Qué podemos esperar de las elecciones venezolanas

Por: Mariel Lozada

Si tu plan es leer esto en busca de respuestas definitivas, en la primera línea te advierto que no lo hagas porque no las tengo. Te voy a decepcionar. Pero hay una cosa que sí puedo hacer: contarte lo que he visto en mi retorno a Venezuela y lo que creo que puede pasar este domingo en las elecciones. 

Al igual que ocho millones de mis compatriotas, vivo fuera del país desde hace varios años. Tres semanas atrás aún no tenía pasaje comprado para venir a Venezuela, pero este texto lo escribo desde Caracas. No puedo marcar el momento en el que decidí que vendría, creo que fue una serie de eventos, mensajes que iban y venían y gritos por la vinotinto en la Copa América. Probablemente fueron las fotos y videos de las concentraciones multitudinarias que la opositora al chavismo María Corina Machado convocó en los pueblos más recónditos de mi país, con abuelos diciéndole que un potencial cambio de gobierno sería la única opción para volver a ver a sus nietos y familiares, y jóvenes diciéndole que ella era la única opción que tenían para lograr quedarse en su país. 

El chavismo tiene 25 años en el poder y once de ellos con Nicolás Maduro a la cabeza; él asumió la presidencia en marzo de 2013. Desde entonces, la economía venezolana colapsó (perdimos el 75 % del Producto Interno Bruto), la inflación alcanzó altos históricos de 130,000 %, miles de empresas fueron expropiadas y nos convertimos en el primer país de América Latina investigado por la Corte Penal Internacional por crímenes de lesa humanidad. En este nada alentador contexto, la oposición ha logrado una movilización histórica de votantes, en unas elecciones que, si bien no son del todo libres, solo fueron logradas tras largas negociaciones para aflojar las sanciones.

Tengo un privilegio que no muchos de los migrantes tienen: tengo mis papeles en orden y puedo entrar y salir de mi país cuando quiera. También vine el año pasado y lo que vi no tiene nada que ver con lo que he vivido estas semanas. Hace escasos 10 meses nadie quería hablar de política. Las noticias de torturas y detenciones arbitrarias seguían llegando, pero había una especie de pacto tácito: hemos sufrido demasiado, solo queremos tener un atisbo de lo que es una vida normal. También lo seguí. 

El chavismo lo sabía y quiso aprovecharse de eso, pero parece que en esta campaña varios de sus cálculos han salido mal. 

En octubre de 2023 la oposición hizo sus elecciones primarias. María Corina Machado ganó con 92.35 % de los dos millones de votos, a pesar de que en 2021 el Tribunal Supremo de Justicia la había inhabilitado, vinculándola con supuestos delitos del político opositor Juan Guaidó y de apoyar las sanciones internacionales contra el país. Pelear no tenía sentido; como alternativa, Machado intentó registrar a Corina Yoris, una académica, como su sustituta, pero ella tampoco se pudo postular por un «error» de la plataforma de inscripciones. 

Todo parecía perdido y Maduro decía que las elecciones iban a pasar «con o sin la oposición». En un gesto que analistas consideran significativo y como un buen augurio a una posible transición, el Consejo Nacional Electoral volvió a abrir un período de inscripciones, que la oposición aprovechó para reservar una tarjeta con Edmundo González Urrutia, el ahora candidato. 

Algo vital para que esto sucediera fue el Acuerdo de Barbados, donde chavismo y oposición se comprometieron a promover los derechos políticos y respetar las garantías electorales. Estados Unidos incluso ofreció aliviar las sanciones si esto ocurre. 

Muchas lunas han pasado, pero finalmente llegamos a julio y las elecciones son inminentes. La campaña de la oposición se hizo con las uñas: esa misma gente que parecía apática hace unos meses se encargó de pintar pancartas, acompañar a María Corina y Edmundo, darles de comer y hospedarlos, aunque eso pusiera en riesgo sus negocios; y enseñar a la gente a votar, tarea no particularmente fácil cuando tienes 38 papeletas (13 de ellas con la cara de Maduro), y varias que antes pertenecieron a la oposición han sido robadas por el chavismo. 

Nicolás Maduro, quien siempre dijo ser el candidato revolucionario, del pueblo, tuvo un cierre de campaña con decenas de drones en el cielo de Caracas invitando a votar por el «Gallo Pinto», el mote con el que él mismo se bautizó. Las calles están llenas de vallas y pósters con su cara, pero no puedes encontrar ni uno de la oposición. Algunos activistas opositores con los que hablé me dijeron que esto es por la falta de recursos. 

