El planeo de la lombriz

Texto: Julissa Briceño
Ilustración: Pixabay

En medio de la oscuridad y humedad del suelo, una lombriz recorría sus túneles. En ellos, por momentos se encontraba a otras amigas lombrices y entre ellas hacían caminos. La vida para las lombrices consistía en moverse, comer hojas secas en descomposición, abrir cavidades en forma de U, reproducirse y morir.

Entre la simplicidad y tranquilidad de su vida, cuando salían a la superficie, pájaros, ratas, sapos, hormigas y ciempiés las esperaban como manjar. En un inesperado capricho, la pequeña lombriz decidió salir a la superficie en plena luz del sol. El desenlace de esta aventura ya se podía prever.

A pesar de los tantos enemigos que le esperaban, la curiosidad le era mayor. Además, pensó que sus amigas estaban ciegas, así que no notarían su ausencia; o, incluso pensó que quién sabe si estas mismas ya habían partido semanas o meses antes, y ella, que también era ciega, no se habría dado cuenta. Lo único que podía ser de ella, su única seguridad, eran sus recuerdos y lo que experimentaba con su cuerpo.

Al salir, le rozó el calor del sol, los sonidos a su alrededor y el césped fresco. También se rozó con un ciempiés, el cual de una la enrolló. Pero con un pequeño esfuerzo, la lombriz logró zafarse de ese ciempiés. A pesar de ello, la lombriz quiso seguir recorriendo ese terreno. Donde luego, a la orilla de una pequeña posa, un sapo saltó y con un voraz lengüetazo casi la atrapa pero por un centímetro la lombriz, otra vez, se salvó. Buscó esconderse en una pequeña cueva, pero para su sorpresa una rata bastante ágil la acorraló. De esta pensó que no se salvaría, sin embargo, logró escabullirse con una cicatriz en su abdomen. Ya cansada, la lombriz reflexionó que esta aventura no era nada divertida, había muchos riesgos para ella.

En ese momento, la lombriz decidió volver a donde estaban sus amigas, donde estaba su alimento y donde podía continuar con su vida. Pero justo cuando llegaba a ello, un ave le vió y la atrapó, la hizo volar altísimo, sintió la velocidad, el viento y sintió el descontrol de la situación más tiempo de lo que había experimentado. En eso, la escurridiza lombriz se deslizó del pico del ave y ésta, al sentir que perdía su alimento, la presionó. Una mitad de la lombriz entró por la garganta del ave, y la otra cayó desde las alturas.

Para su fortuna, la parte donde estaba su cabeza fue la que sobrevivió. 

Con su cuerpo destruido, pero con sus ideas claras, la lombriz logró excavar la tierra, esconderse debajo del suelo y, en unos días, volvió a crecer parte de su cuerpo y todo volvió a su normalidad. Lo único que la afligía, día y noche, a pesar de haber sobrevivido, es que, entre todo lo vivido, ninguna de sus amigas le creería. Mucho menos, pensaba, le creerían que ella había podido volar.

Sobre
Julissa Briceño Andino tiene 30 años, es ingeniera ambiental de profesión, activista ambiental y animalista por convicción. Ama la música, el cine y todo lo que fomenta la cultura. También disfruta visitar las montañas y admirar paisajes. Se define como una hondureña agradecida por las bondades de la vida y triste por sus injusticias, como una persona soñadora, curiosa y, finalmente, como una tímida escritora.
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