Confeti y fuegos artificiales para el fin de la democracia

Por Daniel Valencia Caravantes

Todo ha acabado ya, pero entre los que se congregan al pie de la entrada del Palacio Nacional y miran hacia el palco, ese desde donde les habló Nayib Bukele hace unos instantes, está Juan Alberto, que se ha quedado como hipnotizado, con las manos entrelazadas a la altura del corazón, como esperando que su líder reaparezca una vez más. Pero arriba, en el palco, ya solo se asoman los hermanos y familiares del presidente, que se toman fotos dándole espaldas a la plaza Gerardo Barrios del centro histórico capitalino. Abajo, Juan Alberto suspira, largo y despacio, mira hacia todos lados y se decide: se dobla hacia el piso, estira la mano y levanta un puñado de rectángulos de papel de china que hay regados por doquier. Hay blancos, pero la mayoría son color cian. El color de Nuevas Ideas, el partido de Bukele. Se acerca los papeles a la cara y se los guarda orgulloso en el bolsillo izquierdo de la camisa. Luego saca su celular y se toma una selfie con los dedos índice y medio en señal de victoria.

Tras la autoproclamación, miembros del clan Bukele aparecieron en el palco del Palacio Nacional para sacarse selfies.

Lo interrumpo. Me presento y le pido autorización para hacerle un par de preguntas. Un muro se levanta entre nosotros. Hasta hace unos instantes éramos dos salvadoreños cohabitando sin problemas en el mismo metro cuadrado, pero ahora me mira desconfiado. Lo entiendo. Hace unos minutos Bukele dedicó palabras en su discurso de autoproclamación para atacar a aquellos que le cuestionan: los periodistas independientes nacionales, la prensa internacional, las oenegés y la comunidad internacional. Juan Alberto no me conoce, pero da igual. Ser periodista es casi delito en este nuevo El Salvador o, como mínimo, ser sospechoso de todo.

Logro convencerlo hasta que le explico que solo me interesa entender por qué se lleva eso que ahora guarda en el bolsillo de su camisa. Juan Alberto abre los ojos, sorprendido, sonríe con todos los dientes y deja escapar una sincera carcajada. “¡Pero nada de video y fotografías!”, me dice. Pactamos.

Nayib Bukele y la primera dama, Gabriela desde el palco del Palacio Nacional. Imagen tomada de las redes sociales de Nuevas Ideas.

“Me lo llevo porque esto es algo histórico que da esperanza. Somos los salvadoreños resolviendo los mismos problemas de los salvadoreños”, dice, repitiendo una de las frases icónicas de Bukele en toda su gestión, la constitucional, porque lo ocurrido en esta jornada, con el respaldo de una mayoría, está fuera de toda norma, es ilegítimo, es el paso previo a la consolidación de una dictadura, pero Bukele ha dicho en dos ocasiones que esta es la verdadera democracia. “Nosotros no estamos sustituyendo la democracia, estamos trayendo la democracia. Si un pueblo dice ‘queremos régimen de excepción, seguridad…’.  En unas horas sabremos si quieren que continúe el presidente o qué mayoría quieren en la Asamblea. Eso es democracia”, dijo hora y media antes del cierre de urnas, en un mensaje transmitido por el canal estatal en un claro rompimiento al silencio electoral. En su concepción de democracia cabe una candidatura que nunca debió ocurrir, porque la Constitución lo prohíbe hasta en seis artículos; cabe un Estado que invirtió millones de dólares de fondos públicos en campaña a su favor y a favor de su partido, cabe irrespetar el Estado de derecho, una constante en Bukele. El punto ahora es que una mayoría de salvadoreños ha dicho, contundente, que no le importa el cómo lo hizo, le importa que se haya logrado.

Los festejos de la reelección inconstitucional de Bukele desde la plaza.

