Por favor, no caigan ustedes en el vicio de la acumulación. No caigan en el error de acaparar espacios y aferrarse a ellos. Siempre impulsen procesos, procesos que se renuevan permanentemente. Creadores de proceso. El tiempo no traiciona nunca cuando somos conscientes que el camino no empieza ni termina conmigo. – Francisco
Por Lucía Vijil Saybe y José Mario López
Jorge Mario Bergoglio, conocido como el papa Francisco, fue el primer pontífice latinoamericano y jesuita. En más de doce años al frente de la Iglesia católica, destacó por su cercanía a los históricamente excluidos. Desde sus inicios, mostró signos de austeridad y renuncia a privilegios papales, como vivir con sencillez y adoptar el nombre Francisco, inspirado en San Francisco de Asís, símbolo de humildad y cuidado del medio ambiente.
Su legado es amplio y significativo, involucrándose activamente en temas cruciales como la promoción de procesos de paz en diversos conflictos globales, mediaciones diplomáticas como la reconciliación entre Estados Unidos y Cuba, y la dignificación de las personas. Además, impulsó la acogida e integración de migrantes, promovió la participación histórica de las mujeres en espacios religiosos y decisivos del Vaticano, y revitalizó el Concilio Vaticano II desde las periferias sociales y ambientales.
El legado de su producción bibliográfica es amplio, así como su capacidad para poder transmitir sus principales postulados por los diversos medios de comunicación, principalmente desde las redes sociales. Es por ello que en esta breve reflexión nos centraremos en los aportes brindados en la encíclica Laudato Si’ (Alabado seas) sobre el cuidado de la casa común, así como el aporte de las famosas tres «T» en los diversos encuentros que tuvo con los movimientos sociales. Lo más importante, ¿podemos situar las enseñanzas del papa Francisco en Honduras?
El cuidado de la casa común
El papa Francisco en la encíclica Laudato Si’ nos brinda un breve recorrido por distintos aspectos de la actual crisis ecológica, busca llegar a las raíces de la situación actual, va moviendo su análisis desde la identificación del modelo económico, al que nombra como «paradigma tecnocrático dominante», y explica cómo desde este se ha fortalecido el antropocentrismo moderno que se expresa en la dominación de los humanos sobre los diversos ecosistemas, sin importar el impacto ambiental a la casa común. Retoma el principio de las comunidades eclesiales de base, ya que no se queda solo en el ver y juzgar la actual crisis ambiental, sino que da otro paso al actuar, y propone líneas amplias de diálogo y de acción.
Los ejes que atraviesan la encíclica son: la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta, la convicción de que en el mundo todo está conectado, la crítica al nuevo paradigma y a las formas de poder que derivan de la tecnología, la invitación a buscar otros modos de entender la economía y el progreso, el valor propio de cada criatura, el sentido humano de la ecología, la necesidad de debates sinceros y honestos, la grave responsabilidad de la política internacional y local, la cultura del descarte y la propuesta de un nuevo estilo de vida.
En esta lógica de que todo está conectado, Francisco reflexiona que «el ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos, y no podremos afrontar adecuadamente la degradación ambiental si no prestamos atención a causas que tienen que ver con la degradación humana y social». En otras palabras, la lucha por la defensa de la naturaleza lleva intrínsecamente luchar por las personas marginadas y excluidas de nuestra sociedad.
Francisco retoma el principio del bien común al señalar que «el medio ambiente es un bien colectivo, patrimonio de toda la humanidad y responsabilidad de todos. Quien se apropia algo es solo para administrarlo en bien de todos. Si no lo hacemos, cargamos sobre la conciencia el peso de negar la existencia de los otros». Es por ello que insiste en la generación de una cultura ecológica que no sea reactiva a la degradación ambiental, sino que sea «una mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático».
