«Good vibes»

Texto y portada: Melissa Raudales


«Solo buenas vibras hoy», dice la camiseta que escogí ponerme esta mañana, justo después del amargo amanecer. 

Estoy practicando una filosofía de esas rápidas que te aparecen en TikTok, que predica que para cambiar la mente, puedes enfocarte en construir pequeños nuevos hábitos. Así que me levanté de la cama y me dispuse a continuar mi rutina desorganizada, pero recordé esto y me puse a hacer la cama; la gratificación de la acción es inmediata. Continué mi acelerada mañana, y me preparé para salir a ganarme el pan de cada día. 

Pensé: «¡Rayos! Ya es tarde, ya me agarró ese tráfico de Loarque». Agarré mi termo de 16 onzas que contiene el elixir que me permite interactuar con humanos y me fui.

Como sé que me espera un buen tiempo en el tráfico, procedo a poner música en la radio. Tengo un un carro viejito, entonces no puedo conectar mi celular, así que cada mañana tengo que hacer zapping en la radio. Voy ignorando los malos gustos musicales y los locutores que nunca se callan y entonces suena: «No soy esa señora, de una conducta intachable en la vida, ¡no soy una señora! Luchando y perdiendo una guerra que se hace infinita…» 

«¡Ah, que buena canción!» pensé, después de haberla gritado a todo pulmón a buena mañana, y después de tres canciones más que me gustaron, unos cuantos kilómetros de tráfico encima y cuatro onzas menos de café, llego a la frecuencia de HCH. Cómo odio este canal, pero escuché que estaban reportando sobre la desaparición de tres mujeres en la isla paradisiaca de Roatán, Islas de la Bahía, un lugar que creo que el 80 % de los hondureños ni conocemos, territorio hermoso, en disputa y en donde las mujeres «se pierden». 

«¡Esto es una terrible noticia! Sin duda alguna afecta la imagen de la isla, que vive del turismo en su mayoría», dijo la periodista, comentando el hecho de que tres mujeres «aparecieron» muertas en un vehículo, después de días de búsqueda.

¿Conocen la disociación? Ese momento en el que tu mente se extravía de tu cuerpo y del aquí y el ahora. A 10 km por hora detrás de unos 50 vehículos y 15 policías de tránsito custodiando que nadie se cuele en el tráfico, la experimenté y empecé a llorar. «¿Cómo es posible?» pensé,  y tuve un dèjà vú de la  indignación que sentí por la muerte de las 46 mujeres privadas de libertad en la Penitenciaría Nacional Femenina de Adaptación Social (PNFAS), esa noticia que a nadie le importó, como no importó la noticia de la joven de 15 años a la que su «marido» de 35 años le quitó la vida.

¿Acaso en este país no importan las mujeres? 

Pero si tenemos una mujer que es la presidenta del país, ¿eso no simboliza nada? ¿Por qué con tanta facilidad e impunidad mueren las mujeres aquí? Sequé mis lágrimas, reprimí mi sentir y me concentré en seguir buscando música. Quedaré loca si dejo salir este sentir que afuera a nadie le interesa, o está tan acostumbrado, como al hecho de que el 90% de estas muertes queden en impunidad. 

El tráfico en Tegucigalpa es de todo, menos rápido; entonces continué a 20 km/h, un poco más rápido que el desarrollo en esta tierra de nadie. En el camino logré ver que hay una mujer joven que vende periódicos en la mediana. Voy a comprar el periódico —después de  aproximadamente 10 mil años sin hacerlo— y recordé que la última vez que lo hice costaba seis lempiras. Quería saber más sobre la noticia de las tres mujeres asesinadas en Roatán, y así informarme mejor que los insensibles de HCH.

«¿Qué cuesta el periódico?» le pregunté  a la mujer. «Cuesta 15 lempiras», me respondió. «¡Uy! No me ajusta, solo tengo 13 lempiras», le comenté con mucha vergüenza, a lo que ella muy amable, y con una sonrisa que traduje como un: ¿cómo carajos existen personas que pueden amanecer tan alegres tan temprano?. «¡Así déjelo, no se preocupe», me dijo, después de sonreírme, y no me quedó más que decirle: «¡Mil gracias!» y devolverle una sonrisa, la más empática que mi cuerpo pudiera producir porque sólo llevaba 8 onzas de café encima, 3 canciones bonitas, 9 kilómetros de distancia a mi trabajo y unas lágrimas derramadas.

Al llegar a mi trabajo, aún me quedaban unas onzas de café, y corriendo aproveché para abrir el periódico. 

La noticia ni siquiera estaba en la portada. 

Al parecer  no es novedad ni impacto en la tierra de nadie. No obstante, fui viendo algunos titulares: «Cada año son menos los jóvenes que terminan el bachillerato», «Colectivos de Libre ahora piden destituir a titular del Hospital San Felipe», «Militares brindarán lineamientos para cárcel en Islas del Cisne», «Ex jefe de la Tasa de Seguridad seguirá en prisión», «En noviembre se dieron más tarjetas de crédito en el 2023», «La temporada escolar comienza con precios bajos en los mercados», «Van más de 20 incendios en los primeros ochos días del 2024», «Ecuador declara conflicto armado interno para neutralizar al narco», y allá, por la página 41, en la sección de sucesos —después del horóscopo y el crucigrama— estaba la noticia que esta mañana me había hecho llorar en el tráfico. El titular dice:«Hallan muertas dentro de carro a tres jóvenes desaparecidas», y según el periódico, el principal sospechoso es un estadounidense, expareja sentimental de una de las jóvenes, quien salió sin problemas retornando a su país un día después de que los familiares reportaron la desaparición de las tres mujeres hondureñas. 

Cerré el periódico y no lloré más, pero pude sentir dentro de mí un nudo, uno que no era nuevo, un nudo que siempre que sucede algo así siento cómo crece y se oscurece.

 

Pero no vivo en un país en el que eso pueda cambiar de la noche a la mañana.  Y «¿mientras qué?», mientras escribo esto para no morir en este silencio.

Sobre
Melissa Raudales, 11 de marzo de 1992. Licenciada en psicología, defensora de derechos humanos.
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