Días de fútbol

fútbol no hay partido machismo masculinidad tóxica

Texto: Jessica Sánchez
Fotografía: Archivo CC

Tengo una relación complicada con los días de fútbol y, por ende, con los domingos o cualquier día que se juegue partido. Puedo ver y escuchar expresiones de júbilo, que no puedo compartir. Es más, que detesto. Sé que he dicho antes que el fútbol es una de las expresiones más patriarcales de la historia, y lo confirmo. Es uno de los espacios de oda a la masculinidad tóxica, al macho alfa. Lo que no se sabe tal vez es qué hay detrás de esa teoría. Para mí los días de fútbol eran, en mi casa, días de silencio. Dentro y fuera: en el barrio. El día que se jugaba el partido, mi padre —que ponía el radio a todo volumen— sólo nos permitía, con suerte, respirar. Y por supuesto que en una casa de al menos tres niños eso era imposible, y así pagamos, con golpes y castigos, la irreverencia de hacer ruido. 

Mi madre se metía y también era castigada, o la mayoría de las veces era contra ella que arremetía, por no tenernos en silencio. Él tomaba y escuchaba el partido. Ya había roto dos televisores (con lo caro que eran en esos tiempos) por enojos de cualquier tipo. Así que, cuando el horror se aventaba sobre nosotros, no había nadie que nos defendiera. El barrio en silencio y concentrado en el partido, solo subía el volumen de sus televisores y fingía no escuchar, mientras las mujeres cocinaban. La posta de policía que quedaba a la vuelta, igual. Ni los puestos del mercado abrían esos días. Todo cerrado, todo en silencio. Luego del partido, mi padre se iba a su bar preferido para celebrar la victoria o llorar la derrota, para después llegar igual, más bebido a derrochar violencia. Eran días de amnesia, puesto que todo lo que hacía lo justificaba después con un: «No me acuerdo». Esos días, que solo se oía el «gooool» y el anuncio de las pilas Rayovac, eran días que odiaba; pero más, eran días que temía. 

Ahora que han asesinado a Keiry García, a una adolescente por los choques entre «barras» conformadas por hombres violentos, me pregunto cuánto de esa masculinidad tóxica y contenida en el espacio individual pasó a lo grupal. A ser el símbolo de la defensa de un equipo y, de paso, a demostrar cómo ser el más violento: demostrar ser capaz de morir y matar por tu equipo. El gran líder, el gran hombre. Sólo que ahora, capaz en un descuido, son de nuevo las mujeres, las niñas, quienes pagan. Justo en el Día de la Virgen de Suyapa, patrona de Honduras, otro día para nosotras de luto, otro día de silencio. 

A Keyri le gustaba el fútbol y, por lo que se ve, tenía un padre que la amaba. Sin embargo, hay que tener claro que estos no son nuestros equipos, son del patrón, diría Mario Mezapa; son por excelencia el escenario de la violencia y no preparados para la ternura, no para los niños y niñas, no para las mujeres. Merecemos tener días soleados, días de algarabía y gritos públicos, que nos son negados repetidamente. Por eso, necesitamos tanto trabajar una cultura que demande el cese de la violencia y la construcción de la paz. Necesitamos días nuestros, donde haya equipos femeninos o equipos de paz, equipos del pueblo. Días de bulla compartida, días de colores y fiesta, días de abrazos y de alegría, esos días diferentes que puedan al fin romper el dolor y todos los silencios.

Sobre
Hondureña-peruana. Licenciada en Letras con orientación en Literatura por la UNAH, con estudios de Maestría en Estudios Avanzados de Literatura Española e Hispanoamericana. Cuenta con una Especialización en Género y Efectividad de la Ayuda del ITC/ILO. Ha publicado los libros Antología de Narradoras Hondureñas (Letra Negra, 2005), Infinito Cercano (relatos, Letra Negra, 2010). Fue seleccionada por Sergio Ramírez y Goethe Institute como única mujer hondureña para la antología Un espejo roto: Antología del nuevo cuento centroamericano y del Caribe en el año 2014. Su obra ha sido traducida al inglés, alemán y francés.
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