Dentro de las principales líneas de acción, el papa Francisco, desde la ecología integral, propone: i) Procurar que las soluciones se propongan desde una perspectiva global y no solo en defensa de los intereses de algunos países. La interdependencia nos obliga a pensar en un solo mundo, en un proyecto común. Cuestiona las cumbres mundiales que no tienen mayor impacto, debido a que los acuerdos han tenido un bajo nivel de implementación porque no se establecieron adecuados mecanismos de control, de revisión periódica y de sanción de los incumplimientos. ii) El desarrollo sostenible implicará nuevas formas de crecer; en otros casos, para que surjan nuevos modelos de progreso, necesitamos «cambiar el modelo de desarrollo global», lo cual implica reflexionar responsablemente «sobre el sentido de la economía y su finalidad, para corregir sus disfunciones y distorsiones». iii) La educación en la responsabilidad ambiental puede alentar diversos comportamientos que tienen una incidencia directa e importante en el cuidado del ambiente y de modificar modos de vida.
Tierra, techo y trabajo como derechos sagrados
En sus acercamientos a los movimientos sociales a través de Encuentro Mundiales, el papa identificó como relevante poner a discusión pública la tierra como bien común, una casa para cada familia y la dignificación del trabajo. Según el papa, el mandato de la humanidad debe regirse por el cuido de lo común, que se deteriora a través del acaparamiento de tierra, la deforestación, la apropiación del agua y la proliferación de agrotóxicos. Esa separación, más que física de la humanidad con el planeta, es ética y filosófica.
Sobre una casa para cada familia, el papa reconoce la dimensión comunitaria de la vivienda: el barrio. También aboga por la convivencia entre pares y vecindad. El papa criticó la constitución de las ciudades como espacios que ofrecen placeres y bienes para una minoría, pero que para la mayoría son negados. Abogar por las infraestructuras dignas y que habiliten la unidad entre los habitantes, debería ser la apuesta colectiva.
En el debate sobre la dignificación del trabajo, reconoció que la economía ha colocado etiquetas de descarte a las personas, en donde el humano es un bien de uso y consumo, para usar y descartar, claramente, haciendo referencia a lo concreto del desempleo juvenil, la informalidad y la ausencia de derechos laborales,realidades masivas y empobrecedoras.
Para reconocer el legado del papa, también es importante situarnos desde lo político de su acción. Es decir, aunque nuestra creencia no sea católica o que desconozcamos a la Iglesia como institución, el Vaticano y todo lo que ahí se desarrolla tiene impactos en la dinámica geopolítica. Máxime, en tiempos de recambio como los que estamos experimentando ahora mismo.
Dicho eso, el papa, desde su posicionamiento político expresa exactamente lo mismo que los defensores y defensoras ambientales han indicado sobre las crisis climáticas y sus impactos sobre las periferias; también retoma los postulados de la ética ambiental planteada por pensadores como Leonardo Boff o Enrique Leff, y plantea discursos similares a los de los campesinos y campesinas sobre la contaminación por el sector agroindustrial a los entornos naturales. Desde su posición de poder, que el papa lo reafirme es caja de resonancia para las alas más conservadoras que también están en la iglesia.
Y es que, ante sus planteamientos, el papa se enfrentó a una oposición vinculada a la política secular. Uno de sus principales opositores ha sido Raymond Burke, quien dijo estar «muy feliz» con la elección del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y se unió a otros obispos estadounidenses para pedir que se le negara la comunión al presidente Joe Biden, por su apoyo a las leyes sobre el aborto. Esto evidencia que, así como nuestras sociedades y sectores sociales están plegados de conservadurismos, la Iglesia también ha promovido estas ideas, y se encontró con un sujeto que pretendió transformar y asegurar la continuidad de su pensamiento y filosofía de abordaje de las dinámicas globales.
Legado del papa Francisco en la ecología política para Honduras
Las encíclicas relacionadas con el cuidado de la Casa Común del papa Francisco y sus múltiples discursos en encuentro con movimientos sociales, tienen importantes conexiones con la ecología política que se pueden retomar de cara a la conflictividad socioambiental en Honduras.
