir que el ateísmo no es universal en Libre: muchos militantes son creyentes, y algunos candidatos, como la candidata presidencial Rixi Moncada, afirman fe personal. Sin embargo, esto refuerza una cultura partidaria donde la religión organizada es sospechosa de conservadurismo.
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Todo este contexto hace que la caminata se perciba no solo como política, sino como «supersticiosa» o «hipócrita», facilitando ataques más agresivos. Sin embargo, la motivación primaria parece política: el ateísmo amplifica el desprecio, pero no lo origina; es más un catalizador en un conflicto de poder.
En conclusión, el caso en Honduras es un ejemplo vivo de la falta de distinciones claras, que generan que un acto positivo de ecumenismo y diversidad se convierta en fuente de conflicto, con visiones polarizadas que ven al otro como enemigo o apóstata. Lo anterior no solo aplica, sino que ofrece herramientas conceptuales para analizar y resolver estas tensiones, promoviendo un trabajo que enfatice el diálogo y la unidad en la fe.
Las motivaciones de Libre para oponerse son principalmente políticas (defensa electoral y control), con raíces sociológicas en conflictos de clase y secularismo, amplificadas por psicología de grupo. El aspecto espiritual, vía ateísmo, añade vehemencia al rechazo, viéndolo como manipulación irracional, pero no es el conductor principal: es más un reflejo ideológico de la izquierda hondureña. Si Libre lograra ver la caminata como diálogo intercultural, podría reducir tensiones, pero la polarización actual lo hace improbable.
En resumen, esta caminata podría fomentar ecumenismo e inclusión, pero las divisiones y oposiciones de Libre (motivadas por poder, clase y secularismo) destacan la necesidad de distinciones claras para evitar confusiones. En América Latina, la fe no es ajena a lo político: gestionada con precisión, transforma desorden en diversidad enriquecedora, invitando a un trabajo pastoral que logre unir en lugar de dividir.
Tampoco puedo ignorar que la historia muestra cómo, en ocasiones, ciertos líderes religiosos han perdido el rumbo, inclinándose hacia posiciones partidarias y defendiendo privilegios que no deberían existir. Eso no debe repetirse. Sin embargo, si las iglesias hondureñas logran mantener un enfoque espiritual y apartidista, podrían dar un paso importante hacia esa «cooperación interreligiosa» tan necesaria en Honduras y en la región.