Por Omar Cruz
Los sueños de Sandra solían ser bastante extraños, a veces soñaba que un hombre en plena carretera se mutilaba la yugular, otras veces que frente a una catedral, una mujer se trozaba la garganta, pero, entre todos, tenía un sueño muy peculiar y este consistía en que ella se arrancaba pedazos de piel con sus dientes y luego se cortaba cada uno de sus dedos. Al final de cada sueño, una quimera siempre aparecía, como una representación de su desesperación en aquellos sueños.
Sandra era una joven que vivía sola en el campo y se dedicaba a la apicultura, ya que sus padres habían muerto hace un par de años, la joven también era amante de las diferentes bellezas de la naturaleza. En ella existía una condición extraña, los doctores le decían «la colmena humana», ya que necesitaba de ciertos insectos y parásitos —que habitaban en su interior— para poder sobrevivir, a pesar de eso no se deprimía y seguía adelante. En el negocio de la apicultura siempre sobresalía, había ganado un par de concursos y exposiciones sobre productos elaborados con miel. Algunos de los que estaban en el rubro le empezaron a guardar un poco de recelo porque sus productos eran de lo mejor, y por lo general los enviaba a varios países de América, algunos de Asia y también de Europa, la chica se había hecho un nombre resplandeciente en su labor y no pensaba dejar de brillar.
Un sábado por la mañana algunos de sus detractores decidieron ir a su casa, llevarse todo lo que tenía y de ser necesario matarla, ya que según ellos, se estaba quedando con el crédito y también con la mayoría de las ganancias, y no lo podían seguir permitiendo. Los hombres se pasaron la tarde planeando la emboscada y concluyeron que la hora perfecta sería de noche, ya que sabían que la joven vivía sola y contra un grupo armado de bandidos difícilmente se podría defender.
Mientras eso sucedía Sandra seguía en su granja cultivando sus productos. Precisamente ese día tenía que estar casi toda la noche en la cabaña, ya que el pronóstico del tiempo anunciaba que una tormenta eléctrica caería, y eso podría espantar a sus abejas o quizá dañar sus panales. La hora de la lluvia estaba pactada para comenzar a las siete de la noche, así que decidió anticiparse a ello y estar cerca de sus animales. Los hombres, mientras tanto, iban en camino, ya habían tomado una decisión y no pensaban retractarse, ese día acabarían con la vida de aquella muchacha y sus abejas a como diera lugar. El viaje para ellos fue corto, en la zona donde habitaba Sandra era fácil de llegar, así que no tuvieron mucho problema y lo que ahora les faltaba era esperar que anocheciera un poco más para proceder con su macabro plan.
Los pronosticadores del tiempo no se equivocaron, la tormenta empezó a caer a las siete de la noche. Los hombres también sabían que esa noche llovería fuertemente, así que pensaron en aprovecharla para realizar el asesinato. Había caído media hora de lluvia, Sandra esperaba en una cabaña cerca de su granja, mientras la lluvia seguía fuertemente, y los rayos se hacían sentir. Aquel grupo de hombres decidió avanzar, en su mirada se notaba el retrato de la codicia, y la sed de acabar con la vida de la jóven apicultora.
Cuando el reloj marcaba las ocho en punto de la noche, seis disparos se oyeron cerca de la cabaña en donde estaba Sandra, aquel lugar también estaba en llamas, los hombres no solo querían acabar con ella, también con sus crías, y casi lo lograron por completo. A la mañana siguiente la policía fue avisada del hecho por unos clientes de Sandra que llegaron al lugar y la encontraron sin vida. Los oficiales fueron a revisar la escena del crimen, levantaron el cadáver y decidieron tomar algunas declaraciones.
La noticia impactó a la gente del pueblo, y se hizo eco en la ciudad, ya que Sandra —por su trabajo— era muy conocida en ambas zonas. Los doctores que la atendían y también algunos clientes, al no saber mucho de sus familiares, decidieron organizar un funeral digno de una persona tan noble como ella.
El día del entierro de Sandra sucedió un hecho impactante: cuando ya estaban dándole el último adiós y su cuerpo había descendido en el ataúd a la fosa, los insectos con los que ella cohabita en su cuerpo, salieron a la superficie y cubrieron el féretro por completo, creando con ello una lápida de escarabajos, bichos, y otro tipo de insectos. Los doctores fueron los menos sorprendidos ya que tales seres estaban genéticamente alterados, y pensaron que era el homenaje que ellos estaban rindiendo, a la persona con la que habían convivido por casi veinticuatro años.
El inevitable paso del tiempo, fue enraizando aquel caso contra la apicultora, los agentes decidieron archivarlo todo, ya que no podían precisar quienes eran los culpables, jamás pudieron entender que Sandra tuviera enemigos y en la escena del crimen no dejaron rastro, no había prueba, las balas carecían de huellas, y los hombres tomaron las precauciones debidas.
Los hechos con los escarabajos y otro tipo de insectos no acabaron, y cinco meses después del asesinato de Sandra, seis hombres vinculados a la apicultura habían sido encontrados muertos en diferentes lugares, se sabía únicamente que vivían cerca de la casa en donde Sandra fue encontrada sin vida, pero lo curioso era el patrón de sus decesos, en cada escena se encontró insectos dentro del cuerpo de los fallecidos. Los doctores comentaron que al parecer habían sido atacados de manera salvaje por los insectos. Sin duda, este sería un caso para futuras investigaciones.
«Así que están escuchando las historias del oráculo T-636 mejor conocido como Sandra», comentó un señor de barba y lentes a un par de jóvenes que estaban viendo a través de una máquina que fue creada para recordar lo que le había pasado en años anteriores a la generación que vivía en esos tiempos oscuros. El señor prosiguió y les comentó a los jóvenes más información acerca del caso: «luego de que las autoridades declararan la investigación sobre la muerte de Sandra como un caso cerrado, los doctores pidieron autorización para sacar su cuerpo y realizar investigaciones científicas, consiguieron el permiso y al desenterrarla se dieron cuenta de que no se había descompuesto». En el año dos mil sesenta y cinco —por su nobleza y gran labor en el cuidado de las abejas—, Sandra fue elevada a la categoría de oráculo y utilizaron sus recuerdos para contar a través de su cuerpo modificado, cada uno de los pecados que el hombre cometía contra quienes cuidaban y amaban a las diferentes especies que habitan en la tierra.