Texto: Lucía Vijil Saybe
Portada: Archivo CC
La crisis energética en Honduras, que se manifiesta en prolongados apagones, sobrecarga en las estaciones de generación y problemas en la distribución de energía, en las últimas semanas elevó en el debate nacional el discurso oficialista sobre «el impacto del cambio climático en la matriz energética actual».
En cadena nacional, el gerente general de la Empresa Nacional de Energía Eléctrica (ENEE), Erick Tejada, expuso «los planes destinados a revertir la situación energética actual, agudizada por las brutales olas de calor y las severas sequías, aunado a la deplorable herencia del sistema eléctrico del país con nula inversión durante los 12 años de narcodictadura». En ese mismo espacio se señaló que «la hidroeléctrica Patuca III, ubicada en el norte del país, ha llegado al nivel mínimo operativo y cesó hace unos días la generación de energía, en tanto las pequeñas centrales hidroeléctricas a filo de agua han dejado de inyectar alrededor de 200 megavatios a la red».
Desde el sector empresarial, el expresidente de la Asociación Nacional de Industriales (ANDI), Adolfo Facussé, expresó que «Honduras es un país de montañas, caen enormes cantidades de agua, lo lógico sería construir represas para retener el agua para generar energía a través de centrales hidroeléctricas». También lamentó que «la política energética sea generar energía a base de combustible, que es más caro, y que el país depende del precio internacional por no ser una nación productora».
El líder sindical de la ENEE, Miguel Aguilar, también se refirió a la temática e indicó: «Somos conscientes de los factores climáticos, pero hay que decir la verdad, se debe acelerar la licitación de las represas El Tablón y Los Llanitos, para poder fortalecer la matriz con potencia verde. Se hacen los esfuerzos, pero la situación es compleja».
Además de haber comenzado este escrito desde el ámbito nacional, es relevante mencionar que en toda Latinoamérica hay grupos que apoyan esta misma postura. La Organización Latinoamericana de Energía (Olade), la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (Aecid) y la Fundación Tecnalia se han unido para presentar estudios sobre cómo el cambio climático afecta a la infraestructura energética de la región. A pesar de que la región solo aporta el 8 % de las emisiones globales, los análisis indican que es necesario fortalecer la capacidad del sector energético en América Latina y el Caribe para enfrentar los riesgos y vulnerabilidades de su infraestructura. Esto implica realizar cambios en la planificación y operación de los sistemas.
Con los discursos expuestos previamente no se pretende afirmar que están equivocados, sino que, desde otra perspectiva, ¿qué pasaría si invertimos la pregunta y reformulamos el enfoque del debate? ¿No es mejor considerar el impacto de la matriz energética en la dinámica ecosistémica y evaluar qué ha pasado con la naturaleza cada vez que la especie humana requiere satisfacer sus demandas de producción? Porque lo que hemos visto hasta ahora es una narrativa que justifica la producción de energía como derecho humano, sin repensar el modelo de consumo actual.
Para que se pueda ejecutar un proceso productivo (colocando por ahora términos económicos) es importante considerar a las materias primas, que son las que se transforman en productos, y luego las fuentes de energía para hacer funcionar la maquinaria que realiza dicho proceso. Ambas, por la división internacional del trabajo y asignación de roles en esos ciclos de producción, han determinado la cuota de participación de países que producen «materia prima» y quienes la requieren para su transformación.
En el estudio de las fuentes de energía, se hace una diferencia entre energías primarias y secundarias. Las energías primarias pueden ser adquiridas directamente de la naturaleza, como la solar, geotérmica, biomasa, eólica o hidráulica; o a través de extracción indirecta de recursos como el petróleo, gas natural y carbón. Las energías secundarias provienen de la conversión de las fuentes primarias para su uso directo, como gasolina, electricidad, etc. La energía no se genera de forma natural, sino que es producida en centrales eléctricas a través de una variedad de fuentes como la hidráulica, nuclear, solar, geotérmica y eólica.
La necesidad humana de la producción y satisfacción de la necesidad ha generado históricamente una presión y agotamiento sobre las dinámicas propias de las especies y entornos naturales, tanto, que cada vez que un bien común de la naturaleza se agota, entonces repensamos: ¿de dónde más podemos sacar provecho para generación de energía? Podría poner de ejemplo al petróleo y su anunciado agotamiento hace un par de décadas; ahora estamos recurriendo a las tierras raras, que son necesarias para la producción de las «energías limpias» o «renovables».
Al reformular la pregunta y responder ¿cómo afecta la constante demanda energética a la naturaleza?, algunos ejemplos podrían ser:
a. La generación de energía a partir de la quema de combustibles fósiles, como el carbón, el petróleo y el gas natural, es responsable de la emisión masiva de dióxido de carbono (CO₂) y otros gases con efecto invernadero que contribuyen al cambio climático global.
b. Las plantas de generación eléctrica que utilizan combustibles fósiles también liberan contaminantes como NOx, SO₂ y partículas finas, los cuales pueden provocar problemas respiratorios y otras enfermedades en las personas.
c. Los productos químicos tóxicos pueden contaminar cuerpos de agua durante la extracción y procesamiento de combustibles fósiles. Y también hay que considerar los desechos radiactivos generados por las plantas nucleares con el fin de prevenir la contaminación del agua.
d. La extracción de carbón y la explotación de petróleo y gas pueden ocasionar daños al suelo y la pérdida de biodiversidad.
e. En toda intervención humana existe un impacto ambiental. Todos los ecosistemas (áridos, húmedos, tropicales, etc.) se ven afectados por la construcción de plantas de energía, presas hidroeléctricas y parques eólicos. Asimismo, producen desplazamiento de especies y destrucción por completo de sus hogares. Por ejemplo, las turbinas eólicas pueden suponer un peligro para las aves y los murciélagos, mientras que las presas hidroeléctricas tienen la capacidad de interrumpir las migraciones de peces y otros seres acuáticos a través de sus rutas habituales.
Como hemos leído, la institucionalidad claramente debe garantizar el suministro energético de calidad a la ciudadanía. La empresa privada velará por intereses de control sobre la matriz energética y los sectores sindicalistas continuarán haciendo señalamientos sobre la operación y gestión de la energía. Con esos puntos, pretendo entonces introducir otra narrativa más al debate sobre la crisis energética nacional.
En estas esferas distintas de discurso se vislumbran diversos intereses, y a estas alturas, los episodios del cambio climático deberían llevarnos a la consideración del consumo y continua presión sobre la tierra. Mientras el debate y las preguntas estén mal formuladas, no podremos avanzar en cuestionar realmente lo importante para asegurar una transformación del actual modelo depredador de los bienes comunes de la naturaleza.