Por Larissa Barahona
Hace seis años que no tomaba el camino de terracería, ese que se me hacía tan largo y peligroso por las curvas tan cerradas, podría decir que solo la pericia y osadía de los camioneros las hacen ver casi naturales. En esta ocasión, visitamos Lepaterique que en lenca significa Cerro del Tigre, aunque otros afirman que significa Montaña del Jaguar. Realicé este viaje por motivos de trabajo ya que estoy apoyando a la comunidad en asesoría y asistencia legal.
Previo a la visita con la comunidad, estuvimos en la radio comunitaria donde hicimos el llamado a la población en general para que no se perdiera esa oportunidad de asistencia médica, víveres, apoyos en general y asesoría legal. Me llamó mucho la atención que la comunidad respondió en el acto y se mostró muy interesada haciendo preguntas que tenían que ver con manutención, demandas de divorcio, separación de hecho y, por supuesto, los conflictos en la tenencia de la tierra (reflejo claro de la realidad nacional).
Llegó el día de la brigada y junto a mi equipo de trabajo nuevamente tomamos la carretera. A medida que nos adentrábamos yo me dediqué a apreciar la belleza y enormidad de los pinos, aunque pude darme cuenta también de que ya no son tan frondosos como en el pasado. Se nota cómo el gorgojo y los depredadores del bosque han hecho amargos estragos en los pulmones naturales de nuestro país. También pude observar que ahora hay pocos puestos de ventas de verduras y frutas, pues me comentaron que la mayoría de productos son llevados a las ciudades más pobladas, especialmente a Tegucigalpa y Comayagüela.
Mientras avanzabamos en el camino, la meseta nos iba revelando una comunidad escondida entre cerros y pinos, desde las alturas se podía apreciar dos crucifijos, el campanario y las diminutas casas de adobe pintadas con cal, tejas de barro, ventanas de madera y una que otra calle. Para nuestro asombro nos encontramos con una tranca, algo así como un peaje, aunque no supimos si se puso por la pandemia o por otra razón. Al pasar la tranca, las casas ya no se miraban tan diminutas, pero sí era notorio cómo también la modernidad se abrió paso en la lejana comunidad y algunas estructuras ya no conservaban las formas y materiales característicos.
Un dato curioso sobre los primeros pobladores de Lepaterique, es la teoría de que tras la invasión española algunos caciques enviaron emisarios en busca de fuerzas para ponerles resistencia (considerando una comarcas de pueblos), también recibieron a aquellos que prefirieron escapar antes de ser esclavos, ambos provenientes de la zona norte, sur y occidente de Honduras. La poca cronología histórica documentada hasta ahora, nos indica en forma indirecta rutas de descubrimiento por lo que hoy es Aguanqueterique, Curarén y Reitoca; y por la zona central desde Lamaní hasta Agalteca, lo que no descarta que hayan cruzado territorios como Malterique, Oropule y parte de Yerba Buena.
En la actualidad, el municipio de Lepaterique es la zona más alta del departamento de Francisco Morazán, se localiza en la parte sureste de la capital a unos 41 kilómetros sobre la carretera al Batallón que conduce a la aldea de Mateo, está situado en una extensa llanura rodeado de montañas. Su superficie territorial es de 498.8 kilómetros cuadrados, de los cuales 64.23 kilómetros cuadrados corresponden al casco urbano en donde también se incluye la cabecera municipal.
Lepaterique tiene una belleza natural peculiar, con un clima templado, muy agradable a mi gusto. El canto de las aves que se escuchan en la zona es realmente hermoso, como también lo es el murmullo del río que te recibe al cruzar un pequeño puente de piedra y que es el punto de encuentro para los amantes que desean no ser interceptados (nos fijamos en una joven pareja que iba frente a nosotros en motocicleta y que se dirigían a un escondido caminito que daba al río). Si el río hablara cuántas historias de amor contaría…
Me impresionó que ese pequeño río es cristalino, pero también me impactó el hecho de que en un lugar tan retirado también encuentras basura en el camino, detalle que no vi hace años, no entiendo cómo ahora se ha descuidado el ornato de esa comunidad y su trayecto.