Son las 10:52 de la noche del 4 de febrero de 2024. Hace nueve minutos Bukele se despidió de esta plaza, que ahora comienza a desalojarse, entre un baño de chorros de confeti que duró tres minutos y el estallido de fuegos artificiales que duró seis. La joven democracia salvadoreña murió y el bukelato nació en medio de una fiesta que utilizó una canción de R.E.M. de fondo: It’s the end of the world as we know it sonaba –y suena- en los altoparlantes. La misma con la que Bukele llegó a votar a las urnas temprano, en la tarde, en una jornada plagada de anomalías que culminó con la caída del sistema de transmisión de resultados. Un caos que ha levantado sospechas al menos entre expertos electorales y líderes de oposición que ya hablan de fraude.

Toma de los fuegos artificiales desde el aire. Imagen tomada de las redes sociales del partido Nuevas Ideas.

Pero para Juan Alberto y la plaza, y la mayoría que le votó, desde las 6:56 de la tarde, casi dos horas después del cierre de urnas, la verdad de la elección tenía una sola prueba: la palabra de Bukele. El mandatario aseguró a esa hora, con sus propios datos, que había arrasado con el 85 % de la votación a su favor y con 58 de 60 diputaciones disponibles. Lo primero era esperable, según las encuestas, esperable a juzgar por los resultados que iban saliendo a boca de urna en todo el país. Lo segundo llamó a la sospecha. A esa hora, en la mayoría de los centros de votación, el conteo de las presidenciales o no había finalizado o estaba finalizando, con lo cual era imposible técnicamente que Bukele y Nuevas Ideas tuvieran alguna certeza de las legislativas, cuyas cajas ni siquiera se habían abierto para iniciar con el conteo.

Pero en la plaza eso tampoco tenía ninguna importancia. Aunque hay un detalle que no se puede pasar por alto: ningún diputado de la actual legislatura salió a celebrar al balcón, un detalle curioso si se toma en cuenta que Bukele dijo que “pulverizó” a la oposición y el presidente del legislativo, Ernesto Castro, y la primera vicepresidenta, Suecy Callejas, son parte del círculo íntimo de los Bukele y han sido claves en dos acciones que los trajeron a estas instancias: el golpe a la Sala de lo Constitucional y el régimen de excepción.

Un habitante de la colonia La Campanera emite el sufragio antes de las 8 de la mañana del 4 de febrero.

***

Juan Alberto tiene 48 años. Eso significa que creció en un país en guerra y alcanzó la posguerra en plena juventud. Es decir que ha sufrido, como todos en su generación, los males que caben en las dos caras de los últimos 48 años de El Salvador: la de la violencia armada del conflicto y la de la violencia de las pandillas, sumado a todos los gobiernos de la posguerra que fueron incapaces de satisfacer las necesidades de la población, harta además de tanta corrupción. Le pregunto cuáles son las principales razones para confiar una vez más en Bukele y su respuesta es inmediata: poner un alto contundente, a su juicio, a la Mara Salvatrucha 13 y las dos facciones del Barrio 18. “Ahorita ya es hasta trillado decirlo, pero obviamente la seguridad. Cuando solucionó eso dimos un salto que no creíamos, que nadie creía que podía darse. Nadie creía, nadie, nadie, nadie”.

Nadie lo creía. Pero al menos desde marzo de 2022, con el inicio del régimen de excepción, una política que da facultades a la Policía y al Ejército para realizar capturas masivas de supuestos pandilleros, en los territorios otrora dominados por las pandillas se respiran otros aires. ¿El costo? 75 mil detenidos de manera arbitraria, 11 mil de los cuales no eran pandilleros, según declaraciones oficiales. El régimen acarrea denuncias de abusos, violaciones a derechos humanos, torturas y más de 200 muertes bajo custodia del Estado que, denuncian familiares de los reos y organismos de derechos humanos, no eran pandilleros. Para quienes apoyan a Bukele es un precio válido por una “verdadera paz”.

Agentes de una unidad élite policial custodian el centro de votación instalado en la Avenida Olímpica, en San Salvador, el lugar en el que llegó a votar Bukele.

