Texto: Óscar Estrada
Portada: Persy Cabrera
Juan Pablo Carías Chaverri, comunicador y periodista, se estrena como novelista con la primera entrega de la trilogía Trío de lobos (Casasola, 2023). Adrián, Lúmina y la asesina de poemas es el nombre de esta primera parte, que cuenta la lucha de una familia para salvar la vida de su pequeña hija.
Nació en Costa Rica, fue criado en Tegucigalpa, es hijo de María de los Ángeles Chaverri Mora (1939-2019), destacada historiadora nacional y Marcos Carías Zapata (1938-2018), también historiador y uno de los más importantes narradores hondureños de las últimas décadas del siglo XX e inicios del XXI. Su abuelo, Marcos Carías Reyes, brilló igualmente en las letras a mediados de la centuria anterior. Tres generaciones de escritores que coinciden hoy en las letras de Carías Chaverri. En esta entrevista nos habla de su familia, de su recorrido por las letras hasta llegar a la literatura y sobre todo del amor a esa Honduras que busca aún estando lejos.
Los otros dos libros de la trilogía, La locura y otras filosofías y Matemos al dictador están programados para salir al público el próximo año, 2024.
OE: Siendo hijo de quien sos, ¿cómo fue crecer en ese ambiente intelectual en la Honduras de los 80 y 90?
JPC: Crecer en ese ambiente intelectual me dio enormes oportunidades. En mi infancia y adolescencia fui un pésimo lector, hasta que me topé con la ciencia ficción de Isaac Asimov y Philip K. Dick, gracias a mi hermano mayor, Marcos. Antes de eso mi educación cultural, literaria e histórica era, podría llamarla, pura tradición oral. Mi madre, María de los Ángeles Chaverri Mora, profesora de historia y una de las fundadoras de la carrera de Historia en la UNAH, siempre fue una estupenda anfitriona, y con mi padre Marcos Carías Zapata, también historiador y además escritor, crearon un hogar que se convirtió en uno de los puntos de reunión de los intelectuales de Tegucigalpa. Creo que ellos no lo saben, y esta entrevista me da la oportunidad de agradecerles, pero aprendí muchísimo de todos los amigos y amigas de mis padres.
Al principio era el sacaleches, el hijo menor de cinco, que estaba ahí escondido, solo escuchando, en medio de las reuniones sociales. Sabía que si abría la boca me notarían y me enviarían a dormir. Procuraba pasar en el anonimato. Pero estaba ahí escuchando todo, absorbiendo. Más adelante tuve la oportunidad de interactuar con varios de los amigos de mis padres, ya como reportero, entrevistándolos. Es imposible mencionarlos a todos, pero quiero recordar a cuatro que ya se han ido: Roberto Castillo, Mario Felipe Martínez (quien además era mi padrino), Moncho Oquelí (casado con mi madrina) y Marco Virgilio Carías (quien también era primo de mi padre). Aprendí muchísimo de ellos y por aquí y por allá se reflejan en mis escritos.
OE: Tu novela tiene una clara referencia a las obras de tu papá y tu abuelo. ¿Por qué decidiste darles ese peso en tu primera novela?
JPC: La muerte de mi padre y después la de mi madre, que fallecen un año tras otro, en el 2018 y 2019 marca esta primera producción. Me arrepiento de no haber hecho la lucha para publicar algo estando ellos en vida. Aunque la verdad creo que aún me faltaba trabajo. El trabajo literario es duro y extenuante, y la pandemia creo que nos dio la oportunidad de finalizar algo que estaba pendiente.
Regresé primero a la lectura de las obras de mi padre, Trío de Tres, su libro póstumo está lleno de referencias a mi abuelo. Entonces, leo otra vez Cuentos de Lobos de mi abuelo e inevitablemente regreso a los Nuevos Cuentos de Lobos de mi padre. Entiendo, al menos parcialmente —porque los libros de mi padre pueden ser difíciles de comprender— la interrelación entre ambos. Siempre tengo un nudo en la garganta por todas las cosas que pude haberle preguntado, aunque él hablaba muy poco de su obra, creo que alguna información adicional puede haber obtenido.
