Por: Daniella Alvarenga
Portada: Persy Cabrera
Al hacer un recuento de las lecturas que he realizado durante la primera mitad del año, me di cuenta que en su mayoría son libros escritos por mujeres.
Y esto no es del todo casualidad. A inicios de este año me propuse seguir insistiendo en leer a mujeres como una postura política. Entre esos libros se encuentra mi última lectura, El invencible verano de Liliana, de la escritora mexicana Cristina Rivera Garza, ganadora del premio Pulitzer 2024 en la categoría de memoria o autobiografía.
En este libro, la autora plasma a través de memorias de su hermana, amigos, familiares, e incluso de ella misma, un pedazo de la vida de Lili, quien fue víctima de feminicidio a tan solo veinte años. La historia ocurre esencialmente en la Ciudad de México a finales de los ochenta. Conocemos particularmente a una Lili universitaria, dedicada a sus estudios, amigos y relaciones amorosas.
La historia utiliza muchas herramientas para ser contada. Posee muchos elementos de una crónica e investigación periodística, y la autora los usa para narrar en forma no lineal los sucesos, en coautoría con su hermana, a través de sus anotaciones y apuntes. Nos muestra, en complicidad de los diarios y cartas de Liliana, el sentir de una mujer que apenas empezaba a ser adulta. Una mujer que quería comerse al mundo, que se enamoraba, que se divertía, se equivocaba, que ocultaba cosas y que no tenía el lenguaje para describir la violencia que la rodeaba. En fin, una humana. Es importante hacer mención de esto porque muchas veces se tiende a revictimizar a las víctimas de feminicidio con preguntas tales como «¿por qué se fue a vivir sola?», «¿por qué no terminaba con el novio?», «¿por qué nunca dijo nada?», que es también parte de la denuncia que la autora presenta en el libro.
Uno de los elementos que esta historia aborda evidentemente, es el duelo. También encontramos la reflexión de la autora sobre si acaso era demasiado tarde para exigir justicia. Desde el inicio, Cristina advierte que buscar entre las pertenencias de su hermana, buscar archivos, preguntar a sus amistades y familiares, es volver a abrir una herida, es volver a procesar el duelo de su hermana treinta años después, que al fin de cuentas siempre está y estará ahí. Porque el duelo siempre acompaña. En palabras de la autora: «el duelo es el fin de la soledad».
Considero que la autora atravesó su duelo, en buena medida, gracias a las memorias. He aquí la importancia de las palabras, de recordar, de contar historias y escribirlas. A través de las notas de Liliana podemos sumergirnos en su crecimiento, en su paso de dejar la niñez y empezar la adultez, y los cambios que hay durante ese proceso. Ese archivo de memorias le dio un poco de esperanza a su hermana, y es gracias a ellas que su historia llegará a muchos lugares del mundo.
Tampoco se puede dejar de lado la crítica feminista que se plasma en el libro, esencialmente sobre cómo, hace treinta años, el lenguaje que tenemos actualmente para nombrar las violencias no aparecía en el vocabulario de las mujeres, mucho menos en instituciones o en la vida cotidiana. Y si existía era escaso, incluso se consideraba un tabú.
Aunque actualmente reconocer que tenemos ese lenguaje podría parecer algo vano, no lo es. Saber nombrar algo es saber que existe. Pero no basta con nombrarlo. Y es que, aunque se tengan las palabras, aceptar que como mujeres podemos ser víctimas de violencia (especialmente dentro de una relación heterosexual, como la de la historia) es muy díficil. No queremos vernos como víctimas, porque en nuestro imaginario la violencia sucede afuera, en otros contextos que no nos involucran. Sin embargo, esta historia es un recordatorio de que puede pasarle a cualquier mujer, que esa violencia sigue latente en la sociedad patriarcal en la que nos desenvolvemos.
El invencible verano de Liliana no debe reducirse a una triste lectura sobre un feminicidio. Más bien es una reivindicación de la lucha de muchas mujeres (no solo feministas), que nos permite hoy en día hablar con ese lenguaje capaz de señalar diferentes violencias. También debe ser un llamado a recordar que no hay lucha imposible de librar, nunca es tarde para denunciar, nunca es tarde para exigir justicia, nunca es tarde para vivir tu duelo y, sobre todo, nunca es tarde para nombrar la violencia.