Texto: Pablo Mejía
Portada: Persy Cabrera
Como hondureño en el extranjero, me he dado cuenta de un mal que agobia a Honduras de forma silenciosa. Estamos tan sumidos en este mal, que no nos damos cuenta de que es, en realidad, una de las causas principales de todos nuestros problemas desde hace más de un siglo. Me referiré a este asunto como «votar por color».
El bipartidismo y sus consecuencias en el país han prevalecido desde nuestros inicios como nación. Pensemos en Morazán con sus ideas liberales, y cómo la Iglesia y los poderes conservadores del momento le pusieron fin a su sueño; o, visto desde otra perspectiva, cómo Costa Rica acabó visualizando a Morazán como un posible dictador que iba a destruir el orden en las jóvenes provincias. Ambos bandos tenían una visión sobre Centroamérica; interpretando una frase de Fallout, la serie de Prime Video: «Todos quieren salvar al mundo, solo no están de acuerdo en cómo». Todos quieren salvar a Honduras (o bueno, al menos así parecía en aquella prematura República desordenada), pero ningún político construye sobre lo que el otro hizo. Al contrario, se desarma lo anterior para construir sus propios cimientos. Ahora lo que nos queda es un ciclo de desesperanza que se repite cada cuatro años.
Y, en efecto, la historia se repitió. Con los años, el país llegó a una era «democrática», ya como una nación independiente, y poco a poco nacieron ideales que divergen demasiado el uno del otro.
Por un lado, bajo la influencia de la Iglesia, nacieron los movimientos conservadores del siglo XIX, que nos tuvieron en un constante «dime que te diré» político, motivando incluso conflictos bélicos como la guerra civil de 1907, motivada por, nuevamente, una ideología completamente opuesta a la de los aspirantes al gobierno del momento. Esta guerra fue protagonizada por Manuel Bonilla, fundador del Partido Nacional, quien se peleó con Terencio Sierra y después con el fundador del Partido Liberal, Policarpo Bonilla. Cabe destacar que todo apoyado por países vecinos, El Salvador y Nicaragua puntualmente, dos víctimas de un fenómeno similar que describiré más adelante.
Aquí nacieron los movimientos que gobernaron y gobiernan a Honduras dos siglos después, con constantes conflictos similares. Antes de Manuel Bonilla, José María Medina había llevado a cabo mandatos derechistas, pero posteriormente, figuras como Marco Aurelio Soto asumieron el poder bajo una ideología liberal. En 1987, debido a conflictos internos entre los propios liberales, el escenario político hondureño pasó a estar dominado por el joven Partido Nacional. Durante este periodo, Francisco Bertrand instauró una dictadura derechista, la cual finalmente cedió el poder a los liberales, que se mantuvieron en el gobierno hasta la administración de Vicente Tosta.
En 1923 el ciclo se repitió, con otro conflicto motivado por Tiburcio Carías, el dictador más famoso de nuestra historia. Tras 15 años del autoritarismo de Carías, se retomó la democracia con Ramón Villeda Morales, que fue derrocado por López Arellano, quien nos llevó a la guerra con El Salvador.
Entrando a la historia moderna, nos encontramos con el infame golpe de Estado de 2009, y luego con la instalación del Gobierno —convertido posteriormente en una narcodictadura— nacionalista, para acabar años después dándole la victoria a Manuel Zelaya, o bueno, Xiomara Castro, la primera mujer presidenta y la cabeza de uno de los gobiernos con casos de nepotismo más bárbaros que hemos presenciado en años recientes.
¿Se nota el patrón? Si no, lo pongo claro: las mismas dos corrientes de pensamiento ya llevan un siglo causando conflicto en el país, y ambos hoy en día se refugian en partidos pequeños y grupos de presión, como la Iglesia pentecostal de parte de la derecha, o la instrumentalización que ha hecho Libre, con Xiomara Castro, de la agenda feminista.
