Los dolores desatendidos del pueblo tolupán 

Los indígenas tolupanes que habitan las montañas de Yoro, recorren grandes distancias para acceder a servicios básicos de salud, que es una de las deudas que tiene el Estado con este pueblo originario. Al llegar al centro asistencial, no importa cuál sea la dolencia, solo hay acetaminofén para darles.

Texto: Allan Bu
Fotos: Amílcar Izaguirre

Karla Patricia Soto se levantó a las 4:00am el sábado 29 de abril. A ella y a sus tres hijos les esperaba un largo y polvoso camino que contornea las faldas de una de las montañas del departamento de Yoro, al norte de Honduras. Karla vive en una aldea llamada El Palmar, pero ese día su destino estaba a dos horas de ahí, en otro lugar llamado Piedra Gorda, donde se desarrolló una brigada médica llevada por el Club Rotario Valle de Sula. Para ella, su familia y vecinos, esta era una oportunidad casi única de recibir atención en medicina general, odontología y ginecología.

Ese día, cientos de personas, al igual que Karla, se presentaron a la brigada médica con el ánimo de recibir medicina o que una pieza dental que les causaba molestia fuese retirada. El 80% de las personas que asistieron a la convocatoria eran parte del pueblo Tolupán, que al igual que otros pueblos indígenas han sido abandonados por el Estado que debe tutelar sus derechos y salvaguardar su cultura.

El acceso a los servicios de salud es una de las innumerables necesidades que tienen las tribus del pueblo indígena Tolupán, que se ubican en seis municipios de Yoro y en dos de Francisco Morazán. La tribu a la que pertenece Karla Patricia está ubicada en una región llamada Locomapa, en el departamento de Yoro.

El día de la brigada, más de 1,200 pacientes entre adultos y niños fueron atendidos.
Hubo que recorrer más de cinco horas en un viejo autobús para que unos 20 profesionales de la salud brindaran atención médica a Karla y a otros cientos de indígenas, algunos de los cuales habían caminado hasta cinco horas para asistir a lo que parece ser una de las pocas oportunidades que tienen de hablar con un médico y obtener medicamentos.

«Mire, yo tengo dolor de cuerpo, dolor de cabeza, dolor de colon y muchas enfermedades más», dijo Karla al preguntarle qué la ha llevado a buscar atención médica tan lejos de su casa. Agregó que «gracias a Dios y a la brigada» consiguió medicamentos para ella y los tres niños que la acompañan.

Una de las doctoras voluntarias de la brigada nos dijo que la mayoría de la gente que asiste a las mismas no tiene ninguna enfermedad, al menos en el momento en que son revisados, pero estas poblaciones prácticamente abandonadas a su suerte por cada gobierno de turno ven una oportunidad en la brigada de prepararse para el futuro cuando probablemente sí haya una enfermedad que curar, «solo el 15% está enfermo», dijo la doctora.

A Karla, en otras ocasiones le ha tocado caminar hasta tres horas, buscando atención médica y ha regresado sin nada. «Es difícil venir de largo y a veces no conseguir medicina porque ya nos ha tocado venir por gusto. En el centro de Salud ya ha pasado que cuesta que nos atiendan y usted sabe que venir desde donde venimos es difícil, pero hoy gracias a Dios que venimos y nos dieron suficiente medicina», dijo.

Además contó que ya le ha pasado que después de caminar o pagar 175 lempiras a un motociclista para que la trasladen al Centro de Salud que está en la aldea Ocotal, le han negado la atención médica por llegar tarde, sin tomar en cuenta que ese centro asistencial está a unas tres horas de su casa y, por supuesto, no hay transporte público, «lo primero que nos dicen es “quien no haya venido temprano no lo vamos a atender” y atienden a los de cerca y dejan los de largo por último y uno llega tarde por la distancia».

Karla relató que en una ocasión llegó con uno de sus hijos muy golpeado a buscar ayuda al centro de salud, pero no fue atendido porque llegó a las 11:00 am y la enfermera le dijo que era muy tarde. Le dieron como opción visitar el Hospital de Yoro, cabecera departamental, que se encuentra a unas cinco horas de su casa porque en una buena parte del recorrido no hay transporte público. El costo del autobús es de 160 lempiras (ida y vuelta), pero este sale dos veces al día y quienes viajan tienen el peligro de quedarse en Yoro o en otro lugar. Ella les dijo que no tenía dinero y por eso buscaba el centro de salud, «no tengo recursos y soy humilde, pero los hubiera tirado por la radio [poner la denuncia] para que escuchen en las informaciones cómo se portan ustedes», les dijo Karla a las enfermeras. Al final regresó con su hijo y tuvo que hacer una curación casera.