Pude compartir con él pocos días antes de su muerte. Él no se resignaba a la idea de irse. «Cuando me recupere nos vamos a ir a tomar esa cerveza alemana nueva que me dijiste que ahora están vendiendo aquí… ¿cómo se llamaba?», me dijo, unos días antes de partir, cuando era ya alguien que olvidaba cosas que antes siempre recordaba, con su memoria privilegiada, sobre todo si se trataba del nombre de una cerveza).
Las conversaciones con mi abuelo vienen también por la iniciativa de Casasola de reeditar Trópico, que evidentemente vuelvo a leer, y ahí encuentro referencias que están presentes en otras obras de mi padre, inclusive en su forma de ver el mundo, en su visión de Honduras y de Centroamérica, en ese relativismo que ambos reflejan y al que yo me he adherido desde siempre.
Es al final, Trío de lobos, una obra en su memoria, pero a la vez una conversación simbólica entre los tres, pero que es al mismo tiempo incluyente sobre todo con mi madre, quien era la que más información me proporcionaba, y en cierto nivel también con mi padrino, mi madrina, el esposo de mi madrina, el primo de mi padre, los vecinos, la ciudad, la sociedad, mis tres hijas y ahora mi familia de tres con mi esposa y mi hija menor, al partir mis dos hijas mayores a construir sus destinos. Somos productos sociales y como tal somos reflejos de una determinada realidad social y familiar. Relativos somos. Mi abuelo tiene una pieza sobre esto denominada Relativo Soy.
Este Trío de Lobos trata de ser una metáfora de esta conversación perenne con nuestros ancestros, con la configuración de nuestra identidad, individual y social. Creo que soy afortunado de poder vislumbrar en productos literarios este proceso y por ello es un deber —y un placer— continuar esta tradición.
OE: ¿Quién era don Marcos Carías Reyes y cómo él influyó en la obra de su hijo don Marcos Carías Zapata?
JPC: Mi abuelo fue literato, diplomático y periodista, que funge como el secretario privado de su tío, Tiburcio Carías Andino. Se le identifica como uno de esos que suavizó la dictadura y facilitó la transición pacífica a la democracia.
Aunque se señala mucho La Heredad como una obra que lo referencia, creo que Trópico es, como él mismo lo menciona poco antes de morir, su legado. De un libro a otro es impresionante ver la evolución en su escritura y en su pensamiento.
Muere tempranamente en circunstancias trágicas en octubre de 1949 cuando mi padre estaba por cumplir tan sólo once años. Este hecho marca la personalidad de mi padre y es evidente que también su producción escrita. Hasta ahora lo entiendo en toda su dimensión en una forma que me es difícil transmitir.
OE: Pasaste por el periodismo, ¿cómo fue ese recorrido y por qué lo dejaste?
JPC: Desde la lejanía he regresado a escribir a Proceso Digital, pero evidentemente no practico el periodismo como lo hacía cuando fui reportero de Tiempo y Telenoticias, y redactor de Estrategia y Negocios, entre otros medios.
Caí en el periodismo en realidad por casualidad. Al terminar mi secundaria, yo pretendía estudiar Ciencias Políticas en la Universidad de Costa Rica. En aquel tiempo no existía la carrera en Honduras. Sin embargo, la emisión de mi título del Instituto de Aplicación (IDA) se retrasó y por ello no pude viajar. El Ministerio de Educación nos emitió una carta provisional que nos permitió matricularnos solamente en la UNAH. Tenía que escoger una carrera, con la intención de hacer sólo las generales y luego viajar a Costa Rica, y escogí casi al azar el periodismo. Jamás imaginé que me iba a apasionar tanto por esta profesión. En aquel tiempo ya escribía y pensaba que mi habilidad podía servirme de algo.
En perspectiva, menciono mi reciente aventura como columnista porque no sé si algún día dejaré de ser periodista. Constantemente pienso que solo soy un reportero superado.
