Texto: Darlin Reyes
Portada: Persy Cabrera
Las palabras hacen cosas. Nacen en el pensamiento y se materializan en el habla, la escritura y hasta en los gestos. Poseen fuerzas ilocutivas y perlocutivas, es decir, tienen intenciones y provocan efectos. Son instrumentos para comprender el mundo. Pero no son neutrales. Portan las ideologías, valores y creencias de quien las materializa. Por ello, es sumamente necesario cuestionar la forma en que las usamos y las doctrinas que mediante ellas se comunican.
El objetivo de este artículo es protestar contra los medios de comunicación por su escasa y hasta nula participación en la búsqueda de equidad entre los géneros; muchos incluso legitiman discursos patriarcales. Se pueden mencionar diversas formas en las que los medios de comunicación debilitan la lucha feminista, perpetuando estereotipos de género o invisibilizando a la mujer en la sociedad; sin embargo, por ahora hablaré únicamente sobre la exposición mediática que hacen de los feminicidios. Basta este tema para demostrar el papel que desempeñan y la forma en la que dañan no solo a las mujeres, sino a la sociedad en general.
El término feminicidio refiere al asesinato de las mujeres por su condición de género y es el resultado final de un proceso de violencia. Los medios de comunicación desempeñan una función sumamente esencial cuando se habla de este tema, pues, al ser herramientas de acceso a la información y un reflejo de la realidad, tienen la responsabilidad de educar y forjar pensamientos críticos porque influyen en nuestra manera de pensar y en cómo concebimos los problemas sociales.
Sin embargo, en lugar de reconocer este fenómeno social como un problema político y de seguridad, se valen de él para aumentar sus ratings. La práctica periodística actual normalmente trata la violencia contra la mujer como un espectáculo. Los titulares de las noticias se plantean con un código estilístico cargado de morbo y narraciones sensacionalistas. Enfatizan la violencia, el drama y la sangre utilizando adjetivos escabrosos y refranes o frases a los que recurren para atraer audiencia. Los espacios —llámese «nota roja», «policiales» o «sucesos»— en los que se informan estos acontecimientos poseen un carácter sangriento que apela a las sensaciones de la audiencia.
La frivolidad con la que los medios exponen los feminicidios deriva en la naturalización de violencia, insensibiliza al lector y lo vuelve indiferente al dolor humano. Como decía Roland Barthes, «La verdadera violencia es la de lo que se da por sentado (…), lo natural es el último de los ultrajes».
Otra forma con la que los medios desvían la atención de la violencia de género es la elección de la información que presentan, ya sea sobre la víctima, el perpetrador o el contexto social. Siempre hacen énfasis en la edad de la víctima, su ocupación, si tenía hijos o no, en las adicciones o comportamientos sexuales mal vistos por la sociedad. Utilizan cualquier dato para reproducir estereotipos de género y revictimizar a la mujer.
Proporcionan una sanción moral, unos juicios y prejuicios que apuntan a la existencia de víctimas propiciatorias, esto es, señalar que el feminicidio es culpa de las mismas mujeres por haber salido de fiesta, por su vestimenta, por infieles, por dedicarse a la prostitución. Estas condenas morales dan pie a que se hable de vidas sin valor, a que algunos cuerpos importan más que otros. Los medios también prestan atención al contexto social, tratan la noticia de acuerdo al estrato de los implicados. Por otro lado, cuando hablan del perpetrador por lo general aluden a características como la nacionalidad o el origen étnico, situación que contribuye al racismo y la xenofobia.
Sumado a eso, y en consonancia con la figura que presentan del victimario, los medios de comunicación, como norma, justifican de forma indirecta las acciones del agresor. No solo enfocan la atención en la agredida, sino que cuando hablan del perpetrador lo hacen con una suerte de condescendencia generalizada. Por regla general, hay un atenuante de lo ocurrido: mencionan crímenes por amor y casos con tintes pasionales; señalan que el agresor tenía patologías psiquiátricas y atribuyen sus acciones al alcohol o las drogas, y rara vez publican notas de seguimiento del proceso de imputación. Dicho de otro modo, retratan los feminicidios como producto de arranques y pasiones, menoscabando así la voz de la mujer.
En suma, los medios, junto con la sociedad, deben velar para que su impacto sea positivo, deben dejar de publicar textos plagados de violencia simbólica. Su tarea es contextualizar la violencia de género, visualizarla e identificar las modalidades con las que se presenta, es decir, hacer un análisis crítico con la ayuda de personas expertas y leyes, no citando al vecino de la víctima o a los funcionarios públicos como fuentes verídicas de información. Deben desentrañar el verdadero origen de la violencia de género.
Hay que recordar: las palabras hacen cosas.