El periodismo aportó a la creación de la mejor serie de todos los tiempos: The Wire

Texto y portada por Persy Cabrera

La serie televisiva The Wire no fue un éxito comercial; poca gente que conozco la ha visto, a pesar de que siempre figura en los tops de las listas que intentan nombrar a las mejores series de la historia, y que para algunas personas sea la número uno. 

The Wire es el tipo de serie que rara vez se produce en la actualidad, no porque las producciones de hoy en día sean terribles o carentes de calidad, sino porque hay una escasez de buenos personajes e historias, pero también de series que muestren estructuras, sistemas y mundos reales, que dosifiquen la exposición de sus ideas, que exijan la atención del espectador y recompensen con una crítica social profunda que perdure para siempre.

Creada, escrita y producida por el periodista estadounidense, originario de Baltimore, David Simons, durante cinco temporadas escuchamos las voces y ecos de una ciudad que carga a sus espaldas con un sistema injusto, y en el que alcaldes, senadores, jueces o jefes policiales entorpecen el trabajo policial y judicial, y que hospeda a personajes imperfectos, rotos y obsesionados. Para esta faena, Simons no estuvo solo. A su experiencia de doce años reporteando la violencia en Baltimore se unió como socio y coautor Ed Burns, un exdetective de homicidios de esta misma ciudad, con el que Simons ya había colaborado en el libro The Corner. 

El resultado de esta fusión «no es una serie policial», «sino la subversión de una serie policial estándar» como lo calificó  el youtuber Thomas Flight, en la primera parte de su análisis sobre esta serie. El punto de partida en la primera temporada de The Wire es la investigación que un grupo policial hace de una banda de narcotraficantes en Baltimore, utilizando equipos tecnológicos para vigilar e intervenir las comunicaciones del grupo criminal para dibujar una estructura y armar un caso contra estos criminales.

La siguiente temporada se enfoca en el sistema portuario de Baltimore, los sindicatos de esta industria, el contrabando, las promesas del Estado de mejorar el servicio, y las garras del narcotráfico. La tercera temporada vuelve a la distribución de drogas en la calle, a la lucha dentro de la policía por maquillar las estadísticas de homicidio, y narra además las vísperas de la contienda electoral por la alcaldía de Baltimore. La cuarta temporada se traslada al sistema educativo; los protagonistas son niños y adolescentes que viven en medio de todo lo que la serie construyó hasta ese punto. 

Simons y Burns trabajaron junto a varios guionistas que se unieron a lo largo de la producción, entre ellos más periodistas, que introdujeron a la narrativa un periódico local de Baltimore como uno de los escenarios de cierre para contar las historias de esta serie.

Un viaje por tantas instituciones, casos o miradas, requirió aterrizar en historias más humanas, alejadas de las series policiales más convencionales en las que un homicidio dispara el inicio de cada episodio y los protagonistas deben resolverlo. En esas series convencionales, con suerte nos dejan respirar y tener una trama de largo aliento. En The Wire, las tramas de largo aliento lo son todo, se juntan diversos protagonistas, hay policías, sindicalistas, alcaldes, senadores, estudiantes, vagabundos, y la decisión de cada uno afecta el destino de otros, aun cuando no cruzan ni una palabra entre ellos. 

Todo el entramado avanza con un ritmo más cotidiano, no hay tiroteos o escenas de acción espectaculares; aquí lo que importa es la gente. 

Esta serie no es como una película de Tarantino en la que disfrutemos viendo cómo se entrelazan las historias y admiramos con asombro los detalles que conectan a los personajes. Aquí lo esencial es establecer una estructura que muestre la esencia de la ciudad: pequeños destellos de humanidad, algunos bien intencionados pero desamparados por el sistema, y otros impulsados por malas intenciones que encuentran todas las ventajas para fallarle a la sociedad.

Pero esta red de personajes funciona bien porque Simons y Burns conocieron esta ciudad y a su gente, y pusieron muchos años de periodismo y de experiencia en el sistema policial al servicio de esta obra de ficción. Uno de los elementos a los que apuntaron Simons y Burns en la creación de los protagonistas de esta serie fue el realismo. Las personas que transitan en la Baltimore de The Wire fueron inspirados en personas reales; por ejemplo, Donny Andrews, quien fue un ladrón de narcotraficantes, asesino y posteriormente se rehabilitó para ser un defensor de la lucha anticrimen, fue la inspiración para el personaje de Omar Little, así como Martin O’Malley, quien fue alcalde de Baltimore de 1999 a 2007,  sirvió para construir el personaje de Tommy Carcetti. 