Me apasioné por las ciencias de la comunicación, pero relacionado precisamente con los efectos de los medios masivos en la sociedad. Mi papel como productor de contenidos me dio un punto de ventaja para analizar estos procesos. También me gusta la economía, pero siempre encaro la cuestión económica desde una perspectiva periodística.
Me convertí en consultor, pero mi mayor activo siempre fue mi conexión con los medios, luego fui Vicecónsul en Montreal, y después en este proceso de migración tuve que reinventarme otra vez trabajando en el mercadeo digital y en el desarrollo de negocios, en donde nuevamente mi mayor activo es mi capacidad de investigar.
Me alejo del periodismo por las circunstancias de la vida, también porque muchas veces no me sentía cómodo en un ambiente en el que hay mucha corrupción sistémica empujada por bajos salarios y super estructuras sociales y económicas que determinan el accionar medial.
Curiosamente ahora en el mundo digital encuentro un libertinaje, que en perspectiva quizás es peor que el de los medios tradicionales, con el cual tampoco me he encontrado cómodo y he iniciado a analizar, armado con las herramientas de mi Maestría Académica en Comunicación de la UCR —donde al final sí llegué a estudiar— y ligando el tema a la configuración de las identidades reflejada en los productos literarios. He sido aceptado en un doctorado en Literatura Comparada, Estudios Hispánicos en la Universidad de Montreal, en donde espero continuar con este reto. Pero si me dan a elegir… por una remuneración justa volvería a reportear por las calles de Tegucigalpa, con todo gusto.
OE: Háblanos de tu esposa Karen ¿cómo se conocieron?
JPC: Mi pasión por el periodismo y mi relación con Karen están bastante ligadas. Yo soy un periodista que tuve que esforzarme y trabajar para poder convertirme en un comunicador social en todos los ámbitos. Ponerme frente a un micrófono me requiere esfuerzo y preparación. Ella es una periodista innata. Desde luego hay admiración, pero también un poco de cólera por lo fácil que todo le salía. Es como ese hombre o mujer que come y come y nunca engorda, lo cual, de remate, también es una de sus características.
Después entendí que desde niña leía los periódicos y oía noticias todos los días. Yo confieso que leí un periódico hasta que por azar me matriculé en periodismo. De niño y adolescente, la potra, el rock pesado y los videojuegos eran mi pasión. Ella dice que también le gustaba mucho la psicología, pero la verdad es que esa capacidad de conectar con la gente es lo que le permitía realizar muy buenas entrevistas.
La primera vez que la escuché grabando la sección de internacionales en Telenoticias me erizó el alma. Objetivamente puedo decir que ella fue una de las mejores voces del medio y es una gran pena el sacrificio que tuvo que hacer de su carrera.
Siempre ha sido una persona con una increíble empatía y un espíritu de colaboración enorme. Por ejemplo, la recuerdo quedándose hasta tarde orientando a Indira Murillo, que en paz descanse, que era novel en la profesión en aquel tiempo, y Karen ya tenía recorrido por Hoy Mismo. Siempre nos sentimos felices de la estupenda periodista que Indira se convirtió, y hay bastante de eso en lo que Karen colaboró. Sin que se percatara yo también aprendí de ella, a ser más espontáneo en mis redacciones, a tratar de engancharme con las audiencias. Antes mi escritura periodística era plana, enfocándome en la precisión de la información y menos en la belleza. Mi pretensión era separar el entorno literario del periodístico totalmente, y al final los he terminado mezclando.
OE: Trío de lobos cuenta la historia de una familia que lucha por salvar a la más pequeña de las hijas de un tumor cerebral. ¿Cuánto de biográfico hay en esta novela?
JPC: Dice Sergio Ramírez, también una vieja amistad de la familia, en la contratapa de libro de mi padre, Trío de Tres, que «las buenas novelas nunca dejan de ser autobiográficas», y es una aspiración evidente producir buenos libros. Espero haberlo logrado. Llegué a un punto en mi vida que estaba tratando de inventar historias impactantes cuando la vida real ya me había otorgado una increíble aventura, llena de lágrimas, pero también de triunfos.
