Por Teddy Baca
Portada: Persy Cabrera
No soy partidario de reducir a las personas a algunas características, y tampoco estoy diciendo que debamos estereotipar.
Lo que sí me parece importante señalar, y que muchas veces no se toma tanto en cuenta, es que las etiquetas sí importan.
En este caso, las etiquetas de ser gay, bisexual, trans, lesbiana, o cualquier otra disidencia sexual y de género, cobran mucha importancia en una sociedad que exige o presume que las personas deben ser heterosexuales (o sea que a los hombres les interesen exclusivamente mujeres y viceversa).
Pero lo que no se nombra no existe; sentirnos y pensarnos fuera de la heteronorma es de hecho reivindicante políticamente hablando.
Cuando se habla de hombres y mujeres, casi siempre es desde una perspectiva en la que se asume que buscan o interesan por el sexo opuesto, dejando de lado toda la diversidad existente; esto genera una cultura que excluye o señala a lo que es diferente.
Algunas personas piensan que las etiquetan no nos definen, y apoyan un mundo donde no existan «cajas» en las que nos clasifiquemos. Sin embargo, aunque en teoría suena muy bonito, es en realidad utópico, ya que para que eso sea posible, la mayoría de seres humanos tendría que abandonar la cosmovisión heteronormada de la sexualidad.
Digo utópica porque no es imposible, pero al menos por ahora no se puede. Abandonar las etiquetas solo invisibiliza aún más las experiencias de la población LGTBIQ+ dentro de los espacios y narrativas dominantes.
Muchos heterosexuales ni siquiera saben qué significa ser heterosexual, porque debido a la formación que recibieron creen que ser hombre o mujer es sinónimo de que te atraiga el sexo opuesto. A esto quiero llegar; no podemos anular los conceptos que nos permiten entender la sexualidad tal y como es, algo que va mucho más allá de la reproducción y las relaciones entre hombres y mujeres.
Me gustaría pensar en un mundo donde las personas puedan expresar su sexualidad sin dar explicaciones, pero al mismo tiempo, existe una necesidad de hablar de estos temas para romper con esos esquemas mentales en los que hemos sido socializados.
Quizás no sea algo compartido por unanimidad, pero creo que es una discusión legítima. Al fin y al cabo, por más que las personas homófobas aseguren que somos una «minoría», no existen absolutos, y por tanto, generalizar sigue siendo un prejuicio.
Nombrarnos es un derecho, pero también un ejercicio de resistencia.