Escándalo en la vía pública

drag queen honduras 2022


Texto: Daniel Fonseca
Fotografía: Fernando Destephen

Alexis Carrasco está esculpiendo a Gallery, su otro yo. Lo ha hecho por diez años y ya es un artesano experto de la agotadora y dolorosa labor de transformarse momentáneamente en mujer. Primero es la estructura: pechos, caderas y nalgas de goma espuma. Ese es el mármol en el que esculpe su obra. 

Se mira al espejo y evalúa el trabajo. Gotas de sudor le bajan por las sienes, arrastran el maquillaje, despegan las pestañas. El sonido de cinta adhesiva tipo industrial al arrancarse atraviesa los delgados muros de la habitación 405 del Hotel Guanacaste. El olor a sudor mezclado con Old Spice llena la habitación. Es un cuarto cálido, húmedo; dentro se podrían cosechar orquídeas, pero lo único que crece es el moho, que se cuela por las esquinas y se arrastra por las paredes. Hacen 30 grados, pero se sienten como 40.

Afuera, Tegucigalpa espera, también se transforma. La avenida Gutemberg queda iluminada únicamente por las luces de farolas y del tráfico, que proyectan sobre el pavimento sombras afiladas como dientes. Un grupo de trabajadores buscan saciar su hambre en pequeños puestos de comida callejera y algunos borrachos empiezan a quedarse dormidos en las aceras.

Es la primera vez que Alexis sale de México. Nació en Cuernavaca, «La ciudad de la eterna primavera» y ahí también nació Gallery. Un día quiso averiguar cómo era verse en el espejo con cabello largo y desde entonces, cada vez que tiene la oportunidad, Gallery renace en toda la gloria de sus pelucas de colores y vestidos de lentejuelas. 

Una reunión con sus amigos la llevó a una fiesta, una fiesta a un certamen de transformismo y desde entonces, de un certamen al otro. Ahora, se prepara para representar a su país en la primera edición del certamen Miss y Mister Universal, a celebrarse en Tegucigalpa, en el Hotel Excelsior, a unas cuadras del Hotel Guanacaste, donde está hospedado.

El evento lleva años postergándose. La pandemia retrasó tanto su programación que por un momento pareció que no se iba a volver a hacer. Pero ahora, tras años de espera, miles de kilómetros recorridos y una pesadilla aduanera intentando pasar un tocado de plumas de metro y medio, Gallery se prepara en su habitación para la gran final.

Pero la competencia no es lo que más importa, dice Alexis. Lo que importa es la emoción.

***

Entre la comunidad transformista no existe una sola opinión sobre qué es el transformismo. Mientras algunas personas lo consideran «hombres que se visten de mujeres», en la práctica es más que eso y en los escenarios lo que reina es la diversidad. Hay de todo un poco.

Los transformistas se apresuran en decir que su disciplina no es lo mismo que el drag, pero los límites son borrosos. No es lo mismo, dicen, pero a veces se parecen un montón y en el escenario cada quién sale a contar su versión de qué es transformismo . Puede que ahí esté su magia, ante el calor de los reflectores y el rugido de los aplausos las definiciones no importan tanto.

Pero, para un certamen se ocupa una rúbrica de qué tanto transformismo llevan los concursantes al escenario. Homar Reyes, uno de los jueces de la competencia, lo plantea de una manera que pretende disipar todas las dudas:

—En el transformismo no están «hormoneadas» —dice.

Es su forma de decir que los transformistas son hombres que se visten de mujeres. 

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Raelia Mazzut, transformista hondureño, se prepara para el certamen de transformismo Miss y Mister Universal en una habitación del Hotel Guanacaste, en Tegucigalpa. Foto CC/ Fernando Destephen

El Hotel Guanacaste solía ser un restaurante chino y, aunque cambió a dueños hondureños, aún conserva un par de elementos decorativos que delatan su origen. La recepción es pequeña y oscura, salvo el mostrador y un par de asientos, la única decoración que hay es un Confucio de madera y una figura de gato dorado con la pata levantada para invocar la buena fortuna. En cada piso, frente a las habitaciones de los huéspedes hay una manguera contra incendios: las instrucciones siguen estando en mandarín.

Como todos los restaurantes chinos del centro de Tegucigalpa que también son moteles y que se promocionan a sí mismos con la etiqueta de «Hotel» para verse más amigables, el Hotel Guanacaste se ha ganado su reputación. Quienes llegan a hospedarse no lo hacen por el confort de sus colchones, renovados con la llegada de su nueva administración, o por el café que ofrecen en la recepción, con el sabor lejano pero familiar de la salsa de soya.

En los cuartos, que van desde 350 a 550 lempiras la noche, se hospedan viajeros de áreas rurales buscando cita en el Hospital San Felipe o en la Embajada de Estados Unidos, que han esperado el suficiente tiempo y van a seguir esperando más; amantes que buscan un lugar privado para tener sus encuentros lejos de las miradas de esposas y esposos y también trabajadoras sexuales que pagan semanalmente dos mil lempiras para poder vivir ahí y dormir hasta las tres de la tarde, esquivando el hambre antes de la jornada.