Modifico una gran cantidad de situaciones, cambio nombres, lugares, juego con diferentes líneas discursivas, recurro a la poesía, quizás perdiendo un poco al lector, pero después pretendo traerlo de vuelta —espero lograrlo—. Sin embargo, en esencia la historia central es ciertamente lo que plantea tu pregunta. La escribo en tercera persona, en un recurso que ya ha sido usado por otros, porque es demasiado dolorosa. Cuando mi esposa contaba pedazos de lo que nos ha tocado vivir, muchas de sus amigas le decían que tenía que escribir una novela. La escribí yo, pero desde luego aquí y allá hay partes que las escribió ella. Sufrí bastante en cada revisión que tuve que hacer, porque, aunque el lector lee una historia que modifica varios puntos lo que ocurrió, yo recuerdo exactamente lo sucedido, yo recuerdo la historia real paralela, y todavía me permito guardar para nosotros varias cosas. Hay partes que son lo que desearía para mi vida, para mi país —que es Centroamérica, no sólo Honduras, porque soy un federalista aquí en Canadá y en mi tierra de origen—, ilusiones ingenuas que me permito plasmar en esta historia que a la vez son muchas.
OE: ¿Cómo te sientes al exponer un capítulo tan difícil de tu vida y de la de tu familia en tu primera novela?
JPC: Ha sido una catarsis y creo que para mi esposa y mis hijas también. De reportero nunca olvido que una vez llegó un consultor proveniente de una organización especialista en el tratamiento de víctimas de la tortura, allá en los años 90. No me pregunten cómo se llamaba el experto porque es imposible que lo recuerde, pero tengo guardado claramente que una de las tácticas que mejores resultados tuvieron en España, fue que al salir de las comisarías donde los vascos habían sido torturados, en aquel triste episodio del gobierno del PSOE, los especialistas les decían que inmediatamente soltaran todo en la plaza pública contando lo que había sufrido. De esa manera el dolor podía ser liberado y la superación de lo acontecido podía asumirse a mayor velocidad. Después de más de quince años, aunque con diversos niveles de codificación, estamos en la plaza pública contando nuestra tortura.
OE: La novela está pensada para ser una trilogía. ¿Qué incluyen las otras dos novelas de Trío de Lobos?
JPC: El segundo, La locura y otras filosofías, está marcado por experiencias periodísticas. También varias de las historias son inspiradas por hechos reales. Un personaje que gana protagonismo sobre todo en la primera parte «La locura», es Juana y su historia se inspira en una visita que como reportero realicé al Hospital Psiquiátrico Santa Rosita.
Ahí me encuentro a una señora mayor, andrajosa y mal oliente, en los pasillos del hospital que me queda viendo con ojos extraviados y me pregunta «¿Acaso cree que Dios está muerto?» Es evidente que salí caminando a paso veloz en dirección contraria. Andaba haciendo una cobertura sobre la llegada de la enfermedad del cólera al hospital, así que la pregunta teo-filosófica de la interna, en aquel momento, no me pareció que venía al caso.
Actué exactamente como un reporterito de manada. No me detuve a investigar más, a tratar de conversar con aquella señora, tratar de saber por qué me preguntaba aquello, inquirir sobre las condiciones en el psiquiátrico y sobre todo por su seguridad personal. Aquello pudo haber sido un grito de auxilio y yo no lo escuché. Años más tarde fueron saliendo distintos reportes que alimentan el cuento.
Con frecuencia pienso que perdí una gran oportunidad de hacer un reportaje de película, y a la vez de cumplir con la clásica función social de vehículo de denuncia que los medios masivos deben cumplir. Me imaginaba el titular a cinco columnas, como decíamos en aquel tiempo: «¿Acaso cree que Dios está Muerto?». Escribir el cuento, y luego, construir el libro, es una redención personal, aunque todo el resto es ficticio. Inventos que fui creando con el paso de los años.
En realidad, en el cuento original el personaje tiene otro nombre, pero al morir Juana la Loca, me parece un justo reconocimiento a su irreverencia. No tienen nada que ver la Juana de mi libro con Juana Pavón, pero en el fondo hay símiles de otro tipo en la esencia del personaje y de la mujer de la vida real.
Nunca tuve amistad con Juana. Fue mucho más cercana al resto de mi familia. Mi madre la admiraba, por su descaro, su rebeldía. A mí francamente ella me ponía nervioso, pero puede figurarse que era un muchacho tonto con poca habilidad social.
En la segunda parte, «otras filosofías» enlazo a la locura, pero también a los lobos con reflexiones socio filosóficas incrustadas en historias. Los lobos son usados como un simbolismo de algo más, de un sector de la hondureñidad. Porque viene esa tendencia de ser como lobos inclusive desde la Conquista. En cierta forma lo refleja mi padre en La memoria y sus consecuencias. Eso de actuar como manadas de lobos, grupúsculos, en argollas, grupos de interés que solo protegen lo suyo y poco o nada piensan en el bien común, aunque este bien común a la larga sea también para su beneficio.
Siempre luchando por un pedazo de tierra, por el poder en una hondura que puede ser un gran país, o inclusive llevar el liderazgo para crear algo más grande ¿una federación? Pero no llega, es decir, peleándose los lobos por un ciervo que no han cazado, los comensales por un tamal que no está cocido, por el pedazo más grande de una guayaba aún verde por algo que puede ser, pero no es, y sin entender además que juntos, las manadas, los grupúsculos, las argollas, podrían hacer crecer cientos o miles de árboles de guayaba del que todos podrían comer. La argolla es algo tan arraigado a nuestra hondureñidad que hasta existe el dicho que reza: «las argollas no son malas, lo malo es estar afuera de ellas».
Siendo honestos, los lobos no es solo una metáfora de algún grupo de personas, es también de una actitud destructiva, tristemente común en Honduras. Puede que en algún momento todos hemos sido víctimas de los lobos, pero también hemos sido lobos nosotros mismos.
Por el nombre de la trilogía puede inferirse que hay una fuerte influencia de Trío de Tres de mi padre. La intención desde luego ha sido tratar de continuar su legado. Pues bien, en el tercer libro, Matemos al dictador, regresa un tono un poco más intimista, y utilizo un recurso parecido al que él usa. Mezclo correspondencia oficial con historias ficticias, que son también inspiradas en hechos reales.
He heredado una caja con un grupo de cartas de la correspondencia de mi abuelo, que recibió como secretario privado de Tiburcio que son sumamente interesantes y de un valor histórico también importante. Me he permitido crear algunas ficciones basadas en ellas, pero también planteo colocarlas íntegras en la parte final del libro, por un deber histórico. Aquí se enlazan de nuevo —y con mayor fuerza— los cuentos o los capítulos, como quiera verlo, con los lobos y en cierta forma con la historia familiar.
OE: Actualmente vives en Montreal, pero tu trabajo es sobre Honduras. ¿Cómo procesas esa separación física y sicológica al vivir en Canadá? ¿Se puede seguir escribiendo sobre Honduras? ¿Cuál Honduras crees que ves en tu obra, una real o una imaginada por la distancia?
JPC: En realidad, los tres libros también reflejan el viaje desde Honduras hasta Canadá. Es al mismo tiempo una historia de migración. Hay una constante referenciación a la patria que se ha dejado atrás tal como ocurre en la vida real. Uno está aquí, pero ha traído un pedazo de sus orígenes. «Mi patria en mis zapatos», cantaba El último de la fila.
Hay que decir que el migrante digital es distinto al de antaño y la conexión con el acontecer nacional es mucho más sencilla. Tengo amigos que viven aquí pero que trabajan día a día con empresas hondureñas. A pesar de esto, valoro mucho el contacto personal y pienso que la disociación iniciará en algún momento, o ya ha empezado. Soy mucho más cauto al escribir periodismo y prefiero ahora opinar sobre fenómenos internacionales como los procesos de desinformación en internet y más bien tratar de llevar a Honduras más detalles de lo que ocurre por estos témpanos, que en días recientes han estado ardiendo.