Esa fuente de inspiración de Simons no podría ser otra. «Como periodista, me propuse salir de la sala de redacción. Y traté de pasar más tiempo con las personas que estaban siendo vigiladas», le explicó Simons a Ian Rothkerch en una entrevista en junio de 2002, mientras se transmitía la serie. Además de Ed Burns, quien además de detective de la policía fue maestro en una escuela pública, al equipo de The Wire se sumaron guionistas como Rafael Álvarez, colega de Simons en The Sun, el periódico en el que trabajó durante doce años.

La serie The Wire puede disfrutarse de manera similar a como se disfruta la canción de Kendrick Lamar Sing About Me / I’m Dying of Thirst. Esta obra, que ayuda a entender por qué Lamar recibió un Pulitzer, forma parte de su álbum Good Kid, M.A.A.D City. Compuesta en dos mitades —como se refleja en su título dividido por una pleca—, esta canción es un retrato íntimo de Compton, la ciudad de Lamar. Al igual que Simons y Burns, Lamar se detiene en las historias que conoce, la suya y las de las personas que marcaron su vida mientras crecía.

Es una canción dolorosa, que inmortaliza las palabras de personas que ya no están en este mundo, y se siente como el sonido del fin del mundo resonando desde Compton. La canción es densa, con personas rotas y obsesionadas como protagonistas, así como los personajes que nos presentan en The Wire.

Al final nada va a mejorar

«No creo que algo vaya a mejorar», le dijo Simons a Rothkerch en esa entrevista de 2002, cuando la serie apenas venía iniciando sus transmisiones en televisión. Creo que ese pesimismo surgió de haber construido una serie tan precisa, que dibuja de manera clara las ideas del mundo que intenta representar.

Los policías competentes en The Wire se encuentran con muros de burocracia que bloquean sus investigaciones, y cuando hay luz verde para investigar es porque hay figuras políticas que quieren hundir a otras; no hay una justicia objetiva y de bienestar colectivo, solo individualismo. La imagen final es un ciclo que no termina, y tal vez por eso Simons dijera que con The Wire, él solo intentaba sentarse junto a una fogata para contar una historia que se sintiera muy real.

Honduras, como el Baltimore de The Wire, parece siempre enredada. La corrupción indignó y levantó al movimiento social en 2015. Cuando en 2016 llegó la Misión de Apoyo Contra la Corrupción y la Impunidad en Honduras (MACCIH), vimos casos de corrupción, nombres, destellos de justicia, y luego, en el 2020, una mayoría de diputados y diputadas del Congreso Nacional decidió sacarla del país.

La intrusión del narcotráfico en el Estado hondureño se mostró en su máxima expresión cuando vimos al expresidente Juan Orlando Hernández capturado por las fuerzas policiales tan solo unas semanas después de entregar su mandato. Los nexos de figuras políticas con el narcotráfico, el crimen organizado o la corrupción, junto con la impunidad que prevalece, perpetúan un sistema que mantiene a las víctimas en un limbo judicial.

The Wire cuenta todo eso, los vestigios de una buena ciudad y todo lo que le impide prosperar. Esta serie también es un ejemplo de lo que debe hacer el periodismo: entrar a las comunidades y conocer a su gente para que hablen y cuenten sus problemáticas, para que luego tengamos el privilegio de juntar sus historias y formar un gran mural que nos permita contar su realidad y, tal vez, interrumpir algunos ciclos de injusticia heredados.

Sobre

Persy Cabrera nació en Tegucigalpa en 1997. Es graduado de bachiller técnico en electricidad del Instituto Técnico Saúl Zelaya Jiménez y cursó media ingeniería eléctrica en la UNAH antes de pasarse a estudiar periodismo. Actualmente es periodista cultural en Contracorriente. Le gusta el cine, las series, el anime, el manga y los libros. Practica fútbol y es entusiasta del deporte en general.

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