La recepcionista es una mujer de piel bronceada que baja la voz al hablar de sus antiguos jefes. No juzga, no mira mal, no tiene memoria. Ofrece un saludo y una de esas sonrisas amables y cómplices de quien ya ha visto mucho. Cuando Alexis y el resto de concursantes del certamen bajan en tacones y lentejuelas en dirección al evento los despide con una sonrisa.

— Adiós, chicas.

Marian y Gallery, transformistas mexicanos, se maquillan para el certamen de transformismo. FotoCC/ Fernando Destephen.

Oriana, hospedada en la habitación 303, está familiarizada con hoteles como este. Para ella, a diferencia del resto de las concursantes que vienen de todas partes de Centroamérica y México, las calles del Centro ya son familiares. Quizá por eso es la más nerviosa. 

El atuendo que escogió para la categoría de vestido típico es el clásico que se utiliza el 15 de septiembre: tela blanca, de algodón y detalles azul marino. Es un vestido sencillo. Oriana y las demás participantes hondureñas no tienen los recursos para invertir en los grandes espectáculos que todas las demás concursantes tienen preparados. Mientras ellas, para esa sección del concurso se visten de figuras mitológicas, Oriana va de campesina.

La idea no parece desmotivarla. 

—¿Cuánto les cuesta un traje?

—Uy, unas le van a decir miles, yo voy al bulto y me armo un traje —asegura Oriana. Cuando no es Oriana se llama José.

Escogió su nombre en honor de Oriana Marzoli, una «chica reality» española con «una personalidad parecida a la suya. Una explosión de sentimientos».

Cuando era trabajadora sexual atendía a sus clientes en otro motel-restaurante chino no muy diferente a este, a solo unos minutos de aquí. A diferencia de tantas otras, decidió dedicarse al oficio «para probar», pero no es una experiencia que repetiría.

—La calle te atrapa, no es para todas. Pero yo ganaba bien. Lo más que llegué a recibir en una noche fueron 23 mil lempiras. Esa vez no tuvimos relaciones, el cliente sólo quería que lo acompañara toda la noche mientras se metía coca.

—¿Y a qué se dedicaba el cliente?

— Era general de la Policía Militar.

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Raelia Mazzut, transformista hondureño, se prueba un vestido antes del certamen. FotoCC/ Fernando Destephen.

Anthony Bonilla, maestro de ceremonias del Miss y Mister Universal, se encarga de toda la logística para que esta primera edición del certamen se desarrolle de la mejor manera. Tras varios días de eventos tiene la voz hecha añicos, solo se le escucha porque da instrucciones con un micrófono. Su figura es pequeña, lleva una calzoneta corta y la camisa negra con el logo del evento en letras doradas en una tipografía que cuesta leer. Hasta hace poco tenía la mitad del cuerpo paralizado por el estrés.

—¿Por qué hicieron el certamen en el Hotel Excelsior?

— Queríamos hacerlo en el Teatro Manuel Bonilla, pero no nos dieron el permiso. No es un evento «cultural», según ellos —dice.

El Teatro Manuel Bonilla se alza imponente en las calles del Centro, cerca de la Galería Nacional de Arte y el Museo de la Identidad Nacional como columnas de la «alta cultura» capitalina. Está cerrado casi todos los días del año. Cuando no, alberga presentaciones de ballet, conciertos de orquestas, de jazz fusión y eventos de la Secretaría de Arte, Cultura y Deporte a los que asisten, principalmente, los pocos que pueden permitirse ese tipo de entretenimiento.

De vez en cuando también hay teatro. A veces hasta es gratis. 

Pero eventos como un certamen de transformismo están relegados a bares y discotecas cuando no hay presupuesto, y en salones de hoteles como el Excélsior cuando sí.

—No hay apoyo —se queja—. Ni por parte de los bares, ni por parte del Gobierno para que yo pueda decir «Yo puedo vivir como transformista, yo puedo vivir como animador haciendo mi arte» porque no lo pagan, no lo apoyan. Creen que esto es como «¡Ah, le gusta hacerlo y ya!» No pues. Esto también lleva plata. Hace mucho [tiempo] atrás era más apoyado por las discotecas, porque nos prestaban el espacio para poderlo desenvolver y darnos a conocer como transformistas.

Pero ya no.

Antes de la pandemia había seis o siete eventos de transformismo al año solo en Tegucigalpa. Aunque no aparezcan en los libros de historia, las calles de la capital guardan la memoria de cientos de eventos, públicos y privados, de la comunidad. Algunos tan viejos que todavía no habían descubierto los términos LGBTIQ+ y todo se catalogaba bajo la categoría de «gay» o «travesti», entre otros términos menos amables.

La época dorada del dragshow capitalino se vivió durante la década de los ochenta y principio de los noventa, cuando toda una generación que aprendió a evadir a los militares salió por primera vez a la calle en un país con pretensiones democráticas, solo que en ese tiempo a quienes tenían que evadir era a la policía.

De pronto, la clandestinidad, que era la forma de vida para todos, se volvió una válvula de escape para explorar la carne propia, sus límites y posibilidades y terminó por crear un microcosmos sexual y político, levantado sobre tacones y pelucas, pechos falsos, plumas, lentejuelas y todo.