Para empezar, el tema de la crítica al modelo dominante. Cuestionar el actual modelo de desarrollo que ha explotado de forma ilimitada la Naturaleza, es cuestionar directamente al modelo capitalista extractivo que ha primado los intereses de las grandes empresas en detrimento de los derechos de las comunidades campesinas, indígenas y rurales. Señalar al modelo tecnocrático dominante es reafirmar también que las empresas extractivas son generadoras de conflictos cuando no asumen a cabalidad su obligación de respetar los derechos de acceso a información, participación ciudadana y justicia ambiental.
Las encíclicas hacen énfasis en que el modelo afecta a los más pobres. Coincide este planteamiento con lo que la ecología política ha discutido sobre el racismo ambiental y la desigual distribución de costos y beneficios ambientales. Por ejemplo, el Caso de Aurora en el departamento de La Paz, en donde se ha demostrado que, a pesar del reconocimiento por parte de las comunidades indígenas lencas hacia el río y las formas en que se interrelaciona con sus dinámicas de vida, la puesta en marcha de proyectos hidroeléctricos sin participación de las comunidades ha aniquilado las posibilidades de diálogo y promovido la violencia.
Los planteamientos del papa también hacen referencia a la ética frente al ambiente, subrayando que el cuidado de la Tierra es un deber moral. Este enfoque ético coincide con el análisis normativo y ético desarrollado por la ecología política. En Honduras, la mayoría de conflictos vinculados a la tierra y el territorio no han sido cruzados por el debate ético sino únicamente por lo jurídico, y no han enfrentado «los problemas morales en relación con la forma en la que el ser humano continúa explotando la naturaleza sin escrúpulos y todo el carácter conservacionista de las respuestas desde las instituciones».
La legislación ambiental y las políticas relacionadas con la protección ambiental o la regulación de actividades empresariales suelen diseñarse desde una perspectiva antropocéntrica, centrada en el beneficio humano más que en la conservación de la naturaleza. Por tanto, la clave está en la capacidad política para dialogar, repensar ontológicamente la vulnerabilidad inherente a la condición humana, y así abrir paso a nuevos paradigmas que reivindiquen a quienes defienden y priorizan la protección de los bienes comunes naturales. El papa Francisco plantea que las legislaciones de los municipios pueden ser más eficaces si hay acuerdos entre poblaciones vecinas para sostener las mismas políticas ambientales.
Pero también el papa hace énfasis en la participación ciudadana en las decisiones sobre el medio ambiente, y critica la concentración del poder económico y político en manos de élites. Coincide con las demandas históricas de los pueblos para tomar decisiones sobre las formas de gestión de su territorio y, recientemente, la adopción de marcos normativos que garanticen esos derechos, como el Acuerdo de Escazú. Destaca un reconocimiento tácito de las formas de resistencia y luchas en defensa de la Naturaleza. Ese debate público también reduce las formas en las que se criminaliza y estigmatiza la acción de defensoría.
Francisco cuestiona el antropocentrismo moderno que considera la naturaleza únicamente como recurso económico, proponiendo una visión más integral y respetuosa de la vida y la biodiversidad. Para Honduras es al final el recordatorio a cada uno de los espacios políticos de que: i) es urgente colocar al debate la discusión del modelo de acaparamiento de la Naturaleza, ii) reconocer y proteger la vida de quienes defienden el territorio como un deber de los Estados y iii) un llamado a la reflexión constante de las formas en las que nos relacionamos con la Naturaleza, desde el punto de vista ético, ontológico y filosófico.
Para finalizar, no podemos desconocer el papel que recientemente ha jugado la Iglesia católica (en sus facciones más progresistas) en el debate por las ideas, narrativas en favor de la Naturaleza y la incidencia por la protección de la vida de los defensores y defensoras. Basta con nombrar a monseñor Jenry Ruiz, obispo de la Diócesis de Trujillo, en relación a justicia ambiental y su trabajo con la promoción de la ecología integral; o bien a Juan López, delegado de la palabra y asesinado por defender a la Naturaleza en el año 2024. Con esas posturas, es posible retomar las alianzas entre sectores del movimiento social y ambiental, concretar acciones y movilizar hacia la transformación de las dinámicas capitalistas históricas.