El régimen ha provocado que colonias y barriadas enteras que antes vivían con leyes del salvaje oeste ahora abran las tiendas temprano y no tengan temores en cerrarlas tarde. En algunas canchas de fútbol, como en la de la colonia Prados de Venecia de Soyapango, la tercera ciudad más poblada del país, se juegan de nuevo partidos de fútbol, incluso en las noches, con iluminación incluida, y sin temor a represalias de la clica pandilleril que en la zona había prohibido el uso de ese espacio público. En La Campanera de Soyapango, un territorio icónico porque ahí vivió Viejo Lin, uno de los máximos líderes del Barrio 18 Sureños, pero también porque ahí se grabó La Vida Loca, un icónico documental sobre la cotidianidad de una clica dieciochera, el cambio de vida se resume con una sola imagen: la trinchera para un puñado de policías que custodiaban una comunidad de unos 10 mil habitantes y al menos dos centenares de pandilleros ha desaparecido. En su lugar ahora solo están unas paredes levantadas y unos marcos sin ventanas. La presencia de una célula policial, dice eso, ahí ahora es innecesaria.

En esos cuartos y paredes, hace 10 años, vivían, por turnos, los elementos de una pequeña delegación policial que custodiaba La Campanera.

El domingo 4 de febrero, desde las 6:30 am, algunos lugareños bajaron tranquilos una larga cuesta hasta el centro escolar de la localidad para emitir el sufragio. En el centro de votación solo habían dos policías custodiando que el proceso se desarrollara con normalidad. En La Campanera, las calles y las casas se ven más viejas, más desvencijadas que hace diez años, pero eso es un problema menor. La propaganda lo dice, la comunidad lo dice. También lo dicen los pobladores de una colonia cercana, Las Margaritas, icónica también en el mapa de los territorios pandilleriles por haber sido cancha de la emeese. “Dicen que ahí andan algunos escondidos, pero la verdad es que los muchachos ya no se ven”, asegura una lugareña, ocho años menor que Juan Alberto. Hace unos días, cuenta, salió a pasear de noche a un pequeño negocio que se ha levantado tras la pandemia, pero sobre todo después del régimen de excepción. “Abren toda la noche y hasta la madrugada. Antes, salir de noche, uno ni siquiera lo pensaba”, dice.

El lugar es una venta de tortas, tacos y carne asada a la orilla de calle, en una zona que antes era señalada como una frontera invisible. Es cierto. Abren la noche y toda la madrugada. “Los salvadoreños vivíamos en cierta psicosis por la delincuencia. Ahora ya no”, sintetiza Juan Alberto desde la plaza.  Para él, para ellos, los cambios que ha traído el régimen son un antes y un después. En todos los sentidos.

Una niña descansa en una hamaca al final del reparto La Campanera, en un chalet contiguo a la escuela pública y el punto de autobuses. Esta zona, hace años, era un punto de encuentro frecuente de los pandilleros que vivían en la comunidad.

Él es un profesional clasemediero que nunca simpatizó con ningún partido salvadoreño ni fue militante ni se interesó en la política. Sigue a Bukele y a Nuevas Ideas, asegura, desde el 2018, cuando el “presidente pidió firmas para crear el partido y le respondimos en menos de 48 horas”. Para él, todos los políticos anteriores tienen la característica de los políticos normales: “mentirosos, ladrones, corruptos”, pero Bukele no es un político normal. “Él rompió todos los paradigmas. Yo lo he visto y por eso me subí a este vehículo para solucionar los problemas de toda la gente”. Subirse a este vehículo no es sinónimo de participación militante, es simplemente ser parte de esa masa que le ha dado una refrenda por cinco años más.

Bukele ha solucionado los problemas de toda la gente, insiste. Le pregunto por aquel que no ha solucionado. La economía, que no mejora; “espérese, escuche lo que usted acaba de decir: ‘que no mejora’. ¿Y en qué momento va a mejorar? ¡Hey, espérese, calma, Who’s gonna ride your wild horses, como dice Bono! Va paso a paso. Después de este evento le va a meter a la economía, a la salud y educación. Van a venir mejores cosas”.

Le pregunto por la inconstitucionalidad de su reelección, algo que el propio Bukele también compartía, hace mucho tiempo, que no se podía hacer en el país. “¿Quiénes hicieron la Constitución? Por ahí un político dice que la Constitución fue hecha con saliva de bolos, porque él estuvo ahí. O sea, otra vez, paradigmas. Si es algo bueno, ¿por qué no?”.