Al llegar al pueblo, la gente identifica pronto de que no sos parte de la comunidad, pero muy amablemente te preguntan si venís de la ciudad y con ese acento que los caracteriza se inicia una conversación jovial. Los habitantes en su mayoría son hombres que se dedican al campo, las mujeres (hermosas con su cabello negro, liso, con cola de caballo o agarrado con un moño, con sus prendas siempre de colores, recias y serias, muchas con la mirada perdida, algunas con cicatrices físicas y otras que llevan en el alma), generalmente se dedican a las actividades del hogar. En Lepaterique predomina la etnia lenca, conservan sus costumbres y su cultura, la dominación patriarcal es visible y tristemente existe una fuerte cultura de violencia doméstica.
Al acercarnos a varias mujeres de origen lenca, nos expusieron los problemas que sufren a diario, la violencia intrafamiliar está a la orden del día combinada con la ingesta de alcohol de parte de los hombres «cabezas del hogar». Una de ellas, con lágrimas en sus ojos, con su carita triste y llena de angustia y dolor me relataba lo que sufría: el marido la golpeaba, pero lo más escalofriante para mí es que en una ocasión casi la mata, pues la agredió con un machete, el hombre fue puesto a la orden de las autoridades y se le impuso prisión preventiva y el inmediato abandono por dos años de la residencia donde convivían. Fue doloroso escuchar a aquella mujer, visualizar el horror que vivió y la pesadilla que vivió junto a sus dos niñas de nueve y cinco años, pero lo más impactante fue verla más tarde con una bebé en brazos, mi curiosidad no pudo más y le pregunté: «¿y esta hermosa bebé?», a lo que ella me respondió: «tiene seis meses», entonces pregunté por el padre y ella me dijo: «pues como ya cumplió el tiempo que le pusieron, regresó a la casa», me quedé sin palabras.
Lepaterique tiene muchas virtudes igual que su gente, pero en su lejanía está echado a su suerte, no sabemos si los esfuerzos de las autoridades locales son del todo respaldadas por el Gobierno central, lo que sí me queda claro es que se debe trabajar con la comunidad, especialmente con las mujeres que son objeto de discriminación, violencia sexual, psicológica y económica. El flagelo del alcoholismo es parte de la cultura de este pueblo y tristemente en algunos lugares o sectores no se alcanza la red móvil ni tienen acceso a internet, lo que también produce una desventaja en el desarrollo de los niños, en el aspecto educacional, ya que a causa de la pandemia no pueden ir a sus escuelas ni gozar de una educación virtual.
Como en muchas comunidades de nuestro país se pueden apreciar los efectos de los huracanes, pero lo positivo de esta visita es que también conocimos lugareños que son emprendedores, sus cultivos hacen que esta comunidad sea una de las mayores productoras y surten los supermercados y mercados capitalinos (ojalá les paguen lo justo). En Lepaterique existe una radio comunitaria que hace un trabajo valioso y desde esa trinchera han logrado llegar a todos los lugares a los que no hay acceso en vehículo, desde ahí se puede apoyar a nuestras mujeres, especialmente en asistencia legal, derechos, garantías y obligaciones de los ciudadanos hondureños. Lepaterique cabe en nuestra esperanza por una Honduras con derechos, con dignidad y equidad.
Reencuentro con el Cerro del Tigre
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Larissa Barahona Fuentes, Tegucigalpa, 15 de noviembre de 1972.
Abogada.
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1 comentario en “Reencuentro con el Cerro del Tigre”
Muy buena descripción de los parajes, triste la violencia en todo aspecto, me gustaría conocer ese puente de piedras Jajaja…