Texto: Néstor Ulloa
Portada: Persy Cabrera
Cuando alguien habla u opina de lo que hemos dado en llamar «salir del clóset», no puedo evitar ligar la expresión con esos eventos o actividades que ahora realiza la «gente bien», como los cada vez más escasos baby shower, o los más de moda eventos de revelación de sexo; y no hablemos de esa cada vez más espantosamente popular costumbre que comienza a arraigarse en el país, como lo es hacer una fiesta de celebración y buscar padrino o madrina de cuanta cosa se les ocurra, para que los gastos corran por cuenta de los invitados.
Pues sí, así me parece eso de salir del clóset, y me da la sensación de que las personas lo toman como un gran evento de exposición social —que lo es—, al que debería acudir mucha gente, tal como se acudía, no hace mucho, a los eventos de presentación en sociedad de las niñas «en edad de merecer», volviéndose aquello un mercado de transacciones mercantiles basado en virginidades.
No puedo decir que yo mismo no haya usado el término, lo cual no implica que deje de parecerme lo que me parece, sólo porque soy yo quien pronuncia la frase. También, en honor a la verdad, debo decir que fui el sujeto activo de esa frase.
Por eso quiero hablar de lo que significa «salir del clóset» en un país como Honduras.
Lo primero que hay que saber es que Honduras es un país de inmensos contrastes, y no estoy usando el término como lo usaría un agente de viajes que intenta vender un paquete turístico. Digo que es un país de inmensos contrastes, porque las realidades medibles y observables, los hechos vividos por la población, pueden cambiar con tan solo estar a pocos kilómetros de distancia, aunque conserven el horror como señal de identidad.
Dicho lo anterior, también debo decir que aquellas categorías de condición y posición de clase de las que hablaba Bourdieu, aplicadas a un o una integrante de la diversidad sexual en Honduras, adquieren connotaciones que se volverán más monstruosas conforme se salga de los grandes centros poblacionales y se inserte uno en los ámbitos pueblerinos o rurales. Definitivamente la realidad de una persona homosexual que vive en la ciudad es totalmente distinta a la de otra que vive en la zona rural; o, para ir más allá, no es lo mismo ser un homosexual hijo de un matrimonio clasemediero, que ser un homosexual hijo de padres campesinos. Por decir algo al respecto.
Es cierto que, para salir de algún lugar, es condición inevitable estar dentro de ese lugar. Normalmente uno se encierra en ese clóset como producto de una decisión personal, pero llegar a tomar esa decisión personal implica que uno ha pasado por una larga lista de señalamientos, burlas, golpes, sentimientos de culpa, inestabilidad emocional, depresión, entre otros, ya sea sufridos en la propia piel o en la ajena.
Salir del encierro es también una decisión personal, pero también influenciada por el entorno social que vive quien ha estado encerrado. Uno sopesa si hablar de frente hará más mal que bien: si contar la verdad, si mostrarse al mundo tal cual se es, más bien puede volverse en contra.
Uno mide y calcula, por ejemplo, cuántos familiares, cuántos amigos, cuántos conocidos, cuánta gente que importa se irá de nuestras vidas cuando sepan que uno no es heteronormado; que uno no comparte sus visiones del mundo: en definitiva, que uno simplemente peca de forma diferente a ellos. Y a veces, lo único que nos queda es ser egoístas y poner la paz, la salud mental y la estabilidad emocional propia por encima de cualquier filiación.
En mi caso, por mucho tiempo intenté encajar. En el fondo, sentía rabia conmigo mismo por mentirme y mentir a los demás. Salí muy tarde del encierro —según algunos parámetros actuales de las nuevas generaciones—, pues lo hice a mis cuarenta años. La poesía y el amor de algunos amigos y amigas me ayudaron muchísimo a tomar la decisión y a atravesar una suerte de ordalía, cuyo resultado final fue una sensación de libertad como nunca antes la había sentido, y el tirar al abismo una pesada carga, que hoy sé, era innecesario que soportara. Luego de ello, mi familia fue fundamental para contener y anular la arremetida.
¿Es difícil salir del clóset en Honduras? ¡Por supuesto que sí! Las implicaciones, o más bien las consecuencias de hacerlo, son muchas y casi todas son negativas. Por supuesto que siempre estará la sensación de haber hecho lo mejor para uno mismo; pero las implicaciones negativas en los ámbitos familiares, sociales, políticos y religiosos, son incontables.
Siempre estará el amigo de infancia que se irá de tu vida porque cree que tu afecto es sinónimo de enamoramiento; la hermana o la prima que no quiere que su hijo pase mucho tiempo con vos, porque lo podés volver gay; la gente del pueblo o del barrio, que te verán con recelo y sospecha cada vez que llegués con otra persona de tu mismo sexo; o los fanáticos religiosos que creen que lavarán sus propios pecados al estar continuamente señalando los tuyos y recitándote de memoria versos del Antiguo Testamento. Pero, a pesar de todo, nada se compara con la sensación de verte al espejo y sentirte fiel a vos mismo.
No voy a romantizar el asunto. En Honduras siguen matando personas sólo porque se acuestan con otras personas de su mismo sexo, o por vestirse como se viste el sexo contrario. Los crímenes de odio están a la orden del día, cometidos por gente que cree que sólo hay dos formas de ser en esta vida; o que, sí podés ser diferente… pero en secreto.
Entonces, ¿por qué alguien en sus cinco sentidos querría salir del clóset en un país tan violento para la diversidad sexual como Honduras? Primero, porque tenemos derecho a ser quien somos, sin tener que escondernos. Segundo, porque, hartos de la llevada y traída tolerancia con la diversidad sexual, es respeto lo que merecemos, y para exigirlo de los demás antes debemos dárnoslo nosotros mismos. Tercero, porque somos ciudadanos, y como tales tenemos derechos humanos, civiles y políticos. Y, por último, porque somos seres humanos que respiramos, sentimos, lloramos, sufrimos, reímos, nos enfermamos, viajamos, hacemos amigos, amamos, odiamos, ayudamos, nos preocupamos por los demás, creemos en Dios, somos ateos, gritamos, sangramos, soñamos, sentimos dolor, somos capaces de admirar la belleza… En fin, que somos como cualquier hijo de vecino.
Salir del clóset siempre será una decisión muy personal que hará que quien salga del encierro esté expuesto socialmente de por vida y, seguramente, su vida estará en peligro en muchas más ocasiones que la de un ser humano heterosexual promedio. Por eso necesitamos aprender a respetar las decisiones de los demás, los gustos y las preferencias de cada persona; sólo así podremos conseguir vivir en armonía, paz y seguridad.
Yo, mientras tanto, a pesar de todo, he salido. Puse seguro a la puerta y he tirado la llave.
¡Dentro del armario, nunca más!
1 comentario en “Salir del clóset en estas Honduras”
Un abrazo, estimado Néstor! Sos ejemplo de una persona íntegra en todos los aspectos, públicos y privados.