Apuntes sobre Vaquero
18 de mayo de 2022
Por Bryan Avelar
En Tapachula andan matando. Y cuando la gente lo dice, no dice quién. Lo dicen como si se tratara de unas sombras sin rostro que deambulan por las calles dejando muerte regada por todas partes. Pero esas sombras tienen nombre. Y las estructuras criminales a las que pertenecen también. Sin embargo, aquí nadie se atreve a pronunciarlos.
Vaquero es un periodista de nota roja con larga data en el sur del estado de Chiapas y eso todo lo que puedo decir sobre él. Describirlo físicamente o dar más características suyas podría poner en riesgo su vida o la de alguien que se le parezca. Es cierto que esto se dice mucho en el periodismo para proteger a las fuentes que aceptan hablar bajo condición de anonimato, pero después de conversar con este reportero en un restaurante de un centro comercial me queda muy clara la dimensión del asunto. Después de esta reunión me reuniré con un investigador la Policía estatal. El investigador, sin que yo le pregunte, me hablará de Vaquero y me dirá, palabras más, palabras menos, que el periodista ya tiene la vida prestada. Que el narco, las sombras lo quieren matar y que solo están esperando a que haga una marca más para cobrárselas todas.
Sentado en los sillones acolchonados de un restaurante lujoso en el norte de la ciudad de Tapachula, Vaquero habla en voz quedita, mira a su alrededor y me dice que ha aceptado venir hasta acá y hablar conmigo porque, de alguna forma, siente que necesita contar lo que ha visto y oído y también lo que ha hecho. Algo que nunca podrá hacer como periodista. Antes de hablar me pregunta para qué medio trabajo y qué diablos hago viviendo en este lugar.
-Nombre, hermano. Tú no lo ves, pero aquí se está librando una guerra-, me dice. Tiempo después de esta conversación lo veré.
Durante la última década, Tapachula ha sido un territorio bastante tranquilo en comparación con otros estados famosos por su letalidad al norte de México como Sinaloa o Guanajuato. Ha sido así desde que acabó su última guerra entre el cartel de Los Zetas Cartel de Sinaloa y quedara bajo hegemonía de este último. Hasta hace poco.
Además de ser la meca de la migración en el sur de México, Tapachula es un eslabón importantísimo en la ruta de la droga que viaja de sur a norte. Tan importante es que en 2002 aquí se refugió por un tiempo el mítico narcotraficante Joaquín “El Chapo” Guzmán antes de ser arrestado tras huir hacia Guatemala.
Sin embargo, en los últimos años el panorama ha cambiado en todo el estado de Chiapas y, por supuesto, en Tapachula también.
-Están entrando las cuatro letras y vienen con todo. Les interesa la plaza- me dice Vaquero.
Las cuatro letras son las iniciales de Cartel Jalisco Nueva Generación. Y al Cartel de Sinaloa lo llaman las Tres Letras. Solo así.
Escuchar esa expresión me recuerda a cuando reporteaba pandillas en las comunidades de El Salvador, algo que hice durante casi ocho años y que sigo haciendo. Las pandillas tenían tanto control sobre la población que simplemente se limitaban a llamar “Letras” a los miembros de la pandilla Mara Salvatrucha y “números” a los del Barrio 18.
En los meses siguientes a esta primera plática con Vaquero, Tapachula se volverá escenario de homicidios casi a diario. Una semana aparecerá el cuerpo desmembrado de un hombre con la cabeza enrollada con cinta adhesiva y un letrero que dirá “Esto le pasa a los coyotes que no pagan”. A una cuadra de mi apartamento le descararán 30 disparos de arma larga a un hombre que caminaba sobre el andén. Matarán a un ex policía federal acusado de traficar personas y circulará un video donde hombres armados con fusiles y chalecos antibalas se bajan de una camioneta y le disparan a dos hombres saliendo de un bar. Ningún periódico atribuirá la muerte a ninguna estructura criminal con nombre y apellido. Solo se hablará del Crimen Organizado.
Aunque todo el mundo lo sabe, nadie lo dirá.
El miedo a las letras se ha expandido tanto en Tapachula que para el 21 de octubre de 2024, el Instituto Nacional de Estadísticas y Geografía publicará que Tapachula se ha vuelto en el lugar con mayor percepción de inseguridad en todo México, incluso arriba de Celaya, en Guanajuato y Culiacán, en Sinaloa, dos ciudades prácticamente en guerra desde hace décadas. El estudio dirá que el 91.9% de las personas de esta ciudad se sienten inseguros en su municipio.
-Aquí como periodista te recomiendo que tenés que ser ético- me recomienda Vaquero.
-¿Y qué es ser ético para vos?- pregunto, intentando no ofenderlo.
-No tenés que jalar ni para uno ni para el otro- responde. Habla de carteles, claro.
-Por ejemplo, hace unos días incautaron 200 kilos de coca ahí en la bodega de. ¿Viste? Yo publiqué esa nota y yo sé que se la incautaron a las cuatro letras. Pero mi deber como periodista es no decir a quién se la quitaron porque eso les afecta a ellos. ¿Me entiendes?
Entonces entiendo que aquí las faltas “éticas” no se pagan con la carrera. Se pagan con la vida.
Con más de dos décadas de ser periodista en esta región, Vaquero ha hecho cosas que faltan a otra ética. A una menos letal. Ha trabajado y ha recibido pagos de los dos cárteles por publicar o por dejar de publicar noticias.
-La otra vez mataron a una señora. Era la mujer de un poderoso de aquí de las tres letras. La mataron y la dejaron en un monte. Yo me enteré de eso. Unos policías me pasaron las fotos de ella y yo las publiqué. Salí del periódico a almorzar y de repente me cayeron unos vatos en una moto. Por la ventana me aventaron un rollo de billetes y un teléfono. “Quieren hablar contigo”, me dijeron. Era el señor. Me dijo que tenía media diez minutos para bajar la nota. Inmediatamente llamé al editor para que borrara esa mierda.
-¿Y el dinero?- pregunté.
-Lo agarré porque a ellos no se les puede hacer un mal gesto. Lo toman a mal- me dijo.
Azul es un hombre cuarentón, regordete y de apariencia campechana. Tiene más de 20 años de trabajar como policía. Es originario del norte de Chiapas, pero lleva más de una década viviendo en el sur.
Me cuenta que el paso de droga está controlado por las tres letras Tecún Umán y que el crimen organizado controla completamente las rutas migrantes. “Tienen alcones en todo el camino. Ahí secuestran a los migrantes, los meten en casas de seguridad y todo esto ¿con ayuda de quién? Me pregunta de forma retórica. “De la autoridad”, se responde él solo.
En las conversaciones comunes en bares, fiestas o reuniones casuales con activistas, defensores de derechos humanos o incluso con meseros o taxistas cada vez se hace más común un tema de conversación en Tapachula. Y casi toda la gente con la que he hablado de ello empiezan el tema con una misma frase “andan matando”.
Al terminar nuestra conversación, Vaquero me da un último consejo. “Ten cuidado con lo que escribas porque esas mismas letras te pueden matar a ti”.