Desde las 6:00 de la mañana, decenas de salvadoreños salieron a las urnas para participar en unos comicios que violan la Constitución. Según la carta magna salvadoreña, la reelección está prohibida y aquellos que la impulsen hasta pueden perder la ciudadanía.

Le pregunto por las pruebas que ha dado el periodismo sobre los pactos de Bukele con las pandillas previo al régimen de excepción; “es una tontería, una falacia, una mentira”. Le pregunto por todos los indicios de corrupción detectados en su gobierno… Juan Alberto cambia el semblante. “De qué medio me dijiste que eres”, repregunta. Le respondo. “Okay. Habría que ver qué medios. Hay periodistas que responden a intereses con los que, probablemente, ni siquiera comulgan. Yo entiendo que hay que comer, pero mi llamado sería a que cuenten solo la verdad. ¿Por qué quieren desearle el mal a un país que quiere salir de la pobreza?”.

Le pregunto qué pasará después de 2029.

¿Debe seguir o salir?
Vaya, le puedo dar una respuesta en caliente y en frío.
Dele.
En caliente, todos estos quisiéramos que él continuara.
Y …
¿En frío? ¿Por qué no? ¿¡Por qué no!?
¿Qué va a hacer con el confeti?
Lo voy a tener guardado como un tesoro personal, un recuerdo, reliquia, como tengo otras cosas por ahí… el boleto de un concierto que me gustó, la uñeta de un artista que tengo en un lugar especial… Ya voy a recoger un poco más para poder mostrárselo a los niños, a los nietos. O sea, es una muestra del salto que ha dado la gente, el país. Un medio internacional dijo que este es el comienzo de una era. Bueno, ojalá.

Le agradezco. Nos despedimos con un apretón de manos. Me doy la vuelta y atravieso la plaza. En el camino me topo a otros como él, impregnándose de recuerdos de esta larga noche. Son muestras de varias generaciones que le siguen a la suya. Una joven pide que le tomen una foto mientras ella, hincada, lanza puñados de confeti al aire. Atrás suyo, unos niños bastante niños juegan, a las 11 de la noche, a hacer montículos o a lanzar los papelitos al aire.

It´s the end of the world.

La canción no dejaba de sonar y me acompañó hasta la salida.

*Epílogo: A las 2 de la madrugada del 5 de febrero, el Tribunal Supremo Electoral (TSE) confirmó anomalías en el procesamiento de resultados electorales y ordenó el resguardo de los paquetes y el reenvío de las actas del escrutinio preliminar. La transmisión de resultados, en caos  hasta las 10 de la noche, hora en que se congeló, mostraba una tendencia con el 31 % de datos escrutados que vaticinaba una votación del 100 % del electorado. Una anomalía en la tradición electoral salvadoreña, que se ha mantenido cerca del 50 % de participación.

Pasadas las 5 de la mañana, el sistema del escrutinio preliminar mostraba nuevos datos para las presidenciales: un 70 % de actas escrutadas, un universo de más de 2 millones de electores, una tendencia de participación que podría llegar al 52 %, una contundente victoria de Bukele. Las elecciones legislativas, a esa hora, apenas llevaban un 5 % de procesamiento.

Cerca de las 11 de la mañana, el secretario de Estados Unidos Antony Blinken felicitó a Bukele. Toda la comunidad internacional ha felicitado la reelección inconstitucional de Bukele, algunos como Bernardo Arévalo, el recién electo presidente de la “primavera” en Guatemala, desde cuando el único dato era la palabra de Bukele.

Cerca de las 3 de la tarde, el TSE reconfirmó que el escrutinio preliminar fue un fracaso y ordenó que el conteo final de la presidencial tomará como base los resultados de las 6,015 actas que fueron transmitidas al sistema informático más los resultados, que se revisarán de nuevo, de los paquetes electorales de las 2, 547 actas que no fueron transmitidas.

Las elecciones legislativas, de las que no se sabe nada, se volverán a contar “junta por junta y papeleta por papeleta”. 

SOBRE
Periodista salvadoreño, fundador de la Redacción Regional y Editor Jefe de Focos.
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