Durante la administración de Xiomara Castro, el país ha estado en medio de constantes reclamos del gremio médico y denuncias de desabastecimiento de medicinas en los hospitales, aunque el ministro de Salud, José Manuel Mateu, aseguró en una entrevista para Televicentro que en algunos hospitales, el abastecimiento de medicamentos es hasta del 70%. En esa misma ocasión, el funcionario habló sobre la construcción de ocho hospitales en lo queda del actual Gobierno. Ninguno de esos es para el departamento de Yoro, que ya cuenta con tres hospitales departamentales en El Progreso, en Olanchito y en Yoro, la cabecera departamental, que es el más cercano a las tribus tolupanes.

Es contradictorio que mientras el ministro de salud anuncia una licitación para la construcción de estos hospitales, a principios de mayo personal del Hospital del Tórax, una institución que trata enfermedades pulmonares ubicada en Tegucigalpa, protestó por la falta de insumos y medicamentos. La doctora Suyapa de Sosa contó a medios de comunicación que en lugar de algodón están utilizando toallas sanitarias y por esta razón el personal de salud convocó a una huelga. Esto sucede a minutos de distancia de los centros de poder en la Casa Presidencial y el Congreso Nacional, en la misma ciudad donde se encuentra el ministro de salud y la presidenta Xiomara Castro. De esto es lógico deducir que la ausencia de servicios de salud en la montaña donde vive Karla Patricia, a la que hay que llegar conduciendo unas tres horas en una carretera sin asfalto y en la que hay un centro de salud que atiende a más de 20 comunidades, son muchos más precarias que en la capital.

«En el centro de salud, es casualidad que haya medicamento, porque usted sabe que no todos tenemos las mismas enfermedades; yo de lo que más padezco es del cerebro, me pega unos piquetazos, he ido al centro y cuándo les digo que tengo de ese dolor, lo único que me dan es acetaminofén», contó Karla.

Karla Patricia y otras personas consultadas coincidieron en hace meses no todo era malo, que había un médico «especial», de esos dedicados por entero a su labor, que atendía a Karla y a sus tres niños y «no andaba distinguiendo». Pero en Locomapa también coexisten los otros males de Honduras y al buen doctor le robaron la motocicleta con la que llegaba a su trabajo todos los días. El vehículo fue recuperado, pero la atención médica en la aldea El Ocotal no se ha normalizado. A veces improvisaba un consultorio en la aldea Piedra Gorda donde atendía hasta 180 pacientes en una tarde.

Los tolupanes que viven en las 23 aldeas del sector de Locomapa se dedican a la producción de granos básicos como maíz y frijoles que siembran en las laderas de las montañas. En la foto, un grupo de tolupanes hace fila para reclamar los medicamentos recetados por los médicos voluntarios de Rotary International durante una brigada médica en Piedra Gorda. CC/Amilcar Izaguirre
Los tolupanes que viven en las 23 aldeas del sector de Locomapa se dedican a la producción de granos básicos como maíz y frijoles que siembran en las laderas de las montañas. En la foto, un grupo de tolupanes hace fila para reclamar los medicamentos recetados por los médicos voluntarios de Rotary International durante una brigada médica en Piedra Gorda. CC/Amilcar Izaguirre

Don José tiene casi 70 años. Lo vemos subiendo una pendiente apoyado por un largo madero. Sus dedos tienen poca movilidad y su piel es marchita. Es diabético y salió de su casa con el objetivo de conseguir medicina. Nos contó que su madre era tolupán y su padre era ladino, «por eso soy más alto», dice, en referencia a la estatura promedio de los tolupanes. Él vive en Piedra Gorda.

