Por Teddy Baca
En nuestra sociedad y en el mundo entero abundan ejemplos sobre familias disfuncionales. En muchos medios de comunicación, sobre todo en shows de noticias, se habla de casos de violencia doméstica e infantil, sin embargo, estas situaciones se idealizan desde una perspectiva que apela a la religiosidad y hace ver a estas prácticas como algo divino o sagrado. El objetivo de este artículo no es demeritar a las familias o negar su existencia, sino hacer crítica a la sobrevaloración, a los conceptos equivocados y a su uso para atacar a las personas Lgtbiq+, sobre todo cuando se hace propaganda política.
Hace dos semanas, en el medio hondureño HCH observé a David Chávez (actual diputado y candidato a alcalde del Partido Nacional) siendo entrevistado con relación a lo que pensaba sobre el matrimonio igualitario (tema que se discutió como supuesta propuesta del Partido Libre) y la educación sexual en escuelas. Ante la interrogante, Chávez, respondió que no quería que sus hijos tuvieran que ver a hombres besándose o casándose. Al expresar estas palabras, el diputado parece ignorar que todos tenemos derecho a demostrar afecto en la vía pública, y peor aún, manifiesta el rechazo que sería capaz de sentir si uno de sus hijos resultase ser Lgtbiq+.
Además de Chávez y el Partido Nacional en general, otros candidatos como Romeo Vásquez y Yani Rosenthal usan «La defensa por la familia» como eslogan en sus campañas, lo que no es más que un eufemismo para atacar los derechos civiles de la diversidad sexual. Pocos saben el verdadero significado de una familia, y a costa de ello se ha buscado excluir a quien no encaje en los patrones heterosexistas y cisnormativos.
Primero, el término familia proviene de «famulus», que hace alusión al esclavismo y/o servidumbre, puesto que se refería a los individuos que eran propiedad de un jefe. Desde ese punto ya observamos un problema: la explotación. Se cree que la iglesia resignificó este término, pero creo que no lo logró completamente. En la Biblia se mencionan ejemplos de hombres con esposas obtenidas a través de acuerdos con sus padres, siervas con las que tenían hijos (caso de Jacob) y centuriones con sirvientes que usualmente también eran sus amantes.
Las cosas han cambiado en cuanto a definición refiere, pero muchos de los postulados se disfrazaron en los valores que los fundamentalistas promueven hoy en día: un jefe (padre), se une a una mujer (madre) y tiene «de propiedad» a otros individuos (hijos).
Ahora para aclarar, si bien es cierto los hijos requieren tutela hasta la adultez, esto no significa que los padres pueden hacer con ellos lo que quieran, el maltrato infantil se gestó durante mucho tiempo bajo esta idea. Conozco a varios adultos que creen que Dios les dio alguna autoridad para golpearlos o controlar sus vidas, esto es erróneo y repercute en su salud física y mental.
Por otro lado, las relaciones sanas de pareja no se deben fundamentar en jerarquías, por mucho tiempo las mujeres fueron obligadas a obedecer ciegamente a sus maridos y recluir su participación al ámbito doméstico, todavía esto sucede en varios hogares. Desde luego, este postulado es y siempre ha sido defectuoso, la diferencia consiste en que antes la iglesia satanizaba el divorcio y a las madres solteras, por eso es que los matrimonios «sí duraban antes».
Si las personas tuvieran la oportunidad de elegir entre una familia emparentada por la sangre, pero hostil, y otra familia cuyos lazos no son sanguíneos, pero existe apoyo y comprensión, tengo la seguridad de que la mayoría elegiría la segunda. Pese a ello, los partidos políticos y la iglesia fundamentalista (con quienes hace clientelismo) dicen, sin dudas, que la primera es familia y la segunda no. ¿Entonces algo tan sagrado se define por su estructura y no por la calidad de sus relaciones?
Cada vez que las personas Lgtbiq+ pedimos poder casarnos, adoptar hijos o tener un reconocimiento social en los medios de comunicación, en el cine, la literatura, etcétera, como lo hacen los heterosexuales, se nos acusa de «corromper a la familia y los valores», cuando en primer lugar, ese término nunca fue perfecto, ni en su origen esclavista ni en el posmoderno.
Hay familias que pese a los desacuerdos, aprenden a tener una comunicación sana, donde hay apoyo y se respetan los límites acordados, donde los hijos son criados con respeto, esto, por supuesto, requiere de un trabajo arduo de colaboración, madurez, incluso de deconstrucción. Pero no es el punto, esos casos no constituyen la mayoría y no deberían ser usados para atacar a la diversidad sexual. La heterosexualidad no es ni debe ser la condición para tener familia.
Mantener algo disfuncional (la familia «tradicional») es parte del problema, y negar a las personas estos vínculos solo porque no cumplen los postulados de la iglesia fundamentalista me parece egoísta y poco realista. No hablo de casos aislados, en Honduras hay miles de llamadas por denuncias de violencia doméstica al año, varios casos de abandono y maltrato infantil, una cultura que promueve la infidelidad masculina heterosexual y un sistema de justicia que niega en muchos casos la evidente violencia que reciben las mujeres a manos de sus exparejas.
¿Por qué las iglesias no se enfocan en solucionar esos problemas en lugar de negar el derecho a conformar una familia a personas Lgtbiq+? La respuesta es fácil, porque es parte de su dogma, el mismo que establece las jerarquías y desigualdades que normalizan estas situaciones. Las alegorías de los hombres como «cabezas de la mujer» y del uso de la «vara» como buena crianza son ejemplos de ello.
Si la familia como constructo busca sobrevivir, debe en primer lugar resignificar sus relaciones y estructuras, lo que sucede cuando los medios de comunicación y los Estados aceptan las falencias y las modifican, y finalmente, reconocen a la diversidad de ellas.
Se hace uso de la frase: «No existe manual de padres» cuando se cometen errores de paternidad, pero lo que no nos dicen es que eso sucede porque nos han enseñado un modelo de familia que simplemente no es sano.
Considero que hay parejas heterosexuales funcionales y con sistema de crianza razonable, y eso sucede también con parejas homosexuales, la prohibición que actualmente el Estado de Honduras tiene contra el matrimonio igualitario y adopción homoparental está basado en doctrina fundamentalista, no en derechos ni en ciencia como lo quieren hacer ver en campañas y redes sociales.
Y no solo es un problema para los adultos, la niñez Lgtbiq+ también es víctima de esto, ya que la misma doctrina insta a los padres de familia a rechazarlos o «hacerlos sentir que deben cambiar». Esto es apenas la punta del iceberg, el maltrato infantil de origen homofóbico, bifóbico y transfóbico proviene primariamente de estos modelos de familia. Mientras la definición de la familia se preste a la desigualdad y la discriminación, seguirá siendo defectuosa. Las personas Lgtbiq+ merecemos tener vínculos de apoyo reconocidos, es parte de nuestra dignidad.
1 comentario en “El Mito de la Familia”
Excelente visión del panorama y la problemática que enfrenta la sociedad. Cuánto más felices seríamos si se diera lugar al menos a la consideración de modelos de familia más amplios…