Los eventos se desarrollaban en cualquier espacio donde no llegara la policía a hacer arrestos por indecencia o por prostitución, usualmente en bares y discotecas a los que se entraba con membresías exclusivas para los clientes de confianza. En aquel entonces, el solo hecho de salir a la calle le puso una diana en la espalda a toda la comunidad LGBTIQ+ de la ciudad y las violaciones a derechos humanos eran la norma. 

No es que ahora la situación haya mejorado. En 2014, el Foro Nacional de Sida, la Asociación LGTBI Arcoíris, la Colectiva Amazonas y Progressio/Latina presentaron un informe que señalaba a la policía hondureña como «el principal agresor y violador de los derechos humanos contra la comunidad LGTBI+» y ha existido una vulnerabilidad especial contra las mujeres trans y quienes viven con una expresión de género diferente.

En ese sentido, Vicky Hernández, una trabajadora sexual trans asesinada por los militares en la noche del golpe de estado en 2009 ha sido el ejemplo principal del trato que las fuerzas de seguridad pública le han dado a la comunidad en el nuevo milenio. 

Desde su asesinato hasta 2022, 397 personas gays, lesbianas, bisexuales o trans han sido víctimas de muertes violentas. La Corte Interamericana de Derechos Humanos encontró al Estado de Honduras culpable de la muerte de Vicky y como una de las medidas reparatorias, Honduras tiene que implementar leyes y protocolos que protejan a las personas LGBTIQ+ hondureñas, como una ley de la identidad de género que les permita a las personas trans un documento de identidad que reconozca el nombre que escogieron. Aún no pasa. 

Para el momento de esta resolución, la mayoría de los misters, las misses y las showgirls de la vieja Tegucigalpa ya no vivían en la ciudad.

A una parte la mató el SIDA, a otra el Estado. Los demás migraron.

Con su ausencia, los espacios que una vez reclamó la comunidad fueron cerrando, primero poco a poco y luego de golpe. A principios de la década de 2020, los certámenes de transformismo se realizaban únicamente en la discoteca Imperio Dubái, que colapsó por las tormentas en mayo de 2022. Ahí mismo, en 2019, la Policía Nacional detuvo a siete personas por «escándalo en la vía pública», luego de casi asfixiar a los presentes con gas lacrimógeno.

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Marian durante su presentación con traje tradicional en el certamen de transformismo, en un salón del Hotel Excélsior de Tegucigalpa, Honduras. FotoCC/ Fernando Destephen.

El segundo paso en la transformación son las texturas. Diez pares de medias abrazan la carne, la aprietan hasta casi —casi— cortar la circulación y dejan unas pantorrillas lisas y suaves.

—Siempre en las caricaturas me llamaba la atención el personaje femenino. El que tenía el pelo largo o algo que tuviera un toque más femenino que los demás. De chiquito nunca me sentí diferente — cuenta Alexis.

Alexis empieza a maquillarse, intentando aprovechar la poca luz que queda en la habitación. Tras mucha deliberación, se decidió por un vestido amarillo para llegar al evento. En cuanto llegue se lo va a cambiar.

—¿Y el transformismo?

—Una ventana más para la discriminación.

Transformistas mientras recorren Tegucigalpa en dirección al Hotel Excélsior. FotoCC/ Fernando Destephen

Lo último es la altura. Con los tacones llega casi a los dos metros de altura, con ellos pretende desfilar y bailar toda la noche, también recorrer las calles de Tegucigalpa. La gran final, se lleva a cabo en el salón principal, a la par de una reunión de las Ecuménicas por el derecho a decidir, una organización que, sorprendentemente, aborda el feminismo y la diversidad sexual desde la teología. 

Aunque no gane, Alexis no se transforma por los premios. Su recompensa, desde siempre, han sido las miradas incrédulas, los susurros diciendo «No manches ¿es Alexis?». Y ahora, conocer Honduras y caminar en sus calles. Eso vale el esfuerzo, la presión de las medias, la comezón de la peluca, la incomodidad de los tacones. Tras diez años, el transformismo se ha vuelto una parte inseparable de quién él es. No una manera de convertirse en alguien más, sino de expresarse con total libertad. 

Sale del hotel en dirección al evento, los transeúntes giran el cuello en ángulos incómodos solo para ver. Algunos le gritan, otros silban. Todas las miradas sobre ella. Gallery no conoce la ciudad, pero la experiencia es familiar. 

—¿No te preocupa que te pase algo en la calle?

—No. —dice— Me preocupa más el calor. 

Las sombras, ahora más densas, se tragan los destellos de su vestido. Gallery avanza hacia la oscuridad y se pierde en ella.

Sobre
Periodista y creador audiovisual. Realizó sus estudios en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras. Interesando en el cine y las historias como fuerza transformativa.
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3 comentarios en “Escándalo en la vía pública”

  1. Buenísimo¡¡
    El periodismo hondureño, debe apostar mas a los reportajes, que es un formato maravilloso para narrar la realidad.
    Enhorabuena¡¡

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