A diferencia de las campañas pasadas, la oposición casi nunca tuvo una tarima en sus eventos, las pancartas eran más bien pocas, y la mayoría hechas a mano. Si bien no dudo de la escasez de recursos, en gran parte por miedo: hubo más de 100 detenciones arbitrarias a activistas opositores y 16 de ellos siguen presos. Una imagen muy lejana a la de «niños ricos» que el chavismo ha intentado imponer por años —y solo una muestra más de la poderosa maquinaria a la que nos enfrentamos. 

Si sabemos todo lo que ha pasado, si hemos visto tanta agua correr bajo el puente y entendemos que no quieren dejar el poder, como lo dejó claro Maduro cuando advirtió de un baño de sangre, ¿por qué estamos las calles? ¿Qué nos hace pensar que vale la pena gastarnos los ahorros en un pasaje para venir a votar? 

Hay signos que motivan. Una encuesta de Delphos le da a Edmundo González el 59.1 % de la intención de votos. A Maduro el 24.6 %. 

La misma encuesta calificó a María Corina Machado como la líder más importante dentro de la oposición, con un 62.6 % de respuestas a su favor. En octubre de 2023 esa cifra era de 38 %. En marzo de este año, la misma encuestadora publicó que 70 % del chavismo blando manifestaba que era necesario un cambio. Barclays dice que el solo hecho de que la oposición tenga un candidato es un hecho «notable» que podría indicar una transición. 

El que quiere ver señales, las puede encontrar en todos lados. Las puede ver en las declaraciones de Lula, aliado histórico del chavismo, diciendo que «Maduro tiene que aprender: cuando ganas, te quedas; cuando pierdes, te vas». También las puede encontrar en Alberto Fernández, el expresidente argentino de izquierda, que dijo que «si (Maduro) es derrotado, lo que tiene que hacer es aceptar». Gabriel Boric, el presidente chileno, también de corte progresista, sigue la misma línea. 

El gobierno venezolano, siempre propenso a las rabietas, respondió retractándose de algunas de las invitaciones hechas a los observadores internacionales. Al momento de escribir esta nota, Alberto Fernández confirmó que no viajará, como también lo hizo el ministro de Relaciones Exteriores de Colombia, Luis Gilberto Murillo, aunque sin especificar motivos. Brasil canceló los planes de enviar observadores. Honduras sí logró enviar una misión de observadores para, en palabras de la presidenta Xiomara Castro, asegurar que el proceso sea «libre, justo, independiente y transparente». Todos los observadores internacionales invitados por la oposición fueron deportados o vetados.

Otra declaración que muchos encuentran significativa es la de Nicolás Maduro Guerra, Nicolasito, hijo de Maduro, diputado de la Asamblea Nacional y encargado de asuntos religiosos del PSUV, el partido gobernante. En una entrevista con El País, Nicolás hijo dijo que «si Edmundo González gana, entregamos y seremos oposición».

Una diferencia tan grande en las encuestas sería una victoria clarísima en un país normal, pero si algo ha quedado clarísimo es que Venezuela no es uno de esos. Este domingo hay una serie de escenarios posibles y en pocos la oposición sale favorecida. 

Uno es que Maduro gane. Como han dejado claro en el pasado, el fraude no está necesariamente en las máquinas. El chavismo tiene muchas herramientas a su disposición para voltear los números a su favor. Pueden intimidar a la gente para que acepten votar con ayuda, especialmente aquellos que reciben sus ayudas sociales; su total control sobre el ente electoral significa que pueden mover electores, y los milicianos que controlan los centros pueden impedir el acceso de los testigos de la oposición. 

Otro es que Maduro no gane, pero diga que sí lo hizo. 

Un fraude de esa magnitud abriría la puerta a una nueva ola de protestas, y no sé si el país esté listo para eso. A pesar de algunos encontronazos, las campañas han transcurrido principalmente en paz, dejando las protestas de 2017, donde murieron al menos 127 personas, como un recuerdo lejano. 

¿Tiene la oposición el poder político para convocar protestas en un país que apenas va recuperando las ganas de luchar? ¿La comunidad internacional apoyaría la opción democrática? 

Por supuesto, queda un tercer escenario, el que me trajo de vuelta a mi país: la oposición gana las elecciones y el chavismo acepta la derrota. Los que tenemos años viviendo y cubriendo la situación  tenemos razones para dudarlo, pero si algo he aprendido de mi país es que cuando hay algo de esperanza, por pequeña que sea, tenemos que aprovecharla. 

Autora
Mariel Lozada, periodista venezolana residente en New York City. Tiene una maestría en Periodista de Audiencias de la City University of New York y actualmente trabaja como la Editora de Audiencias de Climate Home News. Se enfoca en temas de cambio climático, migración y género.
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