Texto: Jasson Abdiel
Ilustración: Naji Chalhoub
Me puse los anteojos, parecía como si ningún día hubiera pasado. La lluvia era un invento de un señor que camina por la peatonal.
–Han sido muchos los muertos –pensé al ver por la ventana. ¿Cuántos hoy?
Se había decretado en asamblea extraordinaria que, a partir del momento, enfermarse sería penado, al igual que tener hambre o sentir frío. Quien insinuara que padecía de algo, sería sacado a la fuerza de su casa y jamás se le volvería a ver. Hubo algunas pocas manifestaciones en contra, pero la gente se cansó pronto y las llamas cesaron.
–Olvidan rápido –me dije.
A los pocos días, se dijo en las noticias que el presidente había decidido derribar el hospital; los enfermos aún estaban adentro, pero nadie se opuso, el presidente sabe lo que hace, comenzaban a justificar. Los familiares fueron avisados y se organizó la misa. Durante el funeral, se podían observar entre los escombros brazos, piernas, retazos de ropa y un mar de sangre rodeado por cinta amarilla. La gente ponía velas donde podía, buscando sin éxito los rostros de sus fallecidos. El presidente sabe lo que hace, decían con pesar y lágrimas. En un par de horas, se apagaron las luces, la gente se fue y todo siguió.
El presidente sabe lo que hace, repetían también los niños al terminar su rezo antes de dormir. Aquellas palabras estaban en los postes de luz, en los muros de las casas y en el lema de la escuela militar, la única del país. Con el tiempo, no se decía más que eso al hablar.
–¿El presidente sabe lo que hace? –preguntaba una señora al del mercado.
–El presidente sabe lo que hace –le respondía amablemente el señor, buscando una bolsa para meter las papas y los tomates.
Hoy la cifra de muertos ha sido la más alta en años. Apagué la televisión y la radio, fui a la ventana como acostumbraba y, sin darme cuenta, estaba en la calle; sentía el asfalto en las ojeras mientras corría huyendo de algo. Pedía que fuera un mal sueño y el sueño pedía que no fuera yo. Cuando perdí el aliento, aquello me alcanzó y me arrancó los brazos. Desperté. Todo parecía estar en su lugar.
Al día siguiente todos recibieron un mensaje que les decía que asesinaran al presidente. Confundida, la gente salió a las calles, se encontraron en las plazas y hablaron un momento. Me sentí feliz al verlos desde mi despacho. Por fin habría paz; sin embargo, no tan lejos, se oyó un estrépito. En medio de gritos, todos estaban chocando contra las paredes de la iglesia. No entendía lo que sucedía.
Minutos después, el suelo se agitó y miré cómo una horda empapada de sangre se acercaba rápidamente. Tomé mis cosas como pude y bajé las escaleras. La puerta se miraba tan lejos. Un escalofrío me caminó por la espalda.
Tocaron el timbre.
El presidente sabe lo que hace, se decían, aunque el presidente llevara tres meses desaparecido.