Por Vita Randazzo
Durante todo el año, Rocío ha contado los días y los pasos que la separan del horizonte marino. Una semana antes, sus pies casi pueden sentir la arena blanca y esa marca en la playa que dejarán previo al clavado final entre las olas.
Pero este viaje será distinto, lo presiente. Cada vez que la Luna empieza a crecer en la bóveda celeste, su madre suma conchitas marinas a un collar que ha ido creciendo con los años. Mes a mes, esta joya ha ido tomando un nuevo lugar en el altar al cual se suman las ofrendas, inciensos y velas. También Rocío ha descubierto que los baños de Luna que ocasionalmente hacía junto a su madre han tomado un ritmo y una constancia nueva, sumándose a las danzas cotidianas.
Su madre, incluso, ha preparado un festín para despedirse de casa antes de iniciar el viaje hacia el mar. La ha visto preparar invitaciones traslúcidas, con figuras y tonos oceánicos donde firma junto a un RSVP obligatorio. Aunque a Rocío le encanta el francés, realmente no estaba habituada a este tipo de protocolos, así que consultó en su buscador de internet y descubrió que tenía que reconfirmar la que ella había recibido.
La noche previa a la celebración, vio llegar desde lejos y desde cerca a las mujeres que han sido parte de su vida: su Omi, abuelita y niña eterna; Las Js, madres e hijas, familias alternas que la reciben cada vez que su madre necesita una mano; hadas medicina y amorosas amigas del alma; su Angela de la guardia, hija de Yemayá que desde que estaba en la pancita de su madre, le fue guardando sus primeros tesoros marinos; las tres mosqueteras, amigas divertidas y sus peques nadadores; R, la sabia de todos los tiempos, que siempre mide el hasta dónde y hasta cuándo. Llegaron todas, muy solemnes y emocionadas.
Su madre llenó de lucecitas el amplio y frondoso jardín, hasta su perro-lobo Bruno y sus tres mininos ninja, bajaron sus ritmos y protagonismos para dar espacio a que Rocío fuera el centro de todas las miradas y sentires.
Esa noche, la Luna se lució como la absoluta reina de los cielos y de entre las ramas de las plantitas y arbustos, comenzaron a danzar las luciérnagas, tiritando, mientras el compartir de sabores, olores, cantos, palabras y abrazos flotaba por los aires.
La Omi trajo además un hermoso tejido rojo intenso, hecho de miles de retazos, que fue soltando tal cual alfombra que conducía a un hermoso rincón del jardín. Rocío entendió que ese espacio le pertenecía y entonces miles de mariposas revolotearon por su vientre, sincronizando con la llegada de su primera Luna.
Todas y cada una de las invitadas brillaban de alegría al verla atravesar ese camino escarlata para sentarse como una flor abierta a la vida. Fue una danza hermosa donde fluyó como un río carmesí su sagrado femenino por vez primera.
Con el amanecer, entre las amorosas despedidas, Rocío se sintió plena y llena de vidas: pasadas, presentes y por venir. Esa tarde sus pies tocarían la arena y esa noche, junto a su madre, vería la danza de las estrellas rodeando su vientre, flotando entre las olas, arrullándola para siempre.
4 comentarios en “La danza del vientre”
Hermoso mi querida Vita. Muchas felicidades el primero de muchos😎
Hermoso relato Vita. Mis felicitaciones
Bellísimo hermosa! Vita felicidades tienes un talento maravilloso!!❤️
Que placer querida Vita!!! Sigue fluyendo a través de la escritura, tu magia, tu Ser. ♥️