Hoy tenemos, por un lado a la izquierda del Partido Liberal (ahora un partido más de centro), que pasó a ser el Partido Libertad y Refundación (Libre). Este tiene líderes con posibles y serios trasfondos criminales, evidenciados por casos como el de Carlos Zelaya y Fabio Lobo, que tienen una relación estrecha con una red de narcotráfico donde ambos son deuteragonistas, como quedó evidenciado por las menciones que se hizo de ambos en los juicios contra narcotraficantes en Estados Unidos, incluido el expresidente Juan Orlando Hernández.
También tenemos como antecedente de esos trasfondos la soterrada orden de captura emitida por Interpol allá por 2009 contra Rixi Moncada y el propio Manuel Zelaya. De forma similar, en el Partido Nacional se llega al punto de que dos de sus líderes más populares fueron extraditados a Estados Unidos, Callejas y Juan Orlando, por cargos de lavado de dinero y conspiración, respectivamente.
Algunas de las personas que integran el Partido Nacional también son parte de la élite económica que ha acaparado el mercado nacional y maniobrado con nuestros costos de vida, drenando también las arcas del Estado, valiéndose de un fuerte trasfondo militar con el que propiciaron golpes de Estado, incluyendo contra el propio Zelaya.
A pesar de todo esto, cabe decir que ningún partido, ningún gobernante, ningún dictador, ningún amo podrá someter a esclavos si, para empezar, no hay esclavos. En este sentido, me pregunto, ¿es realmente culpa de los partidos que estemos así? Rebobino, y traigo sobre la mesa un factor que no mencioné para evitar spoilers: la participación popular. ¿Nos acordamos de nuestros abuelos y abuelas, y cómo estos seguían o siguen a su partido porque sus ancestros así lo hacían? ¿No es acaso común encontrar banderas de partidos políticos en las casuchas de pueblos remotos? ¿No somos nosotros quienes preguntamos a un compañero de trabajo a qué partido está afiliado? Y Dios guarde a quien es afín a un partido que no es el de su empleador, porque al menos en este gobierno estamos viendo que despiden y rechazan gente por haber votado por cualquiera menos Xiomara, de forma descarada, teniendo la osadía de llamarle mapaches a aquellos que trabajan sin ser del partido. Y aunque esto también ocurría en gobiernos anteriores, era en menor cantidad y con más discreción.
A pesar de que hoy por hoy existen más partidos que distorsionan la imagen que tenemos del bipartidismo, la realidad es que son siempre los mismos los que ganan las elecciones, y eso es porque nos acostumbramos a ellos, a sus batallas y sus discursos. La lucha sigue entre los mismos políticos de hace una década, y la red se mantiene rígida, carcomiendo nuestras arcas con mayor astucia que antes, ¿y nosotros en qué estamos? Peleando por una bandera que al final es del mismo grupo.
Y hago un paréntesis. Que no se entienda esto tampoco como un mensaje en contra de la política, porque, al final, la política en sí misma debe ser noble y un servicio a la sociedad. Ser afín a un partido es parte del ejercicio de la libertad de pensamiento, pues nos apegamos a uno por sus ideas. El problema está cuando es por su color.
En lo particular, me identifico con el Partido Liberal, porque sus bases filosóficas son en pro de una economía que fomenta el libre mercado y la regulación medida del Estado, y de una sociedad plural, diversa y con libertad de expresión, pero eso no me lleva a mí a ser fanático del partido y votar por sus candidatos siempre, porque a mí no me enamora el color; me enamoran las ideas.
Dicho eso, a lo que quiero llegar es que, como pueblo, somos esclavos de los colores de las banderas. Nos emocionamos por votar por un partido, su bandera, su color, su símbolo, y no por quien está detrás de esa pancarta. Solo observe a su alrededor cuando haya una manifestación, y vea cuántas banderas de Honduras hay en la protesta, comparado con la cantidad de banderas de Libre, del Partido Liberal o el Partido Nacional. Irónico es que la única bandera que simboliza la unión y virtudes de nuestros hermanos sea la menos alzada en movimientos supuestamente a favor de ellos. Por esta razón, nuestro país no tiene riendas ni jinete. Todos vamos arrastrados por el piso, peleando entre nosotros para agarrar de los pelos al caballo, sin una visión real de cómo lo vamos a estabilizar.
Dígame usted, lector, ¿qué está dispuesto a dar por su partido? ¿Qué está dispuesto a dar por Honduras?