Una brigada médica como la que se realizó el sábado 29 de abril es una buena oportunidad para obtener medicina, pues en el centro de salud, que está a unos 40 minutos de la casa de don José, siempre le han ofrecido lo mismo: acetaminofén. Aunque recuerda que en una ocasión observó cómo el personal de salud tiraba medicina que se había vencido. Aseguró que los iba a denunciar, pero al final se arrepintió. Probablemente su reclamo se habría ahogado en las innumerables deudas que tiene este Gobierno y todos los anteriores.

La falta de acceso a la salud sexual y reproductiva y la violencia machista que impera en el país, hace que muchas jóvenes indígenas sean madres en la adolescencia. Yolany Medina, a sus 19 años es madre de tres hijos. Viajó con dos de sus tres hijos de la comunidad de Cabeza de Vaca hasta Piedra Gorda, en el sector de Locomapa, Yoro, en busca de atención medica.CC/Amilcar Izaguirre
La falta de acceso a la salud sexual y reproductiva y la violencia machista que impera en el país, hace que muchas jóvenes indígenas sean madres en la adolescencia. Yolany Medina, a sus 19 años es madre de tres hijos. Viajó con dos de sus tres hijos de la comunidad de Cabeza de Vaca hasta Piedra Gorda, en el sector de Locomapa, Yoro, en busca de atención medica.CC/Amilcar Izaguirre

A los 67 años, Romelia Romero caminó unas tres horas desde la aldea Mezcales, donde tiene su casa, hasta Piedra Gorda donde se desarrolló la brigada médica del Club Rotario. Romelia le contó a los doctores de al menos cuatro enfermedades para las que recibió medicamento.

Ese día obtuvo medicina para el dolor de cabeza y el dolor de espalda que de vez en cuando la aqueja, en otras ocasiones ha caminado cuatro horas y ha regresado a casa sin medicina. Romelia también asiste al centro de salud en la aldea El Ocotal, y aunque ha obtenido algo de medicina, nos contó que le han cobrado 15 lempiras por la consulta lo cual es mucho para una persona que tiene 67 años y que vive sola en una aldea perdida en una montaña de Yoro. «Se consigue medicina, pero hay que pagar, una vez me tocó pagar la consulta, 15 lempiras y después pagué el pasaje», dijo Romelia.

Doña Romelia está entre el 74% de la población de Honduras que vive en la pobreza, que por su condición solo puede acceder a servicios básicos como salud y educación a través del Estado, el cual ha hecho esfuerzos mínimos para atender estas necesidades por la indolencia de gobiernos corruptos e inoperantes.

Merary Soto, que no es familia de Karla Patricia, es una de las líderes tolupanes en la aldea Piedra Gorda Ella manifestó que, además de la ausencia de los servicios de salud, a la mayoría de los tolupanes le hace falta una vivienda digna que, muy tristemente, en el país no es problema únicamente de este pueblo indígena. De acuerdo con un estudio realizado en el 2020 por Hábitat para la Humanidad, Honduras tenía una necesidad de 522 076 viviendas nuevas, mientras que 844,000 viviendas presentaban necesidades urgentes de mejoramiento. Pero ese cálculo fue realizado antes de las tormentas Eta y Iota, que destruyeron—según cifras oficiales— casi 10,000 viviendas.

El empleo es otro reto para los tolupanes. En El Ocotal, Piedra Gorda, Mezcales y otras comunidades aledañas, los hombres, cuando consiguen un jornal en el cultivo de maíz o frijol, reciben 150 lempiras como pago para cubrir las necesidades básicas de la familia. Merary también consideró que en su pueblo además hay un serio problema de alcoholismo entre sus hombres y entonces, aparte de alimento, «también compran medio litro de guaro y el resto lo llevan a la familia».

La temporada de cosecha de café hace que haya oportunidad de ganar dinero, pero solo dura unos tres meses y, según Merary, la operación se repite, mucha gasta parte de lo ganado en el alcohol, cuya ingesta hace que con frecuencia haya violencia doméstica. «Yo no sé qué se siente que le pongan la mano encima a uno, pero hay familias en las que el padre alcoholizado, no lleva cosas para alimentarse, pero sí las golpean», dijo.

La violencia de género es un mal enraizado en la idiosincrasia de un país patriarcal y dogmático y a este problema tampoco escapan los tolupanes, cuyo único problema está lejos de ser la búsqueda de atención médica en un centro de salud en el que alguno de ellos dicen que solo hay acetaminofén.

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