Puede pensarse que la distancia es una desventaja, pero también me otorga un punto de vista externo mucho más objetivo. Muchos en el país tienen sangre en los ojos contra los adversarios, porque el día a día les otorga cada vez nuevos enfados. Ese es un obstáculo permanente para la búsqueda de consensos y en ello creo, preliminarmente, que las redes sociales no están ayudando. Empeoran la situación, trasladando también disputas del primer mundo entre progresistas y conservadores que tienen una evidente intención política.
Sin embargo, la Honduras de mi obra literaria no es la actual. Podría decir que en el primero y segundo libro hay un recorrido desde los 90 hasta el golpe de Estado, puesto que yo salgo del país un par de años después, aunque acudiendo a diversos recursos hay regresiones a otros tiempos pasados. En el tercero hay un regreso a la Honduras de mediados del siglo anterior, tratando de recrear acontecimientos que me inspiran la correspondencia oficial y personal que me ha sido heredada. Entrelazado con estos tiempos, trato de imaginarme una Centroamérica en el cercano futuro que sirve de hilo conductor.
Una buena parte de la trilogía se basa en cuentos escritos cuando vivía en Honduras que de improviso al releerlos me doy cuenta de que siguen una línea discursiva común, con personajes que se repiten y acontecimientos que se enlazan unos con otros. Durante la pandemia empiezo a afinar su coherencia y de repente a crear nuevas historias, todas enlazadas ¿Es una novela? Coincido en que sí, pero mi intención no es encasillarme en un género. No estoy inventando el agua caliente. Otros autores ya lo han hecho, pero como yo no lo sabía o no lo recordaba, hace que mí proceso tenga tonalidades particulares. La ignorancia puede otorgar originalidad también. Simplemente me pareció una forma natural de contar historias, con libertad del género que quieras usar. Es por eso por lo que predomina la narrativa, pero también se mezclan, ensayos, noticias, la poesía y la prosa poética, pero siempre con una intencionalidad discursiva. Pretendo que sea posible seguir una misma historia en los tres libros y otra historia central en cada uno de ellos, y a su vez diversas ramificaciones internas, de las cuales ya me he empezado a imaginar nuevas historias que no he tenido el tiempo de producir.
¿Puedo seguir escribiendo sobre Honduras? Sí y no. Es decir, tal como sucede en mi libro creo que me será bastante difícil escribir sólo de Honduras sin mencionar a Canadá. En formato literario o periodístico me es posible compartir experiencias aprendidas en estas tierras mostrando nuevas posibles rutas.
Porque, por ejemplo, cuántos en Centroamérica interiorizan que en Québec tuvieron una Revolución Tranquila, que la estructura de poder cambió totalmente con apenas unos cuantos tiros y mucho antes de eso, que es posible que los peores enemigos, hablando diferentes idiomas y con distintas religiones, se pongan de acuerdo para formar un país.
Antes de venir aquí yo no tenía ni idea de esto con la profundidad debida. Son lecciones importantes para sociedades propensas a la convulsión social como Honduras y Centroamérica en general, que con el mismo idioma y la misma religión, es un reto permanente ponerse de acuerdo en cualquier cosa.
En esto de la migración, con los compañeros migrantes siempre nos preguntamos, ¿nuestros países han cambiado o nosotros somos ahora distintos? Puede que ambas cosas.
Montreal, Canadá, julio de 2023.
2 comentarios en “Juan Pablo Carías Chaverri, hijo de tigre”
Me encantó la entrevista a mi gran amigo y parte de nuestra familia en Canada Juan Pablo Carias Chaverri. Espero poder leer esa trilogía pronto.
Buenísima entrevista, me encantó, preguntas y respuestas